La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

miércoles, 23 de octubre de 2019

¿Trans-patriotismo?

El mundo necesita en este momento un patriotismo nuevo. Y ese esfuerzo de invención debe hacerse ahora, cuando tanta sangre se está derramando por causa del patriotismo. No hay que esperar a que  vuelva a ser algo de lo que se habla en los salones, en las Academias o en las terrazas de los cafés.
    Es fácil decir, como Lamartine: "Mi patria está allí donde brilla Francia... Mi país es la verdad". Desgraciadamente, ello tendría sentido sólo si Francia y verdad fueran términos equivalentes. Pero ha ocurrido ya, sigue ocurriendo, y ocurrirá, que Francia mienta y sea injusta; pues Francia no es Dios: entre Dios y Francia hay una gran distancia. Sólo Cristo ha podido afirmar: "Yo soy la Verdad". A nada más sobre la tierra le está permitido decirlo; ni a hombres ni a colectividades, pero mucho menos a estas. Pues es posible que un hombre alcance un grado tal de santidad que ya no sea él, sino Cristo quien viva en él. Por el contrario, ninguna nación es santa
   (...) Ello parece obligarnos a pensar que nuestra resistencia constituiría una posición espiritualmente peligrosa, e incluso perjudicial, si entre los móviles que la animan no sabemos situar en sus justos límites el móvil patriótico. Es el mismo peligro que expresan, en el lenguaje extremadamente vulgar de nuestra época, quienes dicen temer, sinceramente o no, que este movimiento derive en el fascismo; pues éste va siempre unido a determinada variedad de sentimiento patriótico.
                                                                   (Simone Weil. Echar raices. Ed. Trotta. Págs. 121-122)

Simone Weil escribe Echar raíces en su exilio en Londres, triste por no poder participar en primera línea en la Resistencia francesa contra la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial. No es una reflexión teórica desde una distancia cómoda y burguesa, porque ella nunca se situó en la comodidad ni en la burguesía. Simone vivó al margen de las reglas propias de la familia acomodada en la que había nacido y que le había proporcionado una exquisita formación. La buguesía francesa ya la había "mirado mal" y con suspicacia por su forma de relacionarse con sus alumnos del Liceo de Le Puy y con los trabajadores locales. 

Además de ser una de las tres mujeres filósofas más importantes nacidas a comienzos del s. XX, junto con María Zambrano y Hannah Arendt, Simone Weil es la que estuvo más implicada en poner en práctica sus ideales de educación y de justicia para lograr una humanidad más sabia y más libre.
Sus citas, rotundas y certeras, aparecen como referencias a su pensamiento, marcado por un itinerario vital e intelectual que se manifiesta en tres direcciones: una búsqueda continua y apasionada de la verdad, que la lleva a estudiar Filosofía y a interesarse por todas las manifestaciones religiosas; una marcada pureza natural que se asombra ante la contemplación de la belleza del mundo y del arte, en donde presiente la huella de Dios; y una vulnerabilidad ante la desgracia de las clases más desprotegidas de la sociedad, que la llevó a luchar por mejorar sus vidas (tomado de la web "Esfinge", en una entrada escrita por María Angustias Carrillo de Albornoz)
Hoy, recupero a esta mujer que desde hace muchos años me fascina e interpela. Lo hago porque estoy convencida de que en el contexto mundial tan convulso que vivimos, más que nunca se hace preciso escuchar voces mesuradas. Voces que, como las de Unamuno, Zambrano, Arendt y Weil, sepan escuchar lo que sucede y llevarlo a un lugar en el que desnudarlo de la más primaria visceralidad para descubrir donde están las trampas y las luces de los acontecimientos. Sus voces y su reflexión son también e indudablemente irrenunciables dentro de los colegios, en las aulas.En este caso, traigo a colación este texto que gira en torno a la noción de "patria" porque creo que debemos replantearnos con serenidad y la objetividad que nos sea posible (lo patriótico siempre nace y facilita esa visceralidad que hace ardua la tarea de una reflexión abierta y calmada) si en el contexto del siglo XXI pudiera emerger una nueva forma de patriotismo o, incluso, un modo de entender la vida humana que supere ese concepto. Una especie de "trans-patriotismo" que hiciera referencia y portara en su núcleo la convivencia como gran Familia humana, no negando las identidaes culturales, pero sí resituándolas y relativizándolas en pro del Bien Común (algo que late en la entraña de la Doctrina Social de la Iglesia, tan poco conocida y aplicada).
Soy consciente de los peligros que conlleva lo que acabo de mencionar porque, entendido de determinada manera, suena a un Gran Hermano "patrio" que nos uniformara y desidentificara en una versión deformada del concepto de Bien Común y de Familia Humana. Sin embargo, ¿no fue la creación de la ONU algo que en su entraña portaba este deseo de mirar por el bien del mundo más allá de las fronteras? (Lejos ha quedado la ONU de las pretensiones con las que se creó, sí, pero como idea no fue ni es desdeñable). 
Creo que el texto de Simone Weil que propongo hoy,  no puede ser más claro y resalto dos frases, dos ideas por su contundencia: " El mundo necesita en este momento un patriotismo nuevo" y "ninguna nación es santa".Que el mundo necesita un patriotismo nuevo resulta evidente ahora como en el momento en el que Simone escribe esas líneas. Weil lo refiere al contexto de la Segunda Guerra Mundial, un contexto marcado por la afirmación de la Patria y de la Raza propia del fascismo alemán, italiano y español. Weil observa la respuesta francesa al ataque alemán, ve como la afirmación de una patria -la alemana- hace nacer la afirmación de otra-la francesa- y pone en entredicho el tipo de respuesta que parece va a hacer nacer identificando el peligro de situar el patriotismo en un nivel que no le corresponde.
¿Puede aplicarse este diagnóstico al contexto español, europeo y mundial hoy? Creo que sí. Seguimos necesitando urgentemente, hoy, aquí y ahora, "un patriotismo nuevo" que, como indicaba, podría ser un "trans-patriotismo". Porque hoy hay un elemento en esta ecuación política que no existía en tiempos de Weil: el cambio climático. ¿No resulta cuando menos "chocante" que mientras sabemos, ahora ya de forma inequívoca, que es el planeta en su totalidad el que corre peligro, en cambio sigamos luchando a brazo partido por "este" "mi" trozo de planeta contraponiéndolo a otros trozos del planeta? Se define patria como tierra natal o adoptiva que está ligada a una persona por vínculos afectivos, jurídicos y/o históricos. La lengua y las costumbres tendrían mucho que ver con lo patriótico que, además, lleva en sí, un núcleo emocional importante. Es precisamente esta carga emocional la que Weil critica al advertir que "ninguna nación es santa".

Lejos de proponer un "apatridismo", reconozco que el ser humano y, en concreto este ser humano que yo soy, precisa de sentirse enraizado en alguna tierra. De hecho este texto de Weil que comento, se sitúa en un texto titulado "el desarraigo". He leído y reflexionado sobre este texto muchas veces, vuelvo a él con cierta asiduidad. Me deja siempre un sinfín de interrogantes sobre esa dicotomía entre "arraigo" y "desarraigo". Me pregunto en qué consiste el arraigo y en qué su contrario. Lo veo en mi vida (he vivido en diferentes lugares y en otro país). El anhelo de una tierra firme, de una identidad cultural y, a la vez, el reconocimiento fehaciente de que toda tierra es mi tierra en tanto que humana.

El mundo en este momento subraya lo que nos hace diferentes, las banderas, las fronteras y, a la vez, la evolución del hambre, guerras, empobrecimiento de milones de personas y el cambio climático, dibujan un movimiento humano que rompe esos estándares adoptando la forma de movimientos migratorios imparables.

Coexisten los nacionalismos con un anhelo de una patria humana común en la llamada "aldea global". Resaltamos lo que nos diferencia, pero comprobamos que a la corta o a la larga, nuestra supervivencia como raza humana dependerá de nuestro trabajo juntos en pro de la defensa del medio ambiente. Mundo y momento histórico de contrastes y paradojas.

Desde mi vocación de trabajo y reflexión en torno a la Educación de la Interioridad, constato que se hace irrenunciable y urgente familiarizar a los jóvenes con el pensamiento político de altura (no con el visceralismo desmedido de las tertulias y del actual panorama político).

Conectar con nuestra dimensión interior y arraigarse en el Ser profundo, conlleva altura de miras. La mirada interior termina con miradas que empequeñecen los horizontes, favorece la emergencia de una sensación de estar en todos sitios como en casa, al márgen del idioma y las costumbres, porque es lo humano la casa y el hogar.

Arraigarse en los profundo ayuda a reconocer que ciertamente "ninguna patria es santa", capacidad de auto-crítica en tanto que colectividad. Conlleva reconocer que este mundo nuestro del siglo XXI precisa de nosotros caminos de unidad y no de división quizá como nunca en la historia de la familia humana.

Educar la Interioridad seriamente, debe servir para despertar a lo universal, sin menospreciar lo particular, pero no haciendo de ello motivo de división, odio, rivalidades y luchas.

Por último, y desde la experiencia creyente, afirmo que todo ataque al otro, verbal o físico en pro de la salvaguarda de tal o cual "patria" nada tiene que ver con el Evangelio de Jesús ni con su propuesta de hombre-mujer basada en las Bienaventuranzas y en una mesa universal compartida en la que el Amor es la única ley y el invitado más especial, precisamente, la persona rechazada y empobrecida por las leyes injustas.