La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Espiritualidad cristiana y contemplación: la mente en la oración (II)

Frei Betto: "Los desafíos de la oración: cómo rezar" en  Leonardo Boff y Frei Betto:"Mística y espiritualidad" Ed. Trotta , Madrid 1999. Págs. 115-116.



(...) Un gran místico nunca está preocupado. Jung analizó la psicologia del místico y llegó a la conclusión de que la persona que alcanzó la madurez psicológica superior es siempre un místico. No hay nadie sobre la faz de la tierra que sea más maduro psicológicamente que el místico. Eso no significa que no tenga sus locuras. Pero es una persona totalmente armonizada por dentro, y Jung observa que el místico es aquel que no tiene nostalgia del pasado y mucho menos ansiedad ante el futuro.
El budismo zen elabora eso de una forma curiosa. Afirma que, si alguien tiene un problema, debe llegar a un acuerdo consigo mismo: Dios se va a encargar del 50 por ciento del problema y el otro 50 por ciento lo va a resolver el tiempo. Todos los problemas son resueltos por el tiempo y de todos se encarga Dios. Por consiguiente, nunca te preocupes, ocúpate. Nuestra mente, como decía Fernando Pessoa, es la loca de la casa. Por la mente entran todas las energías negativas: el resentimiento, la venganza, la envidia, la manía de juzgar a  los demás, la voluntad de compararse a los otros. La experiencia mística requiere el control de la mente. Hay infinitos métodos. Voy a citar dos o tres.
En primer lugar, el del mantra, subjetivo y objetivo. El mantra objetivo consiste en mirar hacia un punto fijo, una figura geométrica y quedar concentrado en la figura a fin de domesticar la mente. El mantra subjetivo cosiste en pasar el día recitando un versículo del evangelio, diciendo la palabra "Jesús", o pensando lo siguiente: ¿qué haría Jesús si estuviese en  mi situación?
Otro factor de disciplina de la mente consiste en limpiarla completamente de imágenes. Todos los místicos, cristianos y no cristianos, nos recomiendan: debemos hablar con Dios lo que baste para predisponernos a escucharlo. El ideal es quedarnos en un lugar con los ojos cerrados y limpiar la mente de toda imagen, de todo pensamiento, de toda memoria, de toda fantasía. ¿Cómo se hace eso? Pues haciéndolo.
No es que las imágenes no acudan. Vienen, pero las dejamos parar como nubes en un cielo azul. Imagina tu mente completamente vacía y en blanco. Me dirás que conseguiste quedar media hora así y que no sentiste nada. Estupendo. Precisamente ése es el buen camino porque no oramos para sentir algo sino para dejar que la divinidad nos empape. A veces sentimos cosas muy buenas que no son provocadas ni por la mente ni por las emociones o sentimientos, esas cosas no son el fruto de la oración. No oramos para sentir eso, sino para ampliar la fe y la capacidad de amar. Ése es el fruto y la finalidad de la oración del cristiano.
El budista ora para librarse del dolor y mantenerse impasible ante la conflictividad y los problemas. Nosotros, los cristianos, oramos para ampliar la fe y la capacidad de amar.

Espiritualidad cristiana y contemplación: La mente en la oración (I)

Esta entrada del blog la dedico a todas esas maravillosas personas que conozco que anhelan una vida interior rica, que desean entregarse a Dios, encontrarse con ella/Él en la intimidad  de la contemplación pero que sienten que se pierden , que no acaban de encontrar el "modo".

La oración personal, entendiendo por ello no sólo la oración vocal sino los procesos propios de  la oración contemplativa, sigue siendo uno de los grandes escollos de la vida espiritual de un/a cristiano/a. El amor al prójimo y a Dios que Jesús nos propone como una misma cosa, supone una propuesta que toma a la persona por completo: cuerpo, mente y corazón, palabras y actos. Acceder a incluir al Dios de Jesús en la ecuación vital supone dejar que el Centro de todo sean Dios y el prójimo, especialmente el prójimo que sufre, el más necesitado.

El amor al prójimo y la relación personal con Dios son, así pues,  los ejes sobre los que pivota la vida espiritual cristiana.

Hoy, y dada la temática central de este blog que no es sino la Educación de la Interioridad, me centraré en una cuestión que supone un verdadero quebradero de cabeza para toda persona que sinceramente desea adentrarse en la vida de oración. Es el tema de "los pensamientos" dicho de otra forma, la importancia y complejidad de la domesticación de la mente, sí, porque a la mente es preciso domesticarla para que esté al servició del despliegue y trasparencia de nuestra esencia de hijos e hijas de Dios.

Habría mucho que decir y de hecho es uno de los temas sobre los que más libros se han escrito y más conferencias se imparten. Actualmente a todo lo relacionado con la atención de la mente, la no dispersión metal, se le denomina en muchos foros "mindfulness". Yo no haré referencia ni me centraré en este sistema de atención mental con fines terapéuticos, sino que apunto directamente a la rica tradición de oración contemplativa del contexto cristiano a lo largo de muchos siglos. De hecho, el propio sistema del mindfulness se nutre del bagaje de experiencia espiritual del budismo ofreciéndolo en un contexto laico y científico.

Aquel, aquella, que se ha Encontrado con Dios, que acepta y decide que Ella/Él sea referente, guía, luz, Madre/Padre y Maestra/o al estilo del Dios revelado en Jesús de Nazaret, el profeta de los pobres y el servidor de todos, percibe una sed de relación personal e íntima con ese Dios, del mismo modo que percibe que abriéndose a la relación con Dios es invitado a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas.

El Espíritu invita a la persona creyente a acudir al desierto -"Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón" (Oseas 2, 16). El desierto evoca el ámbito de lo árido, el lugar donde no es sencillo florecer, el desierto nos conecta con lo esencial porque en él sólo lo esencial sobrevive. El desierto, en la Biblia, es el lugar del Encuentro con el Dios vivo que nos desnuda de artificios. Y la oración tiene mucho de desierto porque nos lleva irremisiblemente a dejar caer los falsos apoyos, las poses y mentiras. La oración nos denuda para permitir que emerja la Verdad que nos habita y somos. En el camino por el desierto de la oración, progresivamente y sin darnos cuenta, brota sutil, un agua que todo lo empapa y vivifica. La oración es un camino de humanización radical.

Mas es preciso respetar los procesos de esa vida interior. Y uno de los momentos clave es aquel en el que la persona siente la llamada a abandonarse, a "soltar presa" y permitir que el Espíritu de Dios tome la iniciativa. Entonces, cae todo: caen los textos, las canciones, las meditaciones, el diario personal... Lo que ayer inspiraba hoy molesta y distrae. Aparece el Gran Silencio y, en él, se experimenta Paz, el sosiego de las potencias, algo que nuestra mente no sabe "manejar" y es por ello que en no pocos casos, la persona traduce la experiencia como un pérdida, "la oración ya no me dice nada", incluso puede sentirse aridez y llegar al rechazo de la oración personal.

Para no alargarme, voy a terminar esta parte del tema que os propongo aquí, pero abro otra entrada con un texto de Frei Betto que me parece ilumina de forma magistral este asunto.