La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Historia de un alma: La noche de la nada


Jesús me tomo de la mano y me hizo entrar en un subterráneo donde no hace ni frío ni calor, donde no luce el sol, y al que no visitan ni el viento ni la lluvia. Un subterráneo donde no veo nada más que una claridad semivelada, la claridad que difunden a su alrededor los ojos bajos de la Faz de mi Prometido. (...)
Mi prometido no me dice nada, ni yo le digo tampoco nada a Él: tan sólo que le amo más que a mí misma. Y en el fondo de mi corazón siento que es verdad, ¡pues soy más de Él que mía...!
No veo que avnacemos hacia la cumbre de la montaña, pues nuestro viaje se hace bajo tierra; pero, con todo, me parece que nos acercamos a ella sin saber cómo. La ruta que sigo no tiene ningún consuelo para mí, y sin embargo, me trae todos los consuelos, porque es Jesús quien la ha elegido y yo quiero consolarle a Él, ¡sólo a Él!

Esto escribe Teresa a su hermana Pauline con tan sólo diecisiete años. Cinco años más tarde escribe lo siguiente al seminarista  Maurice Bellière, a ambos les unirá una amistad epistolar profundísima a pesar de que nunca llegaron a verse.

(Jesús) permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del Cielo, tan dulce para mí, sólo fuese en adelante motivo de lucha y de tormento (...)
Intento refresacar mi ánimo cansado con los pensamientos de ese luminoso país donde descansan mis esperanzas; ¿y qué es lo que sucede? Es un tormento peor; la oscuridad misma parece tomar prestada la elocuencia de los pecadores que viven en ella. Escucho sus acentos burlones: "Todo es un sueño, este parloteo de un Cielo bañado en luz, y de un Dios que lo creó todo y que vaya a ser tu posesión en la eternidad...¿No es cierto que tú crees que la niebla que te rodea se disipará más adelante? De acuerdo, sigue deseando la muerte. Pero la muerte convertirá tus esperanzas en desengaños; significará sólo una noche más oscura aún, la noche de la mera no existencia"

Cuando escribe estas palabras, Teresa llevaba seis meses sufriendo esta "noche de la nada". Hacia fuera poco o nada de este sufrimiento moral se traslucirá porque ella ha gestado en sí una férrea infancia espritual que le lleva a vivir el más pleno de los abandonos. Su felicidad es estar con Dios, en Dios, bajo su luz aunque no la perciba ni la disfrute, como ella dice:


Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer. Es cierto que, a veces, un rayo pequeñito de sol viene a iluminar mis tinieblas, y entonces la prueba cesa un instante. Pero luego, el recuerdo de ese rayo, en vez de causarme alegría, hace todavía más densas mis tinieblas. (Manuscrito C Historia de un alma)

Teresa de Lisieux puede enseñarnos a diferenciar entre querer los consuelos de Dios o amar al Dios de los consuelos, se den estos o no. Teresa de Lisieux es maestra sublime para los momentos oscuros de nuestra fe, oscuridad que en todo camino profundo de abandono en Dios, acaba llegando. Esa oscuridad no es fruto de un Dios maquivélico que nos prueba llevándonos al límite de forma casi sádica. No, la noche, las diferentes noches que han atravesado los hombres y mujeres de Dios de todos los tiempos, supone el tránsito necesario del "ego" a la "esencia", del "hombre/mujer viejo/a" al "hombre/mujer nuevo/a", de la noche a la luz, del "dormitar" al "despertar".

Mal orientado anda quien anhela el contacto divino por sus consuelos y luces. Mucho hay aún que purificar. Mas esa purificación, cuando existe la sinceridad del corazón, acontece con naturalidad, no con "morbosidad y ensañamiento". Y es entonces cuando, en medio de la noche, se conoce una Paz del corazón que permanece más allá de los embates de la crisis y el dolor. Esa noche suaviza el interior, ilumina aún cuando nada se vea, otorga conocimiento sin saber qué se conoce, plenifica vaciando, cura con profunda herida, nos eleva adentrándonos.

Decía el Hno Roger de Taizé que "Dios no nos amenza", en todo caso, añado humíldemente y con palabras de otro, Dios nos amenza de resurrección, de vida, de eterno amor. En pos de tal Amor el caminante es progresivamente desnudado de artificios para ser revestido de Verdad, esa Verdad que nos hace libres.

Os invito a conocer más a Teresa de Lisieux, la santa de los tiempos modernos, la de la férrea infancia espiritual.

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