La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 26 de mayo de 2011

UN AMOR QUE NOS MADURA

Verbo amar: primera conjugación...¡primera necesidad!. Amar y ser amado es el ritmo, la cadencia que necesita todo ser humano para avanzar y crecer. Amar y ser amado, dos momentos que son inseparables. Sin uno de los dos tiempos, el activo o el pasivo, no hay despliegue del Ser profundo. Si nos fijamos en todo cuanto nos rodea descubriremos que vivimos dentro de un tempo vital universal de entrega y recepción: las mareas, las olas que rompen sobre la costa y regresan al mar, la lluvia que cae y regresa al cielo convertida en vapor, nuestra respiración, los latidos del corazón... Allá donde miremos comprobamos que el vacío y la plenitud van de la mano, que no puede haber verdadera entrega sino hay apertura para recibir, que no puedo acoger si no me vacío, me abro, me dejo ir.

Verbo amar: yo amo...¿yo amo? ¿no sería mejor comenzar por un "yo me amo"?. Porque a nadie podemos amar si no nos amamos a nosotros mismos sincera y amablemente. Precisamente porque a quien más nos cuesta amar es a nosotros mismos, tantas veces hacemos del amor al otro un sustitutivo del amor que no nos tenemos. Buscamos que el otro nos ame porque no sabemos o no podemos amarnos. Me amo a mí mismo/a en el/la otro/a (pareja, amistades...). Con todo ¡qué hermosa y fantástica experiencia! cuando me siento amado/a, acogido/a, aceptado/a por ese/a "otro/a" que en realidad es parte de mí. No pocas veces el amor que nos profesan, que nos regalan, es el bálsamo que nos permite comenzar a amarnos a nosotros/as mismos/as.

Es así como el amor nos madura, nos hace crecer. Saberse y sentirse amado/a incondicionalmente es como el viento suave que despliega las velas de un barco. Nuestro ser se abre y esponja al toque del amor como una flor lo hace para recibir el rocío de la mañana.

Un amor que no genera un dinamismo de mejora carece de algo, es sospechoso. Evidentemente todo es un proceso en el que se entremezclan luces y sombras. Deseamos amar, pero tantas veces no sabemos amar. Deseamos ser amados/as y, sin embargo, nos cuesta abandonarnos en el amor que se nos ofrece. Somos seres en construcción y eso se nota en nuestra forma de conjugar el verbo amar.

Pero, sea como sea, el amor verdadero nos madura porque siempre nos sitúa en nuestra verdad. A veces no sabremos como afrontarla, pero el hecho es que amar a otra persona nos "sintoniza" con nuestras frecuencias internas más profundas. Amando o intentando amar, dejándome amar o intentándolo emergen mis fondos interiores: ilusiones, deseos, capacidades y también miedos, fantasmas, complejos...

El amor está en el origen de nuestra existencia. Somos seres nacidos del amor y para el amor. Esa es nuestra vocación. No hemos de temer esta fabulosa aventura de amar y ser amados. Miedo y amor no pueden convivir: "No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor porque el temor mira el castigo, quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor" (1Jn 4, 18-19).

Frente al amor edulcorado o interesado, frente al amor narcisista y egoísta, está el amor que nos madura, que nos hace Ser. Por ese amor vale la pena todo y vale la alegría...

1 comentario:

Amaia dijo...

Como de costumbre, preciosa reflexión Elena.

Como escribe Pablo Neruda "Conocer el amor de los que amamos es el fuego que alimenta la vida"

Feliz noche

Amaia