La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

viernes, 31 de mayo de 2013

SILENCIO, POR FAVOR

Me permito reproducir aquí una reflexión acertadísima de Joxe Arregi. ¿Que os sugiere?


Hace unos meses, los franciscanos de Washington abrieron allí un “Albergue para ermitaños de la ciudad”, una casa de retiro sin tinte confesional ni religioso, para gente que simplemente busca silencio. No una mera ausencia de ruidos, sino el silencio interior en el silencio exterior, la serenidad del espíritu en la serenidad del espacio, la paz del corazón en la paz del lugar.
El inconveniente es que cuesta 70 $ al día (unos 50 €), una suma considerable para los tiempos de crisis que corren también por allí. El caso es que la casa –como otras muchas de este estilo en Estados Unidos– está permanentemente solicitada.
Y en lo que a pagar se refiere, el caso es que también la falta de silencio la pagamos, y bien caro, en forma de diversas dolencias físicas, psíquicas y espirituales. De todos modos, 70 dólares por día para estar en silencio… es para pensárselo dos veces. ¿No habrá manera de encontrar el anhelado silencio algo más barato? Pues sí. Está al alcance de todos.
Y pienso que el silencio es un asunto de alcance social, como el aire que respiramos o el agua que bebemos, y que en ello nos jugamos en parte nuestro bienestar personal y colectivo. Yo desearía que nuestros pueblos y ciudades dispusieran de albergues de silencio bien cuidados y atendidos, al igual que disponen de cines, centros culturales y polideportivos, o de escuelas y jardines. ¿Es un desatino?
¿Qué eran en otros tiempos todavía recientes nuestras iglesias sino espacios de calma y de aliento? (O debían haberlo sido, pues la pobre gente salía con frecuencia de las iglesias con más congoja y angustia que a la entrada). Ahora que muchas iglesias se vacían y se cierran, no estaría mal que algunas de ellas se transformaran en espacios laicos de silencio y de paz. He dicho “laicos”, pero ¿qué hay de más sagrado?
El ruido nos asfixia. Y no hablo en primer lugar del agobiante fragor del tráfico que nos envuelve, que también. Pero hay ruidos peores: libros, tertulias, anuncios, mensajes, móviles, iPhones, iPads… acaban siendo más atronadores que el tráfico más atronador. Y el peor de los ruidos, con mucho, es el más callado, el que todos llevamos dentro. Este torbellino incesante de nuestra mente. Esta extenuante baraúnda de nuestros pensamientos, que nos tiene en permanente estado de dispersión y desazón, de pesar del pasado, de miedo del futuro, de agotador empeño de ser lo que no somos y tener lo que no tenemos.
No podemos vivir así.  Necesitamos espacios de silencio externo, y mucho más aun espacios y tiempos de silencio interior. El silencio y la paz exteriores son muy beneficiosos, pero no garantizan nada por sí mismos, pues los ruidos más perniciosos los llevamos dentro. “Hay personas que guardan silencio, pero su corazón no cesa de condenar a los demás”, enseñó un monje cristiano de los primeros siglos, y nos interpela a los que, aparentemente guardamos más silencio. No guardamos silencio si no vivimos en paz.
Busca más adentro la paz y el silencio. Dedica a ello 20 minutos al día por lo menos. Siéntate, siéntete, respira. Respira sin hinchar el pecho, llenando tus pulmones de modo que empujen el abdomen hacia abajo, cuanto más abajo posible. Estate así, inspirando, espirando, en silencio. En el silencio hay Paz, todo está en paz. Estate en paz. Deja que tus miedos, rencores, deseos se disuelvan y desvanezcan poco a poco, y que no te importe si persisten ahí. Está en tu mano. Pon disciplina y  empeño, pero en paz, como el agua, sin “empeño”.
En todo lugar podrás hallar un albergue de silencio: en una iglesia o junto al mar, en el monte, en el salón de tu casa, en medio de una plaza, en el coche, en el trabajo. Es tan beneficioso, y tan barato…
Joxe Arregi 

GRACIAS

Besos, abrazos, reencuentros... Saludo a personas con las que me siento en casa. Comienzsan dos días densos de trabajo, pero en ese ambiente que transforma el trabajo duro en fiesta, en alegría, en ilusión y que da como fruto propuestas y realidades excelentes. Me sorprende y emociona este grupo, su creatividad, su ritmo de trabajo. Son admirables. Me despido llena de energía, bañada en cariño. Nos volveremos a ver y, mientras tanto, el proyecto seguirá evolucionando, creciendo junto con ellos y ellas.

Otro grupo me recibe al día siguiente. Algunas caras conocidas que me hacen sentir lo rápido que pasa el tiempo... Una vez más asisto emocionada al inicio de otro proyecto. De nuevo esas familiares expresiones de nervios en el rostro y en las palabras. ¡Vuelta a empezar! pero... ¡con tanto aprendido! Me siento simplemente portavoz de otros caminos ya recorridos, de otros matices encontrados caminando juntos/as... Todo ello me otorga una gran tranquilidad, sé que podemos, sé que saldrá bien. Hay ALguien empeñado en ello y hay muy buneos/as operarios/as.

Me invade una maravillosa sensación de comunión. Nace en  lo más profundo de mi corazón un gigante GRACIAS que desearía poder pronunciar ante cada uno de aquellos y aquellas que han confiado y confían en mí, que se dejan llevar "más allá", que recrean lo que comparto y lo hacen crecer, lo embellecen...

Finalmente las personas, los rostros concretos, los nombres, las confidencias sorprendentes... No pueden las palabras alcanzar a expresar tanta vida compartida, tanta belleza, tanta sensibilidad, tanta exquisitez.

¡GRACIAS!

domingo, 19 de mayo de 2013

La misma vida de Dios en nosotros

Pentecostés. Un grupo de hombres y mujeres atenazados por el miedo, algo muy humano. Hasta ahí nada de especial. Como nos pasa a tantos, estos hombres y mujeres han asistido al batacazo total, a la ruptura absoluta de un proyecto. Claro, cada uno leía el proyecto a su manera. Cada uno había proyectado sobre Jesús sus deseos internos, quizá porque él sabía empatizar tan bien con los deseos hondos de todos/as... Pero a ellos y a ellas les faltaba la perspectiva de Jesús. Él había vivido no libre de miedo, sino afrontándolo, no dejándose esclavizar ni por el miedo ni por nada ni nadie. Jesús brillaba por su libertad total, absoluta, radical, casi retadora.

Allí estaban ellos y ellas, encerrados, casi ni osando respirar muy alto. Silencio denso de un grupo humano cuando en el aire flotan a la vez la patente cobardía de algunos, la traición de otro, la pérdida del ser querido y el sentimiento de culpabilidad hincándose en el corazón. Todo ha salido mal, todo se ha torcido...¿y ahora qué?

La presencia de María y de las mujeres que fueron hasta los mismos pies de la cruz donde murió Jesús hace casi más insoportable el paso de las horas. La presencia de Juan, el único que tuvo el coraje de hacerse presente sin miedo, sin alharacas, abrazando a María que tanto lo necesitaba... Todo ello dejaba más patente el sinfín de palabras y gestos inútiles de aquella noche. 

Las miradas bajas, lágrimas silenciosas, oídos vigilando cualquier sonido al exterior de la casa... Pero, por encima de todo, la sensación de fracaso y de pérdida hincándose en el corazón, mordiendo las entrañas como un perro rabioso.

Entonces, justo entonces, la luz se abre paso. Una luz interior como de fuego, como de amanecer radicalmente nuevo. Justo entonces, por entre medio del miedo y del fracaso, todo se mueve, como un terremoto, el ser de cada uno/a de ellos/as se conmueve y parece que caen las paredes recias del miedo, la vergüenza y la culpabilidad.

Y se miran entre sí... Por primera vez en días, se miran, se ven los/as unos/as a los/as otros/as. Sus miradas se cruzan y brotan sonrisas. Comienzan a entender. ¡Torpes y necios!. Todo precisaba de una lectura más allá de los esquemas del ego. Ahora comienzan a despertar, se les regala despertar y ver. Las lámparas tenían aceite, pero no lo sabían. En el fondo de sus corazones había luz, pero no la podían ver afincados en el ego y en sus frutos: miedo, vergüenza, culpabilidad.

Y salen afuera. Abren puertas y ventanas para que todo se ventile, para que todo se deje iluminar. Abren su ser a la Luz más allá de toda luz. Se dejan llenar, remecer. ¡La misma vida de Dios en ellos/as!

Ahora comprenden sin comprender, ven sin ver, saben sin saber, se viven unidos/as al Todo, a  todo, a todos/as, hablando el lenguaje de la humanidad verdadera, comprendiendo a todo/a hombre y mujer. Dejando atrás el pequeño personajillo del ego son UNIVERSALES.

Pentecotés: LA MISMA VIDA DE DIOS EN NOSOTROS/AS.