La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

martes, 28 de febrero de 2012

Adultos educadores

Tal y como están las cosas es necesario recordar una y otra vez que los adultos, nos guste o no, estamos llamados a ser educadores de nuestros niños y jóvenes. Cualquier adulto que se sitúe cerca de un niño, de un adolescente, de un joven, se transforma en "educador" o en "deseducador" -si es que este término existe- En realidad en lo que concierne a la educación de las personas toda la sociedad influye. Son mil mensajes explícitos e implícitos los que llegan hasta cada miembro de la sociedad, hasta cada uno de nosotros. Siendo sinceros incluso los adultos educan o "deseducan" a otros adultos. Cuántas veces un compañero/a de trabajo nos ha hecho descubrir posibilidades nuevas en nuestra forma de trabajar, posibilidades de mejora y,a  veces, posibilidades de empeoramiento o decaimiento.

Verdaderamente, todos influimos en todos. Para mí queda claro en el caso de los colegios. El ambiente que se respira en ellos incide en todos, no sólo en los alumnos/as. El tipo de comentarios que los educadores/as hacemos sobre los alumnos puede hacer que otro compañero/a acuda a un aula positiva o negativamente predispuesto. En la "microsociedad" de un colegio se generan todo tipo de situaciones, unas son estresantes, otras alegres. Los adultos que rodean a los niños y adolescentes suelen ir sobrecargados de trabajo: clases, programaciones, reuniones, entrevistas con padres, papeleos varios y el intento de ayudar a tantos alumnos/as necesitados de una atención especial. En ese contexto resulta imprescindible un nivel de autocontrol que permita a cada educador distanciarse de esas situaciones para coger perspectiva. Ahí van algunas frases que podríamos decirnos los educadores:

  • El alumno/a problemático no "la tiene tomada conmigo", simplemente de manera inconsciente es capaz de "tocar" mis puntos débiles. Será trabajo del educador crecer en consciencia de aquello que siente como "puntos débiles" de su personalidad y no achacar al alumno sus estados de ánimo de manera continua. Eso no quiere decir que no se tenga la sensación de que hay alumnos/as que nos ponen nerviosos, por ello, más que en nigún otro caso, es el adulto el que ha de ser capaz de no enredarse en discusiones que no llevan nada.
  • Mis compañeros son aliados en el proceso educativo de mis alumnos. No todo depende del tutor o tutora. Todos somos co-tutores. Cada educador que entra en un aula tiene la obligación de dar de sí lo mejor que tiene para el avance de esos niños o adolecentes. Da igual el número de horas o el grado de responsabilidad sobre el papel que se tenga.
  • No soy el padre/madre de mis alumnos/as: hay responsabilidades exclusivas de la familia. Debemos dar el cien por cien de nosotros pero hay un márgen que no es nuestro, sino netamente de cada familia. Una vez hechos todos los intentos de diálogo con las familias de alumnos "difíciles" se hizo lo que se pudo y lo mejor posible, entonces podemos estar tranquilos, sin la sensación de que todo depende de nosotros.
  • El mayor bien que puedo hacerles a mis alumnos es estar yo bien: cuidarnos física, psicológica y espiritualmente es un derecho pero también una obligación. Los pasillos y aulas del colegio, la sala de profesores no deben convertirse en "papeleras" en las que cada uno deja caer sus miedos, ansiedades, desesperanzas... Sí pueden ser un lugar en el que poder ser uno mismo, sin perfeccionismos que ahogan la espontaneidad y estresan más, pero marcando un límite que permita la lucidez necesaria para no perder la paz y la sonrisa.
Os propongo que añadáis más frases que puede decirse a sí mismo/a un/a educador/a, frases que aporten positividad, que nos aterricen en la hondura de nuestra vocación. Adultos que educan su interior para poder educar la interioridad de los niños y jóvenes.

jueves, 9 de febrero de 2012

¿QUIÉN SOY YO?

A lo largo de la vida de un ser humano se repite una pregunta como cantinela interior: "¿Quién soy yo?". Esta pregunta nace inquieta en los primeros años de nuestra adolescencia e irá cobrando fuerza y empuje a medida que la vida avanza pujante por entre los aconteceres de cada uno/a.

Saber quién se es es un deseo de todo ser humano que se precie de serlo. Muchas veces acallamos esa pregunta, otras la respondemos de manera superficial y rutinaria. En ocasiones sucede que para responderla utilizamos tan solo los datos externos: "lo que dicen de mí", otras veces nos refugiamos en nosotros mismos rechazando todo espejo exterior para crearnos una autoimagen que nos tranquilice, que nos complazca, que nos reafirme frente a críticas o frente a la propia inseguridad.

Sea como sea la pregunta está ahí y hay muchos momentos en la vida de una persona en los que cobra fuerza y protagonismo. Durante la etapa personal, de formación de la propia identidad es necesario bucear una y mil veces en los fundamentos de la identidad para construirla y darle consistencia. Sin embargo y paradójicamente, el siguiente paso será la "de-construcción" del "yo" que deje paso al verdadero Ser que se sitúa mucho más allá, en un Centro en el que somos todo con todo, uno con todos, parte del Todo, hijos e hijas de Dios y por lo tanto con esencia divina.

He escogido un poema de Dietrich Bonhoeffer titulado precisamente "¿Quién soy yo?". Me llamó la atención encontrarlo entre sus cartas y apuntes durante su cautiverio. D. Bonhoeffer nació en 1906 en Breslau (Alemania). Fue pastor, teólogo y profesor. Miembro de la Iglesia confesante alemana, participó activamente en la resistencia contra Hitler. Fue encarcelado en 1943 y ejecutado el 9 de abril de 1945.

Este poema estremece por el contexto vital en el que fue escrito. Un hombre encarcelado, en medio de la Alemania nazi. Un ser humano que dentro de la cárcel con coraje se enfrenta a las grandes cuestiones vitales. Agotado por la situación aún ejercita una mirada autocrítica, reconoce con total franqueza y claridad los puntos débiles de su persona, lo que sólo uno mismo puede percibir de sí y el contraste que se genera con lo que los demás dicen de él. Surge la pregunta como surge en nosotros aun en circunstancias bien diferentes: "¿Soy realmente lo que los otros dicen de mí?/¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?".

El contraste está ahí, nos puede llegar a inquietar, haciéndonos dudar de si no somos sino actores y nos lleva a ahondar en la pregunta. Bonhoeffer nos ofrece el lugar del descanso: la certeza de ser conocido por Dios expresado tan bellamente, con la imponente simplicidad de quien se abandona: "¿Quién soy yo? Las preguntas solitarias se burlan de mí./Sea quien sea, Tú me conoces, tuyo soy, ¡oh, Dios"


¿Quién soy yo? Me dicen a menudo
que salgo de mi celda
sereno, risueño y seguro,
como un noble de su palacio.
¿Quién soy yo? Me dicen a menudo
cuando hablo con mis carceleros
libre, amistosa y francamente,
como si mandara yo.
¿Quién soy yo? Me dicen también
que soporto los días de infortunio
con imabibilidad, sonrisa y orgullo,
como alguien acostumbrado a vencer.
¿Soy realmente lo que los otros dicen de mí?
¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?
¿Intranquilo, ansioso, enfermo,
cual pajarillo enjaulado,
aspirando con dificultad la vida,
como si me oprimiera la garganta,
hambriento de colores, de flores, de cantos de aves,
sediento de cólera ante la arbietrariedad y el menor agravio,
agitado por la espera de grandes cosas,
impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,
cansado y vacío para orar, pensar, crear,
agotado y dispuesto a despedirme de todo?

¿Quién soy yo? ¿Éste o aquél?
¿Seré hoy éste , mañana otro?
¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita
y ante mí mismo un despreciable y quejumbroso débil?
¿O tal vez lo que aún queda en mí se asemeja al ejército derrotado
que se retira en desorden
sin la victoria que consideraba segura?
¿Quién soy yo? Las preguntas solitarias se burlan de mí.
Sea quien sea, Tú me conoces, tuyo soy, ¡oh, Dios!

jueves, 2 de febrero de 2012

Junto a la cama de un hospital

Junto a la cama de un hospital se aprende mucho sobre la vida. Quizá no sería desascabellado que nuestros alumnos de bachillerato antes de dar el salto a la vida fuera del colegio, pasaran algunas horas junto a la cama de un enfermo... ¿Morboso? Puede ser, no lo sé, realmente la vida te da las lecciones que necesitas para crecer, para comprender, quizá no debamos adelantar lecciones ni quemar etapas, es verdad, pero algo me dice que la forma en la que vivimos carece de contacto con los límites y por eso nos cuesta tanto afrontar las frustaciones ya sean éstas económicas, emocionales, o físicas. El hombre y la mujer del siglo XXI no quieren límitaciones, la técnica todo lo puede. Pero el ser humano continúa siendo limitado: no podemos saberlo todo, no podemos controlarlo todo, no  lo podemos explicar todo y seguimos abocados a vivir la experiencia de la muerte física.

 Junto a la cama de un hospital se puede tocar con la punta de los dedos la fragilidad humana, nuestra inconsistencia mortal. Un enfermo, sea joven, sea anciano, muestra a las claras que no podemos proyectar con regla y cartabón los contornos de nuestra existencia. Los médicos se afanan por diagnosticar pero no pocas veces el diagnóstico llega tarde o resulta incompleto y hasta errado. Se presiente que la medicina tiene algo de "lotería"...

Junto a la cama de un hospital se comprende bien que lo más valioso en la vida de una persona es la presencia: la de quienes le aman y a quienes ama y la Presencia interior. 

Cada beso, cada mirada cariñosa, cada sonrisa y palabra de ánimo pronunciada por un ser querido contiene mayor bálsamo que mil medicinas por más efectivas que sean. Pero además de eso, el enfermo nos regala a quienes le acompañamos la posibilidad de dejar salir de nuestro corazón dosis de ternura y de amor de las que no nos sabíamos poseedores. El enfermo nos otorga humanidad cuando dejamos que su sufrimiento nos toque el corazón. Así, en el entramado de entradas y salidas de la habitación de un hospital, se teje una red de presencias que esconden mil significados ocultos pero reales.

Y cuando el enfermo se queda solo... entonces sólo queda esperar que dentro de sí pueda sentir esa Presencia que nos habita y que nos habla de un "más allá": más allá del dolor físico y del sufrimiento psicológico somos infinitamente más. Cuando el enfermo se hunde en el abismo de su dolor o de su tristeza sólo queda esperar que escuche en el fondo de sí el latido de una Esencia perdurable que, una vez atravesado el umbral de la muerte corporal, pervivirá libre y limpia.

Junto a la cama de un hopital se aprende mucho de lo divino y de lo humano y, sobretodo, se reciben regalos, muchos regalos.