La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 28 de marzo de 2013

Lavar los pies

Lavar los pies ¡qué gesto tan magnífico! Lavar los pies hace que quien  los lava se vea obligado a agacharse: Imprescindible agachar el ego, las autobúquedas, las gradilocuencias para servir de verdad. Quien se agacha no se humilla si lo hace por amor y desde el amor, al contrario, el amor confiere dignidad al servidor y al siervo.

Lavar los pies sitúa al servidor en contacto con una zona del cuerpo muy dolorida, a veces poco agradable... es decir, un servicio que atienda de verdad a la parte frágil y necesitada de la persona o de la sociedad. 

Lavar los pies sitúa a quien se los deja lavar en la experiencia de reconocer que lo necesita y de acoger la ayuda que se le presta, quien se deja amar asi, en su dolor, en su pecado, en su miseria, siente el frescor del agua limpia del amor que no pide nada y lo da todo. Por eso el servido puede levantarse después y caminar con una dignidad recuperada.


Lavar los pies, es decir, vivir el servicio cariñoso en la cotidianeidad...¡eso es difícil a veces! Ceñirse la toalla del servicio cada día, ser el último...¡casi parece que va contra nuestra naturaleza tan dada a pasar cuentas o a buscar reconocimiento! Pero ahí reside el secreto de una alegría y una felicidad sin fin: agachado/a, lavando unos pies o junto a la cama de un hospital no pudiendo hacer sino estar, o preparando una comida con cariño, o limpiando un cuerpo que ya no se vale por sí mismo, o dando un beso que transmita ternura a quien está cansado, o... miles de gestos pequeños de auténticos héroes anónimos revolucionarios de la toalla.

lunes, 25 de marzo de 2013

Mi móvil, mi ordenador y yo, nos vamos de retiro

Estoy de retiro. Hasta hace no muchos años eso quería decir incomunicación TOTAL con el exterior. Eso me gustaba, me ayudaba muchísimo. Al salir del retiro, al salir de la casa donde había estado retirada, casi sentía como un "bofetón", una se sentía rara y se precisaba un poco de acondicionamiento para introducir de nuevo el ruido, el movimiento, las noticias... todo aquello de lo que, durante unos días, había desconectado al cien por cien, para facilitar la conexión profunda con otros lugares internos a los que es más complejo acceder, para abrir otras miradas y afinar otras escuchas y , así, regresar a la cotidianidad cargada de nueva luz para dar.

Formaba parte de la pedagogía del interior. Así me lo enseñaron, así lo he vivido convencida y feliz durante muchos años.

Ahora, en los últimos años, el móvil va conmigo y, en ocasiones, hasta el ordenador. Comencé teniendo el móvil apagado todo el día menos por la noche, ahora lo tengo encendido todo el día, la situación familiar lo hace necesario, hay una rutina de llamadas que no debo romper ni quiero, pero eso ha cambiado mi percepción del retiro, el ambiente general. Ya no me siento incomunicada, aislada... retirada. Es todo muy "light". Y si al móvil le añado el ordenador es el acabose, el retiro ya no lo es tanto.

Capto cómo cambian los matices más finos de unos días de retiro con la "compañía" de las tecnologías. Momentos que antes dedicaba al paseo sereno, contemplativo, a la lectura pausada, a la oración perseverante, ahora, a ratos, son suplidos por una llamada, aunque sea cortita, por una ojeada a internet o, como ahora, por un rato escribiendo una entrada en el blog.

No se trata de "cosas malas" pero sí creo que me distraen, que no me dejan ir al fondo o ponerme tan a tiro de Dios como cuando el móvil y el ordenador no se venían de retiro conmigo.

Echo de menos aquella pustinia de la que disfruté durante seis años en Barcelona, cerca de Manresa. Una chocita en el monte, sin luz, sin nada, sólo el silencio musicado por la naturaleza, Dios y yo. Pero, estoy convencida, de que la verdadera pustinia está dentro de mí, sólo hace falta que me decida a dejar fuera lo que distrae, lo que no es esencial. De tal modo, que si la pustinia interior está habitada por mí, si permanezco en ella, incluso el móvil y el ordenador pueden aprender a hacer retiro. La clave está en el interior y en la "muy determinada determinación" de vivir orientando la mirada hacia Dios.