La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

miércoles, 10 de abril de 2013

La dimensión espiritual de la persona: la búsqueda de sentido II



Identidad, libertad y responsabilidad: tres manifestaciones de la dimensión espiritual
El ser humano es el mamífero que nace más desvalido. Venimos al mundo sin formar del todo, el ejemplo más claro es el de nuestro cerebro. Al nacer éste está inmaduro, sin terminar. Esto que sucede a nivel fisiológico queda  más patente aún en el nivel de lo que llamamos identidad personal. 

                “Abierto por obras”: el ser humano siempre en camino.
                La respuesta a la gran pregunta “quién soy yo” no llega nunca del todo. Nos pasamos una gran parte de la vida intentando crear nuestra identidad (de los 0 a los 40 años, más o menos). Pero todos comprobamos lo terriblemente complejo que resulta poder decir quién se es, describirse. Experimentamos que en nosotros hay evolución, cambio.  A poco despiertos que estemos hemos de reconocer que el paso de los años nos va haciendo cambiar de perspectiva en referencia a nuestra autoimagen y a la comprensión de la vida.
Así, el ser humano es una criatura en construcción. Aquello que denominamos “identidad personal” es algo en continua evolución. Pero, cuidado, decir que la identidad evoluciona no significa negar que cada uno de nosotros va llegando a pequeñas o grandes “síntesis vitales” en las que podemos encuadrar una u otra escala de valores, determinado posicionamiento ante el Absoluto, el conocimiento de una parte de nuestra psique (allí donde uno dice sin demasiado miedo a equivocarse  “yo me conozco”), etc. Se trata de esa “toma de conciencia de sí mismo” a la que se refiere Marcel Légaut.
Tal toma de conciencia puede acontecer a lo largo de la vida, de una forma fluida y sin estridencias, aunque no exenta de sus momentos especiales. Pero no son pocos los hombres y mujeres que experimentan la irrupción de una nueva toma de conciencia de sí mismos/as a través de crisis existenciales provocadas por multitud de factores, a veces externos (enfermedad, rupturas afectivas, pérdidas…),  o internos. Sean cuales sean esos factores el hecho es que quiebran el ser, afectan a la totalidad de la persona, tambalean los cimientos.  Teilhard de Chardin llamará a esto “pasividades de disminución” que, a su vez pueden ser pasividades externas y pasividades internas. [i]De alguna manera, hay una época para crecer y desarrollarse, época de construir el “yo”, pero llega otra en la que toca dejarse “deconstuir”, “des-hacerse”. Condición indispensable para que esta segunda fase en la vida no se aborte, es la acogida, la receptividad. “Abierto por obras” sería el cartelito que debiéramos colgar en nuestro ser. Es la apertura la condición sine qua non para que pueda suceder en nosotros lo que debe suceder. Apertura a la vida que nos toca, que nos remueve, que nos convoca a través de los demás, cercanos o lejanos, íntimos o meros conocidos, a través de los acontecimientos agradables y desagradables, a través de las pequeñas y grandes cosas. En todo ello titilan los ecos luminosos de una dimensión interior, espiritual, que conjuga lo físico, lo psicológico y lo trascendental.
                El vértigo de la libertad: ¿es el ser humano libre?
                Los cristianos afirmamos que Dios nos ha creado libres. El relato de la caída en el libro del Génesis describe esta libertad sin ambages que hace que la criatura pueda ir en contra de su Creador quebrando la armonía inicial. Es quizá en esa construcción del propio ser, de la propia identidad donde el ser humano experimenta más claramente el vértigo de la libertad. Ciertamente hay elementos de la vida de una persona que no se pueden elegir: la familia en la que nacemos y crecemos en los primeros años de vida, el país y barrio, el tipo de educación… y no son precisamente elementos secundarios sino que pueden marcar la trayectoria vital de una persona, sin embargo, ¿no conocemos todos casos de personas que teniendo similares contextos vitales los articulan de maneras bien diferentes? Lo que para uno es motivo de desestructuración,  de amargura y dolor, para otro puede convertirse en descubrimiento de otras posibilidades y en estímulo para otras opciones más positivas. He ahí la manifestación de la libertad humana. Existen los condicionamientos, pero junto a ellos se erige la libertad de cada uno de nosotros. Terrible y misteriosa libertad que a unos lleva hacia un armonioso desarrollo y a otros hacia la pérdida del norte.
Con todo, cada persona acaba teniendo la experiencia de su libertad. Ese momento en el que sé que la decisión que yo tome la he de tomar yo y traerá unas consecuencias, consecuencias para mí y para otros. Sólo si hay una verdadera toma de conciencia de sí mismo pueden el hombre y la mujer afrontar el don de la libertad haciendo un buen uso de él en pro del despliegue de su Ser. Sólo si hay una profunda toma de conciencia de sí  podrá haber una toma de conciencia de los demás como “prójimos” y no como obstáculos a eliminar del camino.
                La inevitable responsabilidad.
                Y llegamos así al fruto de la libertad que no es otro sino la responsabilidad. Nos aterra la responsabilidad. Volviendo al relato de la caída recordemos que ante la pregunta de Dios, el hombre culpará a la mujer y ésta a la serpiente: una cadena de culpabilizaciones que pretende tan sólo derivar la responsabilidad de las propias decisiones y actos en otro. En lenguaje coloquial hablamos de  “echar balones fuera”. Es algo que sabemos hacer muy bien. El ser humano anhela ser libre pero no asume fácilmente que tal libertad comporta una gran responsabilidad: mis decisiones conllevan consecuencias, fácilmente asumibles cuando son agradables para mí y para los demás, generalmente rechazadas en un primer momento cuando se trata de consecuencias negativas, en este caso rechazamos la responsabilidad personal. En la asunción serena y lúcida de que somos responsables de nuestro desarrollo personal y social, brilla también el eco de ese “algo más profundo” a lo que llamamos dimensión espiritual.


[i] Para profundizar en este concepto que resulta de lo más sugerente, recomiendo leer al propio Teilhard: “El Medio Divino”.

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