La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Aquel árbol, aquella campa, esta emergencia planetaria...

Guardo en mi memoria vívido y grabado a fuego, un recuerdo de infancia. No sé exactamente qué edad tendría, quizá 9 o 10 años. El barrio donde yo pasé mi infancia era un barrio normal, de pisos muy sencillos. Frente a nuestro bloque un colegio público donde estudiaron mis hermanos y recogido entre el bloque de mi casa y el colegio, una "campa". "La campa", así la llamábamos y en mis oídos de niña resonaba como un nombre propio... Decir "la campa" era decir juegos sin fín, juegos de todo tipo: trepar a los muretes que la rodeaban y los árboles que había en ella, jugar  al "hinque" con un destornillador que lanzábamos y quedaba clavado en el barro después de algún chaparrón tan frecuente en el norte; era normal escarbar en la hierba y coger lombrices, recrear el mercado de las caseras y los caseros haciendo puestos de "comiditas" con cacharritos de juguetes que llenábamos de hierbas y flores que se transformaban en lechugas, tomates... Júgabamos a la cuerda, a la goma, al escondite. Nos lanzábamos sin miedo ninguno, ni nuestro ni de nuestras madres, por unas empinadas cuestas con las "goitiberas" fabricadas con cuatro palos y ruedines (que no sé de donde sacaban mis hermanos), o con los patines endebles de aquella época, sin refuerzos para los codos y rodillas ni cascos... Nos transformábamos en los personajes de moda del momento, incluso en Mazinger Z y, la campa se vaciaba cuando alguna madre desde el balcón gritaba: "¡Que comienza el hombre y la tierra!", o cuando era la hora de "mundo submarino"...
En esa campa aprendí yo a comer "tomates" que no eran sino unas florecillas que, según afirmábamos eran comestibles. Nunca me dieron diarrea, así que debían de serlo, preludio de la alta cocina vasca...

Cuando estaba enferma y no podía ir al cole, escuchaba el bullicio de los niños del colegio al salir a la campa a jugar, menudo patio de juegos más genial, sin cemento, pura hierba y goce. Veía a mis hermanos jugar y mi madre les tiraba el bocata desde la ventana envuelto en una bolsa al más puro estilo "lanzamiento de peso".

Seguramente la memoria que atesoro de los metros cuadrados que ocupaba aquella campa, nada tendrá que ver con la realidad, pero a mis ojos de niña, la campa era enorme, un verde y atractivo espacio de juegos que me hacía sentir libre y que era nuestro, muy nuestro. Imagino que, si la viera hoy, ya adulta, me pasaría como nos pasa a todos y me sorprendería al descubrir que no era tan grande ni tan bonita... Pero para la niña que fue, era enorme y llena de posibilidades. Un lugar entre los muchos de mi norte amado, donde aprendí a amar la naturaleza.

Entonces, un día, algo oí de que iban a "quitar" la campa... ¿quitar la campa? Nunca olvidaré el horror que sentí. Tuve muy claro que aquello era un error de los adultos, era imposible que "quitaran" la campa. Y nunca olvidaré, desde luego, la tristeza, el enfado y la impotencia que me inundó cuando desde una ventana de casa, ví llegar la escavadora y, con un ruido horrendo (desde entonces odio las escavadoras), tirar uno de los árboles de nuestra querida campa y seguir luego arañando con agresividad esa hierba silvestre en la que tanto me gustaba sentarme y rodar sobre ella.

Fue mi primera certeza de que el mundo era injusto si los mayores podían hacer algo así sin tener en cuenta lo que los niños queríamos. Sí, no puedo olvidar ese sentirme como David contra Goliat. Hubiera deseado gritar, encadenarme a aquel árbol, fundirme con la hierba... Pero se me quedó dentro, no lo expresé porque parecía una tontería de niña. Lo normal era excavar, construir... Avanzar.

Aquel espacio verde y un poquito "salvaje" que nos quedaba, se convirtió en un instituto de cemento por todos los lados, puro cemento... Yo no podía entenderlo. Luego, nos fuimos a vivir a otro lugar y ahí quedó aquella primera pérdida, aquella primera sensación de impotencia. Años después, muchos años después, volví a mi antiguo barrio y ahí seguía ese homenaje al cemento, tan feo, tan duro...

Hoy, le diría a esa niña que mira desde la ventana que sí, que salga a la calle y grite y se queje. Hoy le animaría a manifestarse creativamente con sus amigos del barrio y pedir respeto para ese trozo verde en medio de tanto cemento.

Hoy, esa niña, podría publicar fotos de su querida campa en redes sociales y pedir apoyos. Hoy, sé que vecinos de un barrio de mi pueblo, llevan a cabo, desde hace varios años, una lucha denodada para evitar la construcción masiva de pisos que destruiría las verdes campas de la Florida, uno de los pocos pulmones verdes que le quedan a Portugalete.

Hoy, esa niña, no hubiera tenido que callarse y llorar a solas. En eso hemos avanzado y me alegro. Sí, porque hoy, miles de niños, de jóvenes y adultos, están saliendo a las calles a dejar bien claro que ya estamos en medio de una emergencia planetaria y cada árbol y cada brizna de hierba,cuentan.

Aquella escavadora derribando aquel humilde arbolito frente a mi casa, fue parte de una cadena que ya venía de lejos y siguió hasta hoy, cadena de depredación del planeta en pro de un supuesta "calidad de vida". Reconozco que siempre me he preguntado porqué en los "barrios ricos" hay tanto verde y tanto árbol y en los barrios humildes abunda el cemento. Habría mucho que decir sobre como la arquitectura y el urbanismo subrayan las clases sociales que decimos que ya fueron abolidas...

Durante esta semana, nos han dicho que el mar subirá muy pronto un metro y que lo notaremos mucho en el Cantábrico. No entiendo nada... ¿Alguien se ha dado cuenta ayer y lo dice hoy? No, claro que no. Lo sabemos hace mucho, pero no "tocaba" hablar de ello. Ahora sí toca e incluso "queda bien", ya es políticamente correcto hablar (sólo hablar, lo de actuar queda para más adelante) del cambio climático.

Mi generación deja un legado horrible a la siguiente, pero es que a mí también me dejaron un legado muy poco atractivo. En realidad, cuando los jóvenes que han hablado en la ONU se quejan de la inacción de mi generación, deberían señalar la inacción de todas las generaciones desde la Revolución Industrial.

En realidad, que aquella campa de mi infancia despareciera en pro de un instituto de cemento, proviene de fondos más oscuros y arraigados en el modo de vida que nos parece normal que es el de crecer siguiendo unos parámetros propios de un super depredador. Hoy, valoramos los espacios verdes en las escuelas, en los hospitales, en los barrios. Hoy quizá no se construiría semejante mole de cemento, pero el hecho es que, con más verde y un poco más de estética, no dejamos de construir porque alguien se enriquece, esa es la clave: los ciudadanos medios, yo la primera, no queremos renunciar a cierta "calidad de vida" y hay quien se llena los bolsillo vendiendo esa supuesta calidad...

Este crecimiento que el capitalismo nos vendió como "estado del bienestar" demuestra hoy de mil maneras que es una condena de muerte para todos. y, lo siento, la única forma de frenar esto, la única forma de crear un modo de vida en este planeta perdurable, viable, es que YA renunciemos al estado del bienestar entendido como consumo continuo y cómodo.

Sí, las grandes empresas, esas cien que contaminan un 70% deben comenzar hoy mismo su tránsito hacia la no contaminación. Pero mientras los millones de ciudadanos de este precioso planeta no asumamos nuestra responsabiliad personal, poco puede hacerse.

De nuevo, estoy convencida de que la Educación, en casa, en el colegio, en los medios de comunicación, es una herramientoa potente para evitar el desastre.

Yo, hoy, sigo llorando por aquel árbol y los millones que se han talado para construir aquel instituto, mi casa, la tuya, esa carretera tan cómoda, aquel centro comercial tan práctico, el complejo vacacional tan confortable, etc.

Perdónanos, querida y bella Madre Tierra. Porque ahora, ya, sí sabemos lo que hacemos.

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