La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 4 de noviembre de 2010

DEJAR IR

Las personas tenemos una tendencia muy clara a aferrarnos a las cosas, a otras personas, a nuestras emociones, planes... Somos como trapecistas que nunca acaban de soltarse de su trapecio para lanzarse hacia el otro y, así, no acabamos de volar libres.

Sin embargo, el único camino para recibirlo todo es darlo todo. Hace poco os proponía observar y conectar con nuestar respiración. En ella descubrimos ese doble movimiento de acoger y de entregar. En la inspiración recibo el aire necesario, el oxígeno vital, al espirar lo entrego, porque no puedo retenerlo sino unos segundos. Si no inspiro, me ahogo, si no espiro también me ahogo. Pues bien, muchas veces pretendemos vivir en una contínua "inspiración", es decir, buscamos recibir  de fuera todo aquello que sentimos como necesario para nuestra vida, para nuestra felicidad. Esa continua búsqueda puede convertirse en una pulsión que genere una gran ansiedad. Quien se deja arrastrar por ella se puede convertir en un tirano en las relaciones y en un avaro en las posesiones. Pretender que cuanto necesito me llegue desde fuera, me aboca al éxodo de mí mismo y, a la larga, a terminar mendigando o exigiendo.

Pero también puede pasar que viva en una continua "espiración", es decir, incapaz de recibir nada de otros me siento realizado y feliz dando contínuamente, sintiéndome necesario en toda situación. Esa posición vital puede llevar al derroche de la energía personal que acabe dejándome tan vacío de mí como la pulsión contraria y además generando en los demás una sensación de ahogo.

Acoger agradecidamente y saber dar generosamente, los dos movimientos son necesarios, nos equilibran.

Con todo, sólo si dejamos fluir la vida ésta nos entrega todo su caudal. Dejar ir es lo más difícil, lo que más miedo nos da, pero es lo que más felicidad nos puede llegar a aportar. Se trata de soltarse interiormente, de no aferrarse a nada, a nadie. Es la actitud del contempaltivo que deja ser a todos los seres, que observa pero no manipula, que acaricia todo con su mirada afincada en el ser interior pero de nada se siente poseedor.

Especialmente necesario es aprender a dejar ir a las personas, dejar que el otro, la otra sea quien es, no pretender cambiar a los demás, no pretender que sean lo que creemos que son. Permitir que el otro se manifieste tal y como es y que ante mi presencia reaccione en libertad.

El amor entre las personas suele venir cargado de impurezas. ¿A qué llamamos amor? quizá al reflejo de mí en el otro, a las proyecciones que superpongo en la otra persona. El amigo, el amante queda tantas veces recubierto de capas y capas que no le son propias.

Amar es dejar ser y dejar ir. Amar es soltar las amarras que me atan al otro para poder pasar a caminar juntos eligiendo entre los dos el rumbo.

Dejar ir lo que más amamos nunca nos dejará vacíos, al contrario, recuperaremos todo aquello que creímos perder en una forma más genuína y hermosa, porque todo regresará preñado de libertad.

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