La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

viernes, 14 de junio de 2013

"Vuelva VD. Mañana"

Mariano José de Larra en uno de sus más famosos artículos dejaba constancia de esta cantinela que sigue resonando eternamente en las ventanillas de nuestro país.

Durante tres días he vivido en primera persona el "via crucis" al que nos somete la Administración, en este caso, la administración autonómica vasca. Mis amigos de otros lugares me dicen que aquí estamos fenomenal en comparación con el resto de España, incluso nos llaman "la pequeña suiza". Puede ser... no niego que el nivel de "bienestar" vasco sea mayor que el de otras autonomías, sin embargo, muchas cosas han empeorado en los últimos años, en concreto, nuestro sistema de bienestar social, el sistema educativo y el sistema sanitario, es decir, como en todos sitios: los territorios más esenciales de una sociedad son los más sacudidos por las consecuencias de la falta de moral de unos pocos. Una falta de moralidad que, en el caso de la decadencia del sistema de bienestar social vasco, tan excelente en otros tiempos, no sóloha estado presente en los políticos sino en muchos ciudadanos que, literalmente, han pasado años viviendo de ayudas que no les correspondían. En tempos de pujanza nadie supervisó esas malas prácticas, hoy pagamos el precio muchos que jamás cometimos tales afrentas.

No entro en detalles, símplemente comparto la sensación de impotencia que genera intentar convencer a la administración de que aquello que pides, en este caso para mis padres, es justo. Una impotencia creciente como creciente es la exigencia de todo tipo de papeles y justificantes que se nos piden. Para todo ese papeleo se te da un plazo de "10 días hábiles" desde la recepción de la cartita que te pone al borde del infarto. Una carta impersonal en la que se te enumeran los documentos que debes presentar si no quieres perder lo que ya se te concedió hace menos de un año.

Una se indigan: se nos dan diez días mientras unos anónimos funcionarios trabajan a un ritmo tan lento que cientos de familias vascas están esperando lo que ya se les concedió en medio de un gran padecimiento. La admnistración, lenta ella, te exige rapidez a ti. Durante dos días vertiginosos, abandonando mis quehaceres, he deambulado de ventanilla en ventanilla, he "cogido número" asistiendo al espectáculol lamentable de personas mayores esperando pacientemente, sentadas en incómodas sillas o de pie, mientras, de dos ventanillas habilitadas, una queda vacía porque la señorita o señora que allí se sienta, se larga a tomar su café con una parsimonia que resulta insultante regresando veinte minutos después, con la consiguiente ralentización durante su ausencia del ritmo de atención al ciudadano/a

He de decir que, como he visitado tan dispares ventanillas y salas de espera, el peor panorama ha sido el de Lanbide, el servicio de trabajo vasco y, justamente, donde todos/as vamos a parar tras el periplo "ventanillero". Allí las colas son mayores y las ventanillas menores en número en comparación con las oficinas de la Seguridad, Social, Hacienda o el Registro Civil.

Una vez llegado el triunfante momento de tomar posesión de tu turno, es decir, cuando te toca turno, te sientas y estás al "albur" del humor del representante de la administración, curiosamente de forma mayoritaría mujeres ¿por qué será? Las he encontrado amables, sonrientes y cercanas, pero también claramente estúpidas y engreídas, como si ocupar una silla al otro lado de un mesa les situará por encima de quien está al otro lado y que pierde todas sus características humanas. Da igual si eres ingeniero, profesor, una anciano con muchos más años de vida que la oficinista, médico, obrero o ama de casa, ellas, las engreídas o cansadas, te miran como si fueras imbécil  o hubieras cometido el crimen de hacerles trabajar.

Cuando una recibe la famosa cartita con una larga lista de documentos que hay que entregar en diez días, acude en busca de ayuda a la oficina de Lanbide. Es evidente que para muchos/as de nosotros/as es la primera vez que oímos habalr de "certificado de esto y de aquello". Surgen mil preguntas: ¿Qué es eso? ¿dónde se consigue? ¿dónde está esa oficina? ¿qué hay que llevar? Bien pues, en mi caso y gracias a la tontería mental de la señora que me atendió, su mala información me supuso una mañana completa, de 8:00 a 13:30 viajando de oficina en oficina, de ventanilla en ventanilla sin conseguir nada de nada puesto que para todo necesitaba algo que no tenía y no lo tenía porque quien se supone debía informarme no lo hizo.

El periplo de aquella mañana me hizo un gran favor: entré en comunión con los millones de personas que viven cada día, y no unas horas como yo, el no ser nada, no ser nadie, el que tu tiempo no vale nada, ni tu cansancio, ni tu urgencia. La Administración es un gran muro que, en lugar de facilitar al ciudadano cauces de negociación, de mejora, de diálogo, genera agotamiento, impotencia, sensación de no ser nadie o de ser un mero número. La vida no es fácil para muchos/as y a ello la Administración le suma su capacidad de generar un dolor añadido, el de querer y no poder, el de ser como un apestado porque no se tiene tal o cual papel. Pienso en mis padres, tras toda una vida de trabajo, ahora deben demostrarlo todo, incluso que viven donde viven, mis padres, parte de esa generación que ha levantado este país en la postguerra, ahora son tratados como presuntos mentirosos. Ochenta y cinco años de vida de mi padre quedan reducidos a certificados que son mirados con indolencia y frialdad por personas anónimas que, seguramente, no trabajan ni la mitad de lo que él hizo a lo largo de sus vida. Claro, en mi mente ha surgido una y otra vez el recuerdo de los corruptos de alta clase a los que parece que la Administración no trata igual que a mis padres... Eso hace nacer la indignación.

La falta de creatividad de nuestros gobernantes genera todo esto. Son diferentes administraciones sin coordinación entre ellas que generan una multiplicación de certificados cuyo resultado es el agotamiento del ciudadano/a que, en no pocos casos, abandona los trámites por agotamiento o, en el caso de muchos ancianos, por la pura imposibilidad de desplazarse de oficina en oficina.

Me surgen miles de preguntas, de quejas, de sugerencias. Demasiado prolijo exponer todo elo aquí. Lo resumiré diciendo que, cuando la crisis aprieta, es deber de quienes atienden a esa ciudadanía, ser exquisitos. Lo siento, aquí no caben cansancios ni perezas. Tengo amigos que trabajan en el ámbito del bienestar social y sé cómo se hacen las cosas cuando se hacen con corazón y responsabilidad.

Ayer terminé esta carrera de obstáculos, al hacerlo no puedo expresar la sensación de triunfo que me invadió. Por desgracia, sé que en unos meses, la Doña Administración me dirá: "Vuelva usted mañana" y no porque me cierren la ventanilla en las narices, sino porque nos obligarán a hacer de nuevo lo que ya hicimos para demostrar que merecemos lo que nos corresponde.

miércoles, 5 de junio de 2013

La medicalización superlativa

El ser humano posee facultades maravillosas, entre ellas la de dialogar con su cuerpo y escuchar de qué enfermedades del alma le habla. La enfermedad corporal, en algunos casos, es la última palabra que nuestro Ser emite para hacernos ver que algo no va bien. Como un piloto rojo, el cuerpo duele o se enferma de determinadas maneras cuando no escuchamos nuestras emociones, nuestras crisis, nuestros dolores "no-físicos".

Pero la forma de vida por la que hemos ido optando en occidente nos ha convertido a la mayoría de nosotros en vedaderos "analfabetos corporales". No escuchamos nuestro cuerpo, no entendemos su lenguaje simplemente porque no escuchamos nuestro mundo interior, porque aun escuchándolo no lo entendemos, nos perdemos en él. Analfabetos "vitales", podríamos decir.

Hay quien cuida su salud física a través del ejercicio, de una alimentación determinada. Eso está muy bien, pero, cuando llega la enfermedad, por pequeña que sea, inmediatamente acudimos a las píldoras y lo hacemos porque la mayoría de los médicos proponen ese camino.

Es raro el médico que al explicarle nuestros síntomas nos pregunte por nuestro estado emocional, por nuestras inquietudes, preocupaciones, miedos, responsabilidades, relaciones. ¡Claro, uno va al médico no a confesarse! De acuerdo, pero hicimos mal en occidente al separar de forma tan contundente cuerpo y espíritu, ese dualismo que criticamos en lo religioso, rige gran parte de la práctica médica occidental. A tal dolor, tal pastilla o tal operación o tal tratamiento, aunque comporte problemas y tratornos de todo tipo.

No propongo ni mucho menos obviar las excelencias de nuestros avances médicos, sino reconocer que vivimos en un contexto de medicalización superlativa. Por ejemplo, nuestros ancianos son inmediatamente drogados, atontados para que superen sus ansiedades y tristezas. Ante la falta de compañía, de amor, de seres paciente y amables en sus vidas, nuestros mayores son atiborrados de pastillas para dormir, para tranquilizarse... Sin embargo, dentro de nosotros vive la capacidad de acoger los dolores vitales de tal forma que los sanemos, eso sí, poco a poco, no de un día para otro, pero ese tipo de sanación desde el interior, proporciona crecimiento personal, cosa que las muchas pastillas impiden tantas veces.

Frente a la ansiedad, la depresión, la angustia, la tristeza, una pastilla puede ayudar en un momento determinado a no hundirse, pero no ayuda a solucionar el problema de fondo. Escucharse, respirar, llorar lo que se debe llorar el tiempo necesario, hablar con seres sabios, meditar, orar, hacer deporte, pasear, pintar, escribir, jugar, abrazar y dejarse abrazar, practicar el pensamiento positivo cuidar de otros, leer, callar, reconciliarse con la soledad, aprender a dejar ir y un largo etcétera de verbos y sustantivos más potentes que muchas pastillas pero que olvidamos cuando nos sentimos mal físicamente.

Educar la Interioridad tiene que ver también con recuperar la sabiduría que aúne cuerpo y alma de tal forma que seamos personas más sanas por dentro y por fuera, física, emocional y espiritualmente.