La Iglesia recuerda hoy a San Francisco de AsÃs. El Hermano por excelencia. Francisco nos invita a algo muy difÃcil para el ego humano: sentir como hermanos /as a todas las criaturas y realidades de este mundo. Hermano mÃo es el sol, hermana mÃa la luna y la humilde brizna de hierba que crece bajo mis pies, pero también hermano mÃo es mi enemigo y quien me daña a mà o a los mÃos. Hermana es la muerte corporal a la que ningún viviente escapa. ¿No exageraba un poco Francesco?
Cuando conocemos un poco la vida del de AsÃs, lo que resta como reflejo suyo en el recuerdo es un hombre muy humano herido por el Amor. Francesco es un niño-hombre-gigante. Alma limpia que ve a Dios ("Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dio"s). Corazón sencillo que puede captar la urgencia de desposarse con Dama Pobreza porque sólo el desnudo de todo puede abismarse en la hondura del Amor sin nada que le reste energÃa o que nuble su mirada. Francesco goza y sufre todo cuanto Dios revela a su alma sencilla. Francesco goza a Dios y Francesco sufre a Dios. Vive la férrea infancia espiritual y, como Teresa de Lisieux, la noche oscura del alma será el crisol definitivo que una experiencia inefable.
Franceso no es un hippie que salta por lo caminos. Es un ser marcado a fuego por la divinidad. Es de Dios y, por ello, es de todos y para todos. Por ello, en medio de la Iglesia convulsa del su época, escucha en su corazón la llamada a restaurarla y él se pone manos a la obra. La restauración que Dios le pide la identifica en un primer momento con la iglesita de San Damián, pero la llamada iba mucho más allá y perdura hasta nuestros dÃas: restaurar la fe en la fraternidad que Jesús propone en el evangelio, rescatar el cristianismo de entre los oropeles religiosos y devolverlo a la vida sencilla de las gentes sencillas.
Es un modo de vida lo que se desvela a la mirada de quien se encuentra con Francesco y sus primeros hermanos pobres. Un modo de vida que pasa por una pasión de amor y que adopta la forma de un evangelio sin glosa (aunque obligarán a Francesco a glosarlo con una regla).
Quizá nos guste tanto este santo porque en él vemos lo que sucede cuando nos creemos el evangelio y es algo sencillo, no muy complicado: somos llevados a la experiencia de la fraternidad universal, somos llevados a la experiencia de que somos Uno, como el Padre y Jesús lo son. En Francesco se cumple aquello de que el Reino de Dios es de aquellos que se hacen como niños, pero también se cumple que el ego humano no soporta tales cosas y busca racionalizaciones e institucionalizaciones seguras. En eso, Francesco sigue los pasos de Jesús: juzgado e incomprendido en primer lugar por los de su propia casa.
Nuestra Iglesia del s. XXI necesita también ser reparada. Está herida de miedo, de divisiones, de anhelos de tiempos de grandezas numéricas y de poder. ¿Quién escuchará hoy esa suave voz que llega desde San Damián y que nos llama a reparar la Iglesia, aún más, el Mundo a través del Amor hecho fraternidad?
¡PAZ Y BIEN!
2 comentarios:
Después de leer tu entrada, no sé si es una frivolidad; pero el texto de Dario Fo representado por El Brujo han hecho que aquel hermano de AsÃs sea siempre para mà "el juglar de Dios". Un abrazo.
No es ninguna frivolidad, me encanta ese calificativo de "juglar de Dios", precioso, lo prefiero a hippie. Besos.
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