La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 30 de abril de 2015

LA EDUCACIÓN EN EL SIGLO XXI

HOMENAJE A UN PROFESOR HÉROE

Se llamaba Abel Martínez, pero eso a casi nadie le interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba como profesor de Historia en un instituto de Barcelona y murió en acto de servicio. Cayó abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en un incidente escolar. Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un estudiante incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el mundo –desde jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos- está muy preocupado. Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de sus padres o hermanos, de su novia o tal vez de sus hijos.
Era un profesor. Si hubiera sido un militar caído en lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro del ramo, se le habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían condecorado con distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber. Pero Abel era, simplemente, un profesor. Un profesor interino, para más inri. El primer docente muerto en las aulas en nuestro país no se merece el oprobioso silencio, el incomprensible ninguneo que le han dedicado los medios de comunicación. Así que solicito desde aquí que el próximos instituto que se inaugure en España lleve el nombre de Abel Martínez, y que se conceda al profesor leridano, a título póstumo, la Cruz de Alfonso X el Sabio.
Luis Azcárate Iriarte. Pamplona
Carta al director de “EL MUNDO”, viernes 24 de abril de 2015

Hasta aquí esta carta que va llegándonos por diferentes vías. Si algo favorecen las nuevas tecnologías es que ciertos escritos, cartas, reflexiones, campañas llegan rápido, llegan a todos y a todas horas. 
He necesitado días para digerir el drama vivido en el instituto Joan Fuster. En Barcelona tengo grandes amigos/as, algunos trabajan en la escuela pública. En el barrio donde está el Joan Fuster viví mis últimos dos años en Barcelona, pasaba junto a la escuela casi cada día. Son lugares conocidos, transitados. La noticia me trae ecos personales. Y afecta. Pero sobretodo me afecta porque soy educadora (que es más que profesora, para mí al menos) y porque muchos de mis amigos e incluso mi marido, son educadores/as. Me afecta porque desde que tengo memoria, creo firmemente en la educación (casa y cole) cómo los ámbitos imprescindibles para la mejora del mundo, para el crecimiento sano de las personas, para el enriquecimiento personal y colectivo.
Afecta (y cansa,  cansa mucho) escuchar continuamente los mismos tópicos sobre los profesores/as, afecta que lo único que importe en el debate educativo de este país sea si tenemos más o menos vacaciones. Afecta este drama de un niño enfermo, de un joven educador muerto, de otros heridos, de todo un colegio afectado por algo tan tremendo. Afecta, duele, preocupa, toca el alma... Porque una de las cosas que vuelve a evidenciar este drama es que la reflexión educativa profunda a niveles ministeriales es nula. 
Quizá me he perdido algo, pero no recuerdo al señor Wert aportando nada en este dramático suceso. Pero como nada inteligente espero de los políticos en cuanto a Educación, no me extraña.
Una cosa es cierta: si queremos que en un aula de un colegio se acompañe el crecimiento y formación de niños con "necesidades educativas especiales" y niños  sin esas necesidades (personalmente creo que todos los niños necesitan una educación "especial" y "especializada", no estandarizada, pero ese es tema de otro debate), entonces por pura lógica, la inversión en educadores/as convenientemente formados debe ser seria y duradera. El llamado "profesor/a de apoyo" debe ser real. No puede ser que en un colegio el departamento de orientación esté compuesto pro personas que sólo tiene unas horas contratadas o que no han sido "profes" de aula. No puede ser que a mí, como tutora, me pidan que acoja en el aula a un niño ciego, o sordo o con leucemia, o recién llegado de China, o psicótico y me digan que le eduque, que le forme, a él/ ella y a 27 o 30 niños/as más y salgas de la situación como puedas (lo genial del caso es que la mayoría de educadores/as de nuestros colegios son personas tan creativas y quieren tanto a los/as niños/as, que encima lo hacen fenomenal, pero sin ayudas adecuadas)
Los recortes en Educación recortan la mejora de la sociedad.
Y, mientras, la atención se pone en si debemos endurecer o no las leyes para los delitos cometidos por menores, en si hay que poner o no controles policiales en los colegios, en si... Mil temas adyacentes, pero seguimos sin ir al núcleo: ¿qué es, qué supone, por donde pasa Educar en el siglo XXI?  Gracias a Dios en muchos centros educativos no sólo hace mucho que surgió la pregunta, sino que se le busca verdadera respuesta cada día.
DESDE AQUÍ MI RECONOCIMIENTO A TODO EDUCADOR/A VERDADERO Y, POR SUPUESTO, A ABEL MARTÍNEZ.


miércoles, 15 de abril de 2015

VIVE

Hoy me permito copiar en mi blog una entrada del blog de Emilio. Os gustará.

VIVE


¿Cómo podemos amar a nuestro enemigo?
Sólo hay un camino: comprenderlo.
debemos comprender por qué es como es,
cómo llegó a ser lo que es,
y por qué no ve las cosas como las vemos nosotros.
(Thich Nhat Hanh)

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mc. 12,31)
Habían pasado ya tres años y aquí estábamos en la misma casa que nos vio vivir todos aquellos acontecimientos en Jerusalén. Habíamos venido a la capital a celebrar la Pascua y… Sucedió todo tan rápido... Resultó todo tan inesperado… Nos quedamos todos tan sorprendidos…
Unos días antes habíamos emprendido camino a Jerusalén, algunos se habían adelantado para buscar un lugar donde reunirnos y compartir la PascUa. Nada nos hacía presagiar lo que ocurrió en esos pocos días. Estábamos todos con ganas de vivir juntos este acontecimiento, nuestro corazón vibraba ante lo que nos deparaban estos días de fiesta de nuestra liberación. Unos días que queríamos compartir juntos, con sentido, en esta nueva familia que estábamos formando.
La entrada en la capital fue un tanto extraña. Jesús montado en un asno, nosotros a su alrederor a pie con palmas de platanero en nuestras manos. Algunos de los que nos acompañaban no entendían este gesto y supuso el desconcierto de algunos de los nuestros, entre ellos Judas (uno de los más cercanos a Jesús) que esperaba que Jesús entrará en Jerusalén de otra manera muy diferente, aunque por distintas circunstancias no pudimos saber qué tenía Judas en la cabeza.
Llegamos a la casa y nos reunimos en torno a la mesa, Jesús se ciñó la toalla y nos lavó los pies, y después cenamos todos juntos como manda la tradición. Allí estabamos todos: los doce, otros que seguíamos a Jesús y algunas mujeres, entre ellas, su madre María. La casa estaba repleta de gente. Después de la cena y de dar algunas instrucciones, Jesús fue al monte de los Olivos. Algunos discípulos estabamos allí con él. Jesús se apartó un poquito más y allí intuí que algo no iba bien, pero no sabía qué era. Ahora, después de estos años imagino que pasaría por su cabeza: le vendrían imágenes de su entrada en Jerusalén, una entrada humilde y pacífica (había entre los que le seguían quien hubiera preferido una entrada con espada en mano). Le vendrían a la mente imágenes de sus amigos y amigas, de su madre, de la gente que en estos tres últimos años había compartido camino con él, de… Hacia sólo un momento que había cenado con sus más allegados y ya había hablado con Judas (no le echaba nada en cara, aunque le dolía su postura). No era un momento precisamente agradable. ¡Qué ciegos estábamos! No lo vimos venir y Él tampoco nos dijo nada.
Fue entonces cuando apareció Judas acompañado por soldados y arrestaron a Jesús. Pedro, que en ocasiones era tan explosivo, agredió a uno de los soldados. ¡Qué barbaridad! Ciertamente no entendíamos nada. Jesús tocó al soldado herido con ternura y éste se tranquilizó, después siguió a los soldados.
A partir de aquí todo se salió de quicio y se precipitó. En pocos días Jesús había muerto. Nos quedamos consternados. No acabamos de entender qué había ocurrido y no habíamos tenido tiempo de asimilar lo allí sucedido. Estamos encerrados en la casa en la que días atrás habíamos cenado todos juntos. Teníamos miedo. Jesús no estaba con nosotros y pensábamos que ahora vendrían a por nosotros. Además, algunos habían empezado a irse y la casa empezaba a quedarse grande. ¡Estábamos tan desorientados! ¿Qué se suponía que debíamos hacer? Nos reconcomía las entrañas el sentimiento de no haber hecho nada, aunque ¿qué hubiésemos podido hacer? Habíamos dejado que lo crucificaran y no habíamos movido un dedo.  ¡Qué perdidos estábamos!
Al tercer día de su muerte, algunas mujeres entraron en casa contando historias sobre Jesús. También dos de los que habían dejado la casa regresaron de Emaús diciendo que le habían visto en el camino. Seguíamos en la casa desconcertados más si cabe, cuando Tomás tomó la palabra. Mientras hablaba la puerta se abrió y… y… y allí estaba, era Él? Todos guardamos silencio, Tomás también. No sé cuánto tiempo estuvimos en silencio, pero sé que fue mucho. Al final, muchos nos acercamos con cuidado, le abrazábamos y entre sollozos, reíamos y llorábamos, y llorábamos y reíamos, y… Él con sus gestos delicados y sus palabras tranquilas iba llenando de amor nuestros corazones, como en otras ocasiones. No hubo ninguna mala palabra contra nosotros ni contra sus captores. Como días atrás nuestras vidas se llenaron de paz.
Nos dijo que estuviésemos tranquilos, que no había nada que perdonar, que para que alguien perdone, debe haber un ego herido; sólo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida. Y también nos dijo: “Escuchad mis palabras: Os veo a todos como un alma afín, no me siento superior, no siento que me hayáis herido, sólo tengo amor en mi corazón por todos vosotros; no puedo perdonaros, porque sólo os amo. Quien ama, ya no necesita perdonar. Id y haced todo con amor”.
Entonces, Él se desapareció.

Habían pasado ya tres años de esto y aquí estábamos en la misma casa que nos vio vivir todos aquellos acontecimientos en Jerusalén. Habíamos venido a la capital a celebrar la Pascua y… Jesús seguía aquí con todos nosotros.

lunes, 6 de abril de 2015

Pascua "a la intemperie"

Ya está, he atravesado "mi Pascua a la intemperie", de la mano de mi querido Emilio y de mi madre, de la mano de la comunidad parroquial de San José de Romo y de su párroco Juanjo Elezkano.

¿Que porqué hablo de una "Pascua a la intemperie"? Me explico. A los quince años pude asistir a la primera "Pascua joven" de mi vida gracias a mis queridas hermanas de Santa Ana. Nos invitaron en el colegio. Aquello para mí fue el inicio de algo profundo, experiencia fundante en toda regla. Un Encuentro con el evangelio a través del paso de Jesús, de su Pascua, encuentro que venía de antes y allí encontró hondura, voces, rostros, canciones, silencios, símbolos litúrgicos que emocionaban todo mi ser, amistad, conversaciones, paisajes... Desde entonces y de forma ininterrumpida, cada Semana Santa la he vivido en ambiente de retiro, de oración, priorizando en los días del Triduo el silencio que permite contemplar y dejarse tocar por el Misterio. Viví después la Pascua en Manresa, luego la "creación" junto con con una gran sacerdote de la Pascua urbana en una parroquia de Barcelona,  al instalarme en el País Vasco de nuevo, la Pascua urbana en Vitoria e incluso por dos años el regalo de animar y motivar la vivencia en retiro de la Pascua de hermanos de La Salle en Sevilla y en Bujedo.

En cada caso ambientes "cuidados", es decir, silencio y liturgia que se unen para provocar la apertura del interior a algo mucho mayor que uno mismo, algo grande, bello, verdadero, bueno... Ambientes en los que todo se confabula para permitir captar algo de ese Misterio al que llamamos Dios y que en Jesús de Nazaret enamora y escandaliza a la vez.

Y a mis cuarenta y siete años he vivido lo que llamo "Pascua a la intemperie", para mí tiene sentido, lo comparto por si te sirve a ti que lees estas líneas. 

Pascua acompañando la soledad de mi madre que no es soledad llorosa ni depresiva, pero es soledad al fin y al cabo, la de quien no tiene junto a sí a quien fue su compañero durante casi sesenta años, ni a sus cuñadas-amigas. Pascua que no podía ser de otra manera porque ¿qué sentido tenía buscar esa "pureza ambiental" sabiendo a mi madre sola? A veces, en la vida, hay decisiones que se te dan hechas y poco hay que pensar, pero a pesar de "verlo clarísimo", como solemos decir, luego aparecen otras emociones, otros pensamientos que "tiran de ti" hacia otro lado y ahí es donde toca mantenerse en esa "muy determinada determinación".

Pero debo confesar una gran ayuda: Emilio. La belleza del matrimonio brilla en momentos así, cuando hay cosas que cuestan o que no apetecen mucho o que...¡vete a saber! y en cambio, ahí estamos, el uno junto al otro, el uno facilitando el paso al otro, el uno acogiendo las necesidades del otro, casi priorizándolas por sobre las propias, el uno caminando junto al otro. Y así, he vivido una Pascua nueva. ¡Qué extraño se me hacía pasear por Bilbao el viernes por la mañana y no vivir un Via Crucis en comunión con el dolor del mundo! Pero... ¿y el dolor de mi madre? ese era el verdadero lugar para esta ocasión en la que comulgar con las muertes de la humanidad. Extraño caminar por la calle, tomar un pintxo, ir a un museo, extraño, sí... En algún momento me sentí infringiendo no sé qué regla tácita de mi vida o siendo infiel "a algo", "a alguien..."

He sentido un montón de mociones interiores, de sensaciones agradables y desagradables y lo que me ha ayudado a situar las cosas en su lugar y no dar cancha a cierta melancolía que quería establecerse en mí, ha sido vivir el presente, vivir cada momento ratificando la razón por la que estaba ahí, en Getxo y no en otro lado y la certeza afincada en mí en los últimos años de que Dios es el Dios de la vida, el que está y es en la vida, en lo pequeño que luego, si toca, nos lleva a lo grande porque "quien no es fiel en lo pequeño, no lo será en lo grande".

Llegaban así los momentos de "los oficios". Me recuerdo a mí misma tan cuidadosa y amante años atrás de los detalles litúrgicos que me da risa, una risa amorosa, porque hoy me sobra la mitad. Y por ello la sobriedad litúrgica de la Parroquia de Romo me ha ayudado a centrar la mirada interior, a agradecer estar allí. Emilio y yo los más jóvenes. Asamblea de personas mayores, sencillas, que te dan la paz con un gran cariño, que leen, que escuchan las palabras sencillas y directas de Juanjo y con él cantan a pleno pulmón aunque seamos "cuatro gatos". 

Allí he sentido fuerte dentro que se cerraba una etapa de mi vida, que llega otra que no sé en qué consiste, pero que está ahí y que pasa por el cuidado de los mayores que hay en mi vida, comenzando por mi madre, como ya lo hice con mi padre. Etapa quizá de mayor interiorización sin tanta "ayuda" exterior porque me toca vivir más a la intemperie, sin los apoyos que en otros lugares y momentos he tenido. Etapa de madurez, de ir mucho más allá, de abrazar tanto recibido, tantísima riqueza humana, espiritual y dar fruto en lo cotidiano traduciendo todo en el "pan de cada día".

No os oculto que hay algo de "vértigo" en esta certeza que va llegando, pero lo acojo y no lo hago sola aunque sea sólo mía la responsabilidad última de secundar esta llamada.

También quiero compartir la percepción de que aunque lo que sucede "dentro de los templos" vaya envejeciendo en edad y vaciándose de participación, lo que sucede en los templos de carne de nuestros corazones y nuestras vidas, va hacia delante, no caduca y es lo que a Dios de veras le importa, en mi humilde opinión.

Por todo ello y por más que me quedo para mí, puedo sonreír, reír y cantar y proclamar con fe renovada y recreada: ¡CRISTO VIVE! Todo lo bueno, bello y verdadero de la Vida vive por siempre y para siempre y el resto es cosa de mi camino, de tu camino, de nuestro camino de seres humanos perfectamente imperfectos.

Entonces veré el sol con ojos nuevos
y la noche y su aldea reunida,
la garza blanca y sus ocultos huevos,
la piel del río y su secreta vida.

Veré el alma gemela de cada hombre
en la entera verdad de su querencia,
y cada cosa en su primer nombre
y cada nombre en su lograda esencia.

Confluyendo en la paz de Tu mirada,
veré, por fin, la cierta encrucijada
de todos los caminos de la Historia

y el reverso de fiesta de la muerte.
Y saciaré mis ojos en Tu gloria,
para ya siempre más ver, verme y verte.

Pedro Casaldáliga. Sonetos neobíblicos, precisamente.