La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Mens sana...

Todos sabemos cómo continúa el dicho: in corpore sano. Hagamos pues ejercicio moderado, alimentémonos bien, vayamos al médico cuando sea conveniente, llevemos una buena higiene y nuestra mente quedará reluciente. Hoy, los descubrimientos provenientes de campos como la neurología nos demuestran que quizá debiéramos invertir los términos y tomar en serio que una mente saneada ayuda al cuerpo a estar mejor. Y...¿qué es una mente saneada?

Nuestros pensamientos ejercen un poder casi tiránico sobre nosotros. Tanto es así que ha hecho su aparición en el escenario ciéntifico la psiconeuroinmunobiología,  la ciencia que estudia la conexión que existe entre el pensamiento, la palabra, la mentalidad y la fisiología del ser humano. En palabras del Dr. Mario Alonso Puig, Médico Especialista en Cirugía General y del Aparato Digestivo, Fellow de la Harvard University Medical School y miembro de la New York Academy of Sciences y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, esta ciencia nos muestra una conexión que desafía el paradigma tradicional. El pensamiento y la palabra son una forma de energía vital que tiene la capacidad (y ha sido demostrado de forma sostenible) de interactuar con el organismo y producir cambios físicos muy profundos (¿No resuena para los cristianos aquí el hermoso comienzo del evangelio de Juan "en el principio existía la palabra, por ella todo fue hecho..."?).

En los últimos años se suceden los estudios sobre la forma en la cual mente y cuerpo están en una total y perfecta interrelación. Cuando ésta no es tenida en cuenta nos perdemos en los vericuetos de enfermedades psicosomáticas sin ir a la raíz de tales malestares. Los pensamientos están en la base de muchos de esos problemas físicos y vitales que arrastramos con resignación. De nuevo en palabras del Dr. Puig: 

Siempre encontraremos razones para justificar nuestro mal humor, estrés o tristeza, y esa es una línea determinada de pensamiento. Pero cuando nos basamos en cómo queremos vivir, por ejemplo sin tristeza, aparece otra línea. Son más importantes el qué y el porqué que el cómo. Lo que el corazón quiere sentir, la mente se lo acaba mostrando. Cuando nuestro cerebro da un significado a algo, nosotros lo vivimos como la absoluta realidad, sin ser conscientes de que sólo es una interpretación de la realidad. 

 Ya encontramos esta idea en el Talmud (comentarios rabinicos de la Escritura, o sea, nos situamos antes de Cristo): "no vemos el mundo tal y como es, vemos el mundo tal y como somos".

En todas las épocas de la humanidad los hombres y mujeres sabios han experimentado en sí mismos que mente, cuerpo y espíritu cuerpo forman una sola entidad y con las palabras propias de su tiempo, han transmitido esa experiencia. Mente, cuerpo y alma no son tres dimensiones separadas que funcionan las unas al márgen de las otras. Aún cuando nos empeñamos en vivir así, esa fracturación de lo que en origen forma una unidad, nos acaba pasando factura.

El cristianismo en su devenir histórico vivió una deriva hacia el rechazo o sospecha del cuerpo proveniente de los gnósticos y potenciado por S. Agustín, deriva que aún estamos arrastrando. Aunque cada vez más surgen voces en la Iglesia que abogan por una recuperación de la dimensión corporal en la vida de fe, aún se mira con cierto recelo todo lo referente al cuerpo, como si éste continuara siendo el "hermano menor" en el camino de fe. Sin embargo... ¿dónde más podemos vivir tal fe si no es en nuestro cuerpo? ¿no creemos acaso los cristianos en un Dios encarnado? ¿nos creemos las leyes de la auténtica encarnación de las que habló Vaticano II? y... ¿por qué en las causas de los santos se pide un milagro de orden físico como muestra de la santidad de un hombre o una mujer? ¿no sería más lógico pedir un milagro espiritual? Algo nos dice que todo es uno y que si algo no nos afecta en el cuerpo, no nos afecta en prácticamente nada.

Habrá quien piense que estos descubrimientos que sitúan en determinadas zonas de nuestro cerebro la experiencia espiritual o en la producción de sustancias muy concretas la posibilidad de curar determinadas enfermedades (La palabra es una forma de energía vital. Se ha podido fotografiar con tomografía de emisión de positrones cómo las personas que decidieron hablarse a sí mismas de una manera más positiva, específicamente personas con transtornos psiquiátricos, consiguieron remodelar físicamente su estructura cerebral, precisamente los circuitos que les generaban estas enfermedades) puede llevar a reducir todo a una mera cuestión física que nos aleje de la fe, de lo espiritual. Personalmente creo que se trata de todo lo contrario. Si de veras creemos que somos hechura de Dios hemos de acoger con alegría todo aquello que nos habla más y más de la fina imbricacion de cada partícula de nuestro ser corporal y espiritual.
Somos seres complejos, maravillosos, que parten de una unidad. Esa unidad de nuestras dimensiones, unión original, nos debiera llevar a reconocer en ello la misma unidad  de Dios: quien es Uno, nos crea uno. Quien es Uno en lo múltiple, nos crea siendo uno en lo múltiple. Cada persona es una: mente cuerpo y alma soy yo. Pero somos múltiples, diferentes unos de otros aunque idénticos en nuestra configuración como seres humanos. ¿No resuena algo del misterio trinitario en ello?

Así pues, debiera ser ya el momento en el que no nos pudieramos permitir no conocer los descubrimientos científicos que nos van ofreciendo con mayor claridad científica, esta absoluta unidad entre las dimensiones de nuestro ser.

Es ya el momento de incluir en los estudios teológicos, en la pastoral, en toda reflexión seria sobre la antropología creyente los datos que provienen  no sólo de la psicología, sino de nuevas derivaciones como la citada psiconeuroinmunobiología.

Un buen ejercicio sería cotejar textos de todas las tradiciones religiosas con datos ciéntificos sobre el funcionamiento del cerebro o del cuerpo en estado de meditación-oración para ver que en numerosísimas ocasiones unos y otros dicen lo mismo o señalan en la misma dirección con palabras propias de su época y de sus campos específicos. ¿Alguien hará ese servicio a la humanidad? ¡ojalá! Al menos en el seno del cristianismo lo percibo como una obligación. Estamos obligados por la fidelidad a nuestra fe en la encarnación del hijo de Dios. Estamos obligados porque eso mismo nos hará redescubrir el significado de la Gracia de Dios.

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