La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

miércoles, 15 de mayo de 2019

"¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?"

Una de las cuestiones que intento dejar muy clara en todas las formaciones que ofrezco a los claustros educativos de las escuelas católicas es que, dado que al afrontar la aventura de crear e implementar un proceso de EI pondremos mucho el acento en la dimensión interior, no hemos de olvidar nunca que eso no quiere decir que menospreciemos la dimensión exterior. Es más, lo de "interior"  y "exterior" no son sino conceptos que precisa nuestra mente dual para comprender las cosas. Sin embargo, en los niveles profundos del ser no existe tal disociación puesto que nuestra Esencia personal, humana, es la Unidad, unidad entre nuestras dimensiones (interior-exterior // cuerpo-mente-corazón) y unidad con los demás, con el mundo y con Dios.

Este es el telón de fondo que  ningún educador/a debe olvidar cuando está creando y aplicando procesos de EI.

En ese sentido, la calidad y hondura de la EI entendida como Paradigma educativo radica precisamente en que los educadores/as vivan y se dejen sumergir en esos procesos de unificación personal. No puede ser algo teórico, no vale con "saber" que interioridad y exterioridad forman una unidad y se nutren mutuamente, sino que es necesaria la experiencia de que es así.

¿Y cómo puede darse tan experiencia? Evidentemente el camino de cada persona es único y sería un error enorme pretender "estandarizar" tales procesos, pero sí podemos afirmar que uno de los caminos (si no "el" camino) para vivenciar la unidad que somos es el Silencio, o mejor dicho, el silenciamiento que posibilite la experiencia del Gran Silencio que nos desvela el Ser en el que somos.

Sin lugar a dudas, en la vida interior, en el camino de despliegue de nuestro ser, la meditación y la oración son imprescindibles.

Para el educador/a no creyente, la meditación será el camino, pero no reduciéndose a la atención plena, que siendo, mucho me parece se queda a medio camino, sino adentrándose en el camino del verdadero silenciamiento que nos despoja, nos desnuda de artificios, de prejuicios, de excusas, de máscaras.

El educador/a creyente está invitado a experimentar eso mismo, dando a la meditación el nombre de "oración". Porque el creyente acoge en ese Gran Silencio fruto del silenciamiento, no sólo el encuentro con su verdadero "yo" o "esencia" sino que anhela encontrarse ahí, en ese hondón, con Dios, con la Presencia amorosa en la que puede descansar.

Unos y otros, creyentes y no creyentes, precisamos del silenciamiento para poder ser adentrados en la raíz de la Existencia. Unos allí reconoceremos la Presencia del Dios que nos habita, los otros, encontrarán en ese hondón el sentido, al Fuente, el Ser en el que enraizar su ser. Unos y otros, si  con sinceridad nos abandonamos en el Silencio, somos convocados al Amor concretado en la acogida y servicio a los demás, aunando "mística " y "liberación".

Es por esa centralidad del silenciamiento para los procesos espirituales, que en los claustros de los centros educativos donde se pretende acompañar a los alumnos/as en la conexión con su dimensión interior, deben cuidarse y promoverse experiencias de silenciamiento mediadas por el espacio común de aquello a lo que llamamos "meditación": una técnica común que cada educador/a vivenciará desde su sensibilidad religiosa o no.

Educar la Interioridad  es sinónimo de "aprender a ser" y "aprender a ser" pasa por abrir las compuertas que unen lo exterior y lo interior. Si ayudamos a nuestras comunidades educativas a redescubrir los "vasos comunicantes" entre lo interior y lo exterior, estamos haciendo un bien inmenso a la persona, favoreciendo los procesos de unificación personal y comunitaria que tanto necesitamos todos/as.

En todo caso, nos jugamos mucho en el nivel de implicación con nuestro propio proceso de crecimiento personal y espiritual como educadores/as. Podemos ser grandes hipócritas pidiendo e incluso exigiendo a nuestros alumnos/as que se dejen adentrar y que vivan experiencias que quizá nosotros/as, adultos/as, no estamos dispuestos/as a vivir. Si esto es así, si el/la educador/a se conforma con ser un/a simple "aplicador/a de técnicas", pero sin implicación personal, serán imposibles los procesos de verdadero acompañamiento imprescindibles en ese camino de conexión interior-exterior, porque "¿puede acaso un ciego guiar a otro ciego?"

 Y les decía una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro. ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.
 No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Lc 6, 39-45)


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