La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

miércoles, 27 de enero de 2016

NOMOFOBIA (y no es "miedo a los gnomos")

La nomofobia es el miedo a dejarse el móvil en casa/EFE/Jorge ZapataLa nomofobia es el miedo a dejarse el móvil en casa/EFE/Jorge Zapata
El término nomofobia significa “no-mobile-phone phobia” o, lo que es lo mismo, la dependencia al teléfono móvil llevada al extremo. Es el nombre con el que se ha definido al miedo de estar sin móvil. Puede parecer una simple adicción, pero también es posible que detrás de eso haya un grave problema psicológico.
Las fobias son una manifestación de nuestros conflictos internos expresados a través de algún tipo de miedo o angustia. Con el desarrollo de las tecnologías, han nacido nuevas fobias que se relacionan directamente con la innovación de los dispositivos electrónicos.
El uso diario y continuo de Internet, las redes sociales, tablets o smartphones hace que nuestra salud se vea afectada. Antonio de Dios, psicólogo del Hospital Quirón de Marbella, ha hablado con EFEsalud para explicar las razones por las que se produce la nomofobia y cómo combatirla.

Síntomas

  • Sensación de ansiedad
  • Taquicardias
  • Pensamientos obsesivos
  • Dolor de cabeza
  • Dolor de estómago

Causas

La nomofobia: el miedo a vivir sin móvil
EFE/ Sebastiao Moreira
Por un lado, se produce una dependencia absoluta de los demás, pues el móvil es una manera de estar conectado. Es todo un problema de autoestima y de relación. De hecho, la inseguridad personal es el factor más común que causa nomofobia.
La idea de perfeccionismo es otra de las razones por las que aparecen estos casos, ya que en estas personas existe una necesidad de hacerlo todo sin ningún fallo.
“Mi vida circula alrededor de satisfacer al otro, así que, si me llaman y no tengo la posibilidad de estar conectado, me siento solo. Aparece el miedo a decepcionar a los demás”, afirma Antonio de Dios.
Si estamos esperando una llamada y no contestamos, sentimos que estamos fallando y el miedo se apodera de nosotros

Consecuencias

Al producirse una esclavitud absoluta al móvil, la adicción a veces es incontrolable.
Antonio de Dios asegura que los que sufren este problema son personas que no pueden apagar el móvil por las noches y que, por tanto, se ven interrumpidos durante sus horas de sueño. El insomnio es, por tanto, una de las consecuencias más frecuentes en los pacientes con nomofobia.
Lo primero que hacen los nomofóbicos al tener un móvil entre sus manos, después de un rato sin utilizarlo, es consultarlo inmediatamente.
“Es como el que tiene adicción al tabaco, que lo pasa mal cuando se le acaban los cigarrillos y que, en cuanto tienen la posibilidad de fumar, lo primero que hacen es encenderse uno”

Tratamiento

Siempre es aconsejable, ante cualquier duda, consultar con una persona especializada en dependencias, adicciones y en el tratamiento de la seguridad personal o la autoestima.
El abuso del smartphone se produce muchas veces porque la persona se siente presionada en algunos aspectos de su vida y de los que debería liberarse.
“Nuestra vida ha de estar centrada en nosotros mismos y no en la comunicación con los demás. De hecho, estar en contacto con el resto debería ser considerado como un extra”

Perfil del nomofóbico

Es una persona que tiene falta de seguridad en sí misma y baja autoestima. En cuanto a la edad, la nomofobia suele darse mucho más en adolescentes, pues ellos tienen más necesidad de ser aceptados dentro del grupo, además de que los jóvenes están más familiarizados con las nuevas tecnologías que las personas más mayores.
La nomofobia: el miedo a vivir sin móvil
EFE/ Harold Escalona
Suele ser más común entre en sexo femenino, pues la estructura cerebral de las mujeres hace que tengan más facilidad para comunicar y más necesidad afectiva que los varones. Además, ellas tienen mayor capacidad para establecer relaciones afectivas.
“Los hombres no tenemos tanta necesidad y utilizamos el teléfono móvil para aspectos tecnológicos, laborales o de gestión”, apunta De Dios.

Cómo afecta a las relaciones afectivas

Las relaciones de pareja se han visto afectadas en gran medida por el uso permanente del smartphone, aunque también es cierto que las facilita en muchas ocasiones. Hoy en día,tenemos muchas formas de comunicarnos, aunque, llevado al extremo, esto provoca un enorme problema.
“El hecho de mantener una relación a través de la pantalla hace que, a la larga, no seamos capaces de ser nosotros mismos cuando estamos cara a cara. Las personas inseguras se benefician al estar protegidas por un teclado y al poder expresar más cosas en la realidad virtual”, explica el especialista.
Se trata de un círculo vicioso. El miedo a la inseguridad aumenta la protección de estar detrás de un aparato y, al pasar más tiempo con el artilugio entre manos, más habilidad adquirimos en su uso y más pánico tenemos al cara a cara.
A veces no somos capaces de trasladar las relaciones que creamos a través del ordenador o del WhatsApp a la realidad del día a día. Ahí estaremos ante un problema”, declara el psicólogo Antonio de Dios.

Consejos

  • Apuntar lo que sería un uso razonable del teléfono
  • Apagar el móvil durante las comidas o durante una reunión familiarizados
  • Priorizar la realidad al mundo virtual
  • Si nos damos cuenta de que la ansiedad se apodera de nosotros al dejarnos el teléfono en casa, nunca está de más consultar con un especialista

martes, 26 de enero de 2016

Mi pustinia irunesa

La palabra rusa pustyn (en ruso пустынь) designa a un tipo de pequeña habitación o reducido habitáculo escasamente amueblado destinado a la oración y al ayuno en presencia de Dios. Tiene origen en la palabra rusa pustynia (пустыня, "desierto"). El que es llamado a vivir en una pustynia o pustyn permanentemente es denominado pustynik.

Me gustan mucho los documentales y suelo ver siempre que puedo, los de "la 2" (sí, esos que todo el mundo dice que ve para no reconocer que también ve "Sálvame" o cosas así de banales, pues yo he sido siempre una forofa de los "docus de la 2"). En fin, hoy he disfrutado conociendo un poco la costa irlandesa. Viendo los hermosísimos paisajes pensaba "¡vaya", parece el País Vasco, no tenemos nada que envidiar" (un poco de "chovinismo" no hace mal a nadie, y más cuando obedece a la realidad). Entonces en el documental nos explicaban la ubicación de una pequeña isla frente a la costa irlandesa en la que hay un pueblo deshabitado. Allí vive sola, durante los meses de clima favorable, una mujer que ha adecentado una pequeña habitación. Ella explicaba feliz el porqué: nada puede pagar ese silencio, el paisaje, la naturaleza serena, la paz... Verdaderamente lo veía y sentía la más profunda envidia. Allí estaba ella con cuatro cosas, sin luz, sin agua corriente, recogiendo líquenes para teñir la lana que luego hila y con la que el resto de meses que regresa a tierra firme, hace ropa. Se la ve hilar contemplando el mar y saluda a un barquito que pasa cerca. En ese momento de suma envidia, he reparado en la belleza que me rodeaba en esta casa en la que vivimos hace un año y poquitos días. La luz entraba a raudales por la terraza y las amplias ventanas de la sala. Esa luz iba resaltando cada rincón, cada plantita, cada cuadro y fotografía de nuestro piso. Mirando a través de los cristales veo montes, verde del norte... y a esta hora de la tarde hay mucho silencio en la zona. 

Al terminar el documental me he ido a la terraza. El sol incide por la tarde de plano en ella, un sol de enero (extraño por otro lado, pero hermoso y reconfortante). Me he sentado. He cerrado los ojos y me he sentido claramente en "mi" pustinia en medio de la ciudad, "mi" pustinia irunesa (aún más del banco que mía, pero la disfruto yo y espero que por mucho tiempo). He recordado el eco que creó en mí con veintitantos años el libro  de Catherine Doherty "Pustinia: Espiritualidad cristiana del este para el hombre occidental". Sintiendo el sol en la cara, escuchando un silencio casi perfecto, tomando conciencia de la beatitud y privilegio de ese momento concreto, he abierto los ojos y veo bajo mi terracita a una religiosa de la guardería que hay a unos metros de casa, me está mirando mientras sonríe. Mi brazo toma vida por su cuenta y la saludo y ella me devuelve el saludo como si nos conociéramos de toda la vida. Conversamos, ella en la acera apoyada en su bastón, yo desde el segundo piso. Me pregunta mi nombre (como no ha venido a los retiros que he dado para Confer en Irún, no sabe quién soy, pero yo sí conozco a alguna de su hermanas, juego con ventaja), me dice el suyo, me explica que hay una hermana muy enferma que se llama como ella. Le deseo feliz paseo y nos despedimos con una sonrisa.

Pues nada que envidiar a la amiga de Irlanda, o más bien, muchas cosas nos hermanan: el gusto por el silencio y la naturaleza, el deseo de sencillez en la vida y la posibilidad hoy de saludar alguien con cariño desde nuestro "retiro".

Doy gracias a Dios por esta pustinia, por poder gozar de días de silencio, calma y cierta lentitud entre los días de trabajo y viajes. Gracias por poder conversar con una religiosa desde el balcón como si fuera lo más normal del mundo (para mí lo es, pero visto desde fuera no deja de ser curioso). Gracias porque en un rato Emilio saldrá del trabajo y disfrutaremos del resto de la tarde como se tercie, sin demasiados planes. Gracias porque esta casita que acoge amigos y familia cuando quieren venir. GRACIAS porque un día, descubrí la posibilidad de vivir como una "pustynik" en medio de la ciudad y hoy se me otorga un lugar hermoso donde vivir esos momentos de recogimiento con un compañero extraordinario.

martes, 19 de enero de 2016

Guardianes de la llama

En el blog de Javier Palacios "reflexiones quijotescas" encuentro este maravilloso mensaje y no puedo resistirme a traerlo aquí como merecido homenaje a los verdaderos Maestros y Maestras, los guardianes de la llama de cada niño, de cada adolescente, de cada joven.




Cada niño nace con una preciada llama dentro de sí, una llama interior de asombro y el potencial de comenzar. Esta llama ilumina el camino que se extiende hacia delante encendiendo la curiosidad y reavivando la pasión. Pero hay momento en los que esta llama es desafiada. Desde dentro y desde fuera. La llama puede flaquear bajo la presión. Puede ser ahogada por inseguridades personales. Si bien los chicos pueden llegar a tropezar, nunca estarán perdidos. Los maestros estarán protegiendo esas llamas a cualquier precio, junto con una familia atenta y cariñosa. Son los maestros quienes permanecen al lado de cada alumno. Tanto en las alegrías de la vida, como también en las tristezas. Estos custodios de las llamas pueden ayudar y guiar, porque ellos comparten esa llama del aprendizaje que brilla fuerte desde dentro. Estos maestros conocen el corazón del niño, valoran todo tipo de inteligencia. Los maestros ayudan a cada chico a escalar, más alto, más lejos y durante más tiempo y a adueñarse de los desafíos a lo largo de su misión. A aprender y vivir lo que hacen mejor. Los maestros celebran los triunfos y protegen en las tormentas para mantener esa llama calmada, encendida y cálida. Y, entonces, es hora de volver la mirada a ellos, estos custodios de la llama. Les agradecemos su pasión y les damos un gran reconocimiento por su conocimiento, investigación, ciencia y arte que les permite ser custodios de las mentes y los corazones. Para mejorar nuestras escuelas tenemos una opción: escuchar la voz de los maestros. Voces tan diversas que protegen la llama interior de cada alumno. Con el don de saber qué es lo correcto para mantener cada espíritu brillando fuerte. Entonces escuchemos a nuestros maestros a la hora de imaginar y diseñar colegios que mantengan nuestra llama encendida y que permita que cada niño brille.


                                                                              
 La educación no es llenar un balde, sino encender un fuego


                                                                        William Butler Yeats

lunes, 11 de enero de 2016

¿"Navidad"?

Sí, Navidad entre interrogantes y comillas porque cada vez entiendo menos qué es este tinglado que nos hemos montado y al que llamamos “Navidad”.
No entiendo como podemos seguir relacionando la avalancha de regalos generalmente superfluos y algunos hasta inútiles con lo que de Regalo tiene la Navidad. La Vida misma es el regalo, Dios es el regalo que se nos hace, Dios se nos regala, se da, se entrega vaciándose y nosotros lo “celebramos” llenándonos de tonterías caras. Me cuesta mucho que, esté como esté la economía familiar, exista una obligación tácita de regalar cosas pero no nos planteemos que el mejor regalo en tantos casos es el hacernos presentes de veras y no parapetados en felicitaciones vacías de sentidos y ocultos tras mil paquetes de regalitos de todo tipo.
No entiendo que “celebremos” que Dios nació pequeñito, pobre, casi sin lugar calentito donde nacer dejándonos los “cuartos” en comida pantagruélicas que incluso nos dejan medio enfermos y necesitados de “almax” para acabar de digerir tanto langostino,  turrón y champán  mientras lo que menos alimentamos es el Alma que es el ambito de lo divino. Creo que lo verdaderamente divino se nos atraganta.
Sí, “¿Navidad?”. Una Navidad sin alma pero con “almax”. Una Navidad de “Corte Inglés” y “Zara” pero con pocas visitas a Belén, el espacio vital de lo pequeño, de lo sencillo, de lo que nace de veras de la entraña, sin nada superfluo.
Me pregunto con preocupación si los cristianos y cristianas hacemos bien transigiendo con los montajes de estas fechas. Me pregunto qué pasaría si poco a poco fuéramos haciendo una “huelga de Navidad” y diéramos de veras “razón de nuestra esperanza” negándonos con dulzura y amabilidad a participar de la carrera consumista en la que nos metemos desde el 25 de diciembre al 6 de enero.

Me siento extraña y ajena a todo este tinglado, me sobra y me enferma. Miro el pequeño Belén de casa, el niñito en pañales y me pregunto y le pregunto a él qué tiene todo esto que ver con Él. Me sonríe y me acaricia el alma y escucho en mi alma ese saludo del de Asís: “PAZ Y BIEN”.

lunes, 4 de enero de 2016

El elogio de la Navidad


Me envía un sacerdote amigo esta preciosa reflexión que nos ayuda a situarnos en la verdadera Navidad, en el Misterio profundo, retador incluso dramático de la Encarnación de Dios, tan y tan alejado de lo que nos hemos habituado a "vivir": una navidad de regalos prescindibles e incluso impersonales tantas veces, comilonas, fiesta por la fiesta sin apenas recuerdo ni memoria de lo que de subversivo tiene recordar y celebrar que Dios se hizo persona humana en medio de la noche, en un contexto de pobreza señalando lo que sería la vida de Jesús caminando con los marginados, denunciando injusticias y unida irremisiblemente a la Cruz, todo como camino hacia la verdadera Vida. Navidad y Pascua son dedos que señalan en  una única dirección: abajarse, vaciarse, morir para poder vivir de veras.
Añadir que quien me envía el texto, vive en comunidad con inmigrantes y desfavorecidos en una casa abierta en Vitoria. Ellos y ellas encarnando de verdad la Navidad verdadera. Gracias José Mari y comunidad.

El Elogio de la Navidad 


Allá por los años setenta no era raro encontrar en alguna iglesia alemana un belén presidido por el siguiente texto: “El establo, el hijo del carpintero, el predicador entre gente humilde y el patíbulo al final son resultado del material histórico y no fruto del material dorado, preferido por la leyenda”. Lo llamativo de este texto es el nombre de su autor: no lo escribió un fervoroso teólogo cristiano, sino Ernst Bloch, filósofo marxista y ateo. Nunca escatimó este autor de una monumental filosofía de la esperanza elogios a Jesús de Nazaret: “Aquí aparece un hombre bueno con todas las letras, en toda la extensión de la palabra, algo que no había ocurrido nunca”. Como credencial de la bondad de Jesús exhibía Bloch su “tendencia hacia abajo”, es decir, su decantación por los pobres y marginados de la tierra. Y, naturalmente, el “establo” al comienzo de su trayectoria, y el “patíbulo” al final simbolizan vigorosamente esa opción por los más débiles. 
Todos sabemos quiénes son los débiles de la economía, de la política, de la sociedad, de la vida. Dostoievski los evocó dramáticamente a todos en su novela Humillados y ofendidos, una novela necesariamente larga, como largo es el recuento de los maltratados de la historia. Bloch diría que, en algún sentido, los evangelistas Mateo y Lucas los convocaron a todos al “establo”. Conscientes del relieve de la persona cuya vida, muerte y resurrección iban a narrar, estos dos evangelistas intentaron reconstruir su árbol genealógico. En la reconstrucción de Mateo tienen un puesto de honor los débiles. Es llamativo, por ejemplo, que falten en su lista los nombres de mujeres famosas del Antiguo Testamento, como Sara y Rebeca. ¿Pretendió Mateo destacar ya la tendencia hacia abajo, hacia lo desconocido, hacia lo mal visto, de Jesús y del naciente cristianismo? En cambio, nombra a Rajab, mujer de cuyo matrimonio la Biblia nada sabe. En general, las mujeres mencionadas son, con motivos o sin ellos, de dudosa fama. Y un último dato que no puede ser casual: las cuatro mujeres nombradas en la lista son extranjeras. ¿No estaremos ante una temprana superación de los límites étnicos y geográficos, hoy de tan necesaria actualidad? 
Lo que es indudable es que el establo nació con vocación de universalidad, algo legítimo siempre que no se trate de una universalidad impuesta. Es cierto que inicialmente, según informaba allá por el año 90 el historiador judío Flavio Josefo, la “tribu” de los cristianos estaba formada de “esclavos y desarrapados del mundo mediterráneo”. Pero bien pronto aquella “funesta superstición”, como llamó Tácito al cristianismo, amplió su radio de acción. La nueva religión, nacida al amparo del “hijo del carpintero”, dejó enseguida constancia de su honda preocupación social. Además de anunciar las bondades del más allá insistió en la necesidad de ponerlo “todo en común” en el más acá. Hubo frentes fijos y privilegiados: los huérfanos, las viudas, los ancianos, los enfermos, los pobres, los discapacitados. Sin olvidar el sentimiento de grupo, de comunidad, que la nueva religión fomentaba. Entonces, como hoy, la soledad hacía estragos. Epicteto describió “el horrible desamparo que puede experimentar un ser humano en medio de sus semejantes”. No es de extrañar, pues, que el mundo pagano, inicialmente poco simpatizante del nuevo movimiento religioso, terminase reconociendo que, aunque los cristianos no habían inventado el amor al prójimo, lo practicaban con notable efectividad. 
El árbol genealógico reconstruido por Mateo y Lucas, los únicos evangelistas que narran la infancia de Jesús, pretendía situar a Jesús en este mundo. Deseaban destacar que el “predicador entre gente humilde” no cayó de un cielo resplandeciente y estrellado. Le precedieron unas generaciones que se movieron, como las nuestras, entre la generosidad y la intriga, entre la grandeza y la miseria de todo lo humano. Ellas son un indicio fiable de que, por mucho que se la maltrate, la moral nunca se rinde. Si hemos llegado hasta aquí, si la “furia de la destrucción” (Hegel) no ha acabado con todo es porque somos constitutivamente morales. La moral nunca será un “mobiliario muerto” (Fichte). 
Es indudable que el “establo” nació con vocación de universalidad 
El nacimiento de Jesús de Nazaret no fue registrado por las crónicas de la alta sociedad de su tiempo. Los evangelistas se cuidan de constatar que fue anunciado a unos pastores, gente mal vista, con fama de asaltar a los peregrinos y de permitir que sus ganados pastasen en la propiedad ajena. Los protagonistas del nacimiento, María y José, eran gente sencilla de pueblo, débiles económica, cultural y socialmente. La debilidad es, pues, el marco que preside la entrada del Nazareno en este mundo; debilidad cuya presencia se irá haciendo más densa día tras día hasta culminar en el “patíbulo”, símbolo de ignominia y marginación. 
Por último: el evangelista Mateo evoca la presencia de una estrella que brilla en el cielo y conduce a los Reyes Magos al “establo”. Curiosamente una de las etimologías del término “Dios” es “div” o “deiv”, que significa brillar. Es una palabra que tiene su origen en la experiencia de la contemplación del firmamento, de las estrellas. Expresa lo que todos sentimos cuando elevamos nuestros ojos al cielo: admiración, sobrecogimiento, dependencia, invocación, fascinación ante tanta grandiosidad. Enseguida nos viene a la mente el “cielo estrellado” que tanto impresionaba a Kant, o “el silencio de los espacios infinitos” que sobrecogía a Pascal, o la experiencia de lo “tremendo y fascinante” que con tanto acierto acuñó R. Otto. El cielo “se lo saben” los científicos, pero nos sobrecoge a todos. 
La otra etimología del término Dios, propia de las lenguas germánicas y anglosajonas (GottGod), podría derivarse de la raíz indogermánica “hu” que significa llamar, suplicar. Remite a la experiencia de invocar al Misterio, al fundamento último de la realidad, a Dios, desde una situación humana de profunda necesidad, sufrimiento y desamparo. Es lo que hacen los Salmos. Intentan conmover a Dios, suplicarle, darle gracias. 
Jesús vivió en permanente roce con las víctimas del injusto reparto de los bienes de esta tierra. 
Los evangelios informan escuetamente de que Jesús murió en la cruz dando un grito fuerte, invocando a Dios y preguntándole por qué le había abandonado. Es posible que en sus últimos momentos Jesús experimentase crudamente la ausencia de Dios. Tal vez lo más correcto histórica y teológicamente sea decir que en la cruz la confianza de Jesús en Dios fue puesta duramente a prueba. Experimentó, en palabras de Hölderlin, que “Dios ha hecho el mundo como el mar hace la playa: retirándose”. Bloch tenía razón: hubo establo al principio y patíbulo al final; y en medio, también lo señala Bloch, permanente roce con la “gente humilde”, con las víctimas de la desigualdad y del injusto reparto de los bienes de esta tierra. No es un mal elogio ateo de la Navidad. 


Manuel Fraijó 
Catedrático emérito de Filosofía de la UNED.