La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

lunes, 30 de marzo de 2020

Donde nace la nieve

Árboles en flor acariciados por un sinfín de copos de nieve que, silenciosos, mientras nosotros dormíamos, han estado danzando silentes. Abro mis ojos a un nuevo día y la rutina establecida por el confinamiento queda rota por este regalo inesperado: una nevada primaveral. Nieve en la costa. ¡Quién dijo que un día era igual al otro!

Me asomo hipnotizada a una ventana de mi casa, luego a otra, luego salgo a la terraza... Como una niña voy de ventana en ventana para no perderme nada, para no dejar escapar ningún perfil de belleza de esta nevada inesperada.

En la casa de enfrente veo a un padre coger en brazos por turnos a sus dos hijitos para que, alargando la mano, cojan copos de nieve, y esta, cariñosa, me parece que inclina su trayectoria para llenar su manita y su pijama de recién levantada con la caricia de su hielo blanco.

Los niños, pobres, hoy no podrán salir a correr por la calle para jugar con la nieve, para dejarse empapar por ella. No podrán jugar, que es su trabajo principal.

Y los adultos no podremos dejar salir a pasear nuestra alma de niños con el disimulo a veces del adulto serio.

Pero yo, asomada a mi ventana (pimero a una, luego a otra), quiero dejar volar mi alma de niña para que eleve al alto cielo el corazón de la adulta. Quiero volar allí alto, donde nace la nieve y contemplar este mundo enfermo. Veré como esta nieve suave acaricia los rincones doloridos. Cae cada copo no como las plagas de Egipto, sino como el maná para el pueblo. Se hace la nieve presencia amorosa de una tierra madre que quiere acariciarnos con dulzura y decirnos que ella se está recuperando y nosotros lo haremos también.

Miro y miro la nieve caer y me lleva tras de ella y me susurra al corazón que siempre hay caricias en el dolor, que quizá este ahora coronado por un virus sea como un manto que todo lo dejará listo para recomenzar si queremos.

Me parece comprender que allí, donde nace la nieve, Alguien llora y sus lágrimas se hacen blancos copos que tejen una manta amorosa para arropar a quienes más están sufriendo: los ancianos solos en sus casas, los ancianos sin visitas cálidas en las residencias, los cuidadores y cuidadoras sobrepasados, los enfermos doloridos y aislados, los médicos agotados, farmaceuticos sin el material necesario abriendo cada día su espacio como si de un minúsculo hospital de campaña se tratara. Los que han perdido sin despedida ni duelo a un ser queridos o a dos o a más... Los trabajadores en los supermercados, sonrisas detrás de una caja registradora sin apenas distancia que les otorgue seguridad. Los que han echado el cierre a su pequeña tienda y ven pasar los días sin ingresos. Los niños, todos los niños, sin sus espacios abiertos, los maestros y maestras sin sus tizas ni sus patios, ni los pasillos llenos de vida de sus colegios, maestros atados a un ordenador transformándolo en un puente hacia ese niño, hacia el adolescente que le necesita. Adolescentes replegando su proverbial rebeldía en los metros de su casa, quizá con habitación e impaciencia compartida, sorteando tempestades emocionales sin la presencia de su cuadrilla. Padres y madres acongojados, sobrepasados, preocupados, haciendo malabares con su miedo y la sonrisa para que su familia no note su tristeza, "toreando" el "sube y baja" emocional del adolescente de su casa. Mujeres sujetas a su maltratador en pocos metros cuadrados. Inmigrantes que intuyen sus sueños truncados, porque cuando esto termine ¿quién se acordará de ellos? Estaremos muy ocupados con "lo nuestro".

¿Cuántos ojos, cuantas diferentes miradas miran hoy estos amorosos copos de nieve?¿Qué rostros se asoman ahora a innumerables ventanas? ¿Qué versos se descubren en los copos que caen? ¿qué mensajes se desentrañan?

Alli arriba, donde nace la nieve, Alguien quiere lanzarnos blancos besos, así lo siento yo...

Desde donde nace la nieve los copos caen lentos, en armoniosa danza y nos traen de las alturas, un mensaje de Paz. Arco iris de nieve: "Todo irá bien".

jueves, 26 de marzo de 2020

Implicarse (¿o complicarse?)

Este año nos toca a mi marido y a mí ser, ni más ni menos, los presidentes de la comunidad de vecinos. Ya sabéis que eso es casi como te toque ir a presidir una mesa electoral: sabemos que nos puede pasar, pero cuando pasa...

Como yo he vivido de alquiler toda mi vida, nunca he sido "presidenta" y la verdad es que era la mejor parte de ser una eterna alquilada. Pero, resulta que la Vida siempre tiene lecciones que darnos y quiero compartir la que estoy aprendiendo yo.

Nuestra comunidad es pequeñita, 16 vecinos, barrio nuevo, casa de reciente construcción y por lo tanto pues vamos descubriendo las "chapuzas" variadas que dejaron tras de sí los diferentes gremios. Realmente, en estos cinco años que hace que vivimos en este piso, he llegado a valorar más que nunca en mi vida aquello del "trabajo bien hecho" y me pregunto una y otra vez como es posible hacer las cosas  mal pudiéndolas hacer bien, pero, bueno, ese es otro gran Misterio de la existencia que dejo para el programa de Iker Jimenez (para los que me leéis desde otros paises un programa sobre asuntos paranormales).

Otro misterio (o no tanto) es descubrir que había un montón de cosas sin hacer simplemente por dejadez. Mi marido y yo, al recibir el testigo como "presis", hemos comenzado a pensar qué narices han hecho hasta ahora los anteriores "presis" (¡como pasa con los cambios de gobierno! curioso ¿no?).
Infinidad de reuniones de vecinos diciendo "hay que hacer esto" "hay que llamar a aquel" y, nada, que la mitad estaba sin hacer. 

Y, aquí viene la enjundia de lo que quiero compartir: la atención e implicación de mi marido en poner en marcha lo que había que hacer está dando unos resultados portentosos en muy poco tiempo. Debo decir, en honor a la verdad que hay un grupo de unos tres o cuatro vecinos más que están súper implicados y que, junto con mi marido, forman un verdadero batallón de currantes en pro de nuestro bloque.

Y aquí estoy yo, asisitiendo al proceso de mejora que radica en el nivel de implicación de las personas en los cambios que se desean y en su gracejo para aunar fuerzas. Sin implicación no hay cambio. Sin comunidad no hay cambio. Y, claro, implicación significa "pringarse" y dar de tu tiempo: mi marido ficha cada día a las ocho y está literalmente pegado a su ordenador hasta las seis o las siete de la tarde, preparando clases, corrigiendo trabajos, haciendo videollamadas con su claustro, con otros equipos de trabajo en los que está metido (implicado), con sus alumnos, graba vídeos (estoy realmente en estado de shock por la cantidad de horas de dedicación total) y, en medio, si llega un mail o una llamada de los vecinos o del fontanero o del administrador o del de la antena, pues, ahí está él respondiendo con amabilidad y atendiendo lo que toque atender. Y lo mismo el del tercero que, con su espalda hecha polvo, sube y baja del tejado de la casa cada vez que toca o limpia el garaje sin decir nada  para que la lluvia no lo inunde.

En fin, no penséis que la entrada es una excusa para presumir de marido (que lo hago) sino que todos estos días de confinamiento todo está como más presente por más "condensado" y unos nos vemos a los otros todo el día. Mientras escribo esto, mi marido lleva desde la ocho de la mañana trabajando y ahí sigue y, siempre con una sonrisa.
El confinamiento nos permite VERNOS, RE-CONOCERNOS. Brilla con fuerza en los límites de las paredes de casa nuestra luz y también a ratos, nuestra sombra y hemos de aprender a danzar con las dos la danza de la vida, porque no hay adonde ir. Estamos y nos vemos.

Por otro lado, la otra enseñanza respecto al tema de los arreglos del bloque es que, si entre todos no arrimamos el hombro, la cosa no va bien o, al menos, no todo lo bien que podría ir. Percibo una cierta tendencia a "si a mí no me afecta, pues no hago nada" (como en el cole cuando una chaval te dice que no recoge el papel en el suelo "porque no lo he tirado yo"). Hay quien claramente alega que su tiempo libre es para su familia, no para estar solucionando temas de la casa. Bueno, puede que sí, pero es curioso como cuando uno de esos temas nos roza de cerca, movemos todo y ponemos el grito en el cielo para que se solucione. Vamos, más o menos como está pasando en Europa: los problemas de los refugiados y migrantes los solucionamos dejándolos morir en el mediterráneo y poniendo vallas por todos lados, pero, ayyyyy, ahora con el COVID-19 pedimos solidaridad, ayuda, etc... Curioso, sí, nuestra sociedad ha ido decantándose poco a poco hacia la implicación personal o grupal sólo en tanto en cuanto me afecta a mí, a mi colectivo, si no... "ojos que no ven, corazón que no siente". Tampoco es nuevo, pero es pertinente creo traerlo a colación.

Nuestros aplausos de las ocho de la tarde son para personas concretas que se implican, que lo hacen cada día, que pagan consecuencias muy duras, ellas y sus familias, por su implicación, no es una implicación aséptica por más que deban usar guantes y mascarillas, tampoco creo que el sueldo cobrado sea la única razón de su implicación (díselo a una cajera). Quizá mientras aplaudimos eufóricos, debiéramos hacer del aplauso una meditación y preguntarme: "Y yo ¿en qué y con quién me implico y hasta dónde? y una reverencia: Reverenciar internamente a las personas que en lo pequeño primero y en lo grande después (porque nada se improvisa en esta vida) lo dan todo y allí donde están se implican (el egoísta dirá "se complican", pero ese es su problema).

miércoles, 25 de marzo de 2020

Todo acabará bien: alegato contra el buenismo

Me preguntas qué entiendo yo por "todo acabará bien". Y tu pregunta no cae en saco roto por más que intuyo me la "lanzaste" un tanto airadamente y enfadada. Me explicaste la situación de tus padres. Y entiendo tu dolor y por eso siento con fuerza que quiero responderte y darte "razón" de mi fe.
Me decías que era "buenismo" afimar que todo acabará bien. ¡Qué fuerte me sonó esa afirmación! Sinceramente, incluso me dolió. Me dolió porque jamás he pronunciado esa afirmación desde el buenismo al que aludes ni desde la inconsciencia y tu pregunta inquisitiva me hizo sentir sumamente mal comprendida a mí y, quizá te suene raro, al Dios en el que creo.

Pero a la vez me preguntabas qué entiendo yo por "todo acabará bien"y, pasado el primer momento de extrañeza y de cierta sensación desagradable, me hizo bien tu pregunta y tu crítica velada porque desde ayer estoy en diálogo interior con todo lo que has suscitado en mí. Así que doy por bienvenida y providencial tu crítica. Y, esta reflexión o casi "confesión" que me inspira tu pregunta-sospecha, creo que puede resultar interesante para quienes leen este blog y más en el momento que vivimos de confinamiento.

Permíteme que te cuente algo. Hace ya muchos años que cuando reflexiono y hablo de temas como la plenitud humana, la espiritualidad, etc... que es lo que configura mi vida, lo hago con una extrema consciencia de que es una reflexión que brota de MI vida particular y por lo tanto no extrapolable quizá mucho más allá, pero, a la vez, también es una voz la mía enriquecida con las voces de muchos otros y otras concretos de mi vida cotidiana y laboral y evidentemente también de mis horas y años de estudio. Emito desde la conciencia clarísima de la total subjetividad del emisor y, por ende, del mensaje. Internamente, mientras hablo o escribo, no puedes ni imaginarte la de censores internos que me rondan y uno de los que siempre están por ahí es este: LO QUE ESTÁS DICIENDO O ESCRIBIENDO ¿ES VÁLIDO PARA UNA PERSONA EN UN SUBURBIO AFRICANO, EN LAS FAVELAS BRASILEÑAS, EN UNA CÁRCEL, EN UN HOSPITAL COMO ENFERMO TERMINAL, PARA UN ANCIANO SÓLO, PARA UNA MUJER MALTRATADA O ESCLAVIZADA, ETC?

Es decir, que si digo y afirmo y me mantengo en ello al cien por cien, que "todo acabará bien" , lo siento de veras, pero jamás lo afirmaré desde la inconsciencia impúdica del puro "buenismo" al estilo de ciertos "instagramer" de turno.

Lo afirmo enraizada en primer lugar en mi propia vida, en mi periplo personal en el que, junto con innumerables alegrías y una gran felicidad de fondo, he atravesado no pocas noches y he derramado muchas lágrimas también. Vida en la que me ha tocado acompañar y sufrir el sufrimiento de otros y otras, asumir pérdidas y frustaciones y algunas decepciones muy hondas. También he vivido la intemperie de no tener casa fija ni sueldo fijo durante muchos años. He vivido cosas tan desagradables como no poder estar, por  razones variadas, en la despedia final de  tres personas de mi familia muy importantes para mí, esa frustración repetida no es cualquier cosa y no se lo deseo a nadie (algo que, tristemente están viviendo muchos conciudadanos nuestros en estos días en los que no se pueden ni realizar velatorios). Me dirás que a qué viene "explicarte mi vida". No es este un espacio para desnudar mi vida ni lo pretendo, pero a veces es bueno saber que cuando "criticamos"  el posicionamiento de otra persona o sospechamos del fondo desde el cual nos habla o escribe, quizá deberíamos pararnos un momento y pensar que nunca sabremos exactamente desde donde nace lo que dice ni de qué "mochila" vital proviene. Cuando afirmo una y otra vez con Juliana de Norwich y muchos otros y otras que "todo acabará bien" no hay trazos en ello de ningún tipo de pensamiento o posicionamiento "buenista". Jamás lo ha habido y jamás lo habrá y lo afirmo con total contundencia.

Pero, no creas que no entiendo el reproche porque, yo también percibo que vivimos en occidente una tendencia hacia ese buenismo que nos lleva a lanzar mesajes facilones de esperanza, a creer que con ponernos pegatinas con buenos deseos en las paredes de casa viviremos una transformación personal total... y un largo etc de banalizaciones que hoy abundan en nuestro entorno.

Quien ahí se sitúe pues ahí está, pero desde luego ni ha sido, ni es  ni será mi lugar existencial. Mi vida (y la tuya) es muchísimo más fácil y agradable que la del 80% de la humanidad, lo sé perfectamente y de ese 80% de la humanidad sufriente aceptaría cualquier reproche porque moralmente no tendría nada que objetar, pero, perdóname, tu sufrimiento actual no tiene por qué hacerte menospreciar algo que para mí y muchas otras personas es fuente de esperanza, de fuerza e ilusión cuando me/nos ha tocado o nos toca sufrir como a ti ahora. Algo que he ido aprendiendo a base de errores es que nunca mi sufrimiento personal debería hacerme creer que puedo erigirme en juez de otros. 

Te decía que,  por decirlo de algún modo, tu sospecha de mi posible buenismo, me hacía sentir que ese Dios en el que creo y que da sentido a mi vida, era también mal comprendido. Porque, el contexto en el que nace tu "queja", es el del comentario por mi parte a una experiencia de una mística del siglo XIV, Juliana de Norwich que, fíjate qué curioso, escucha en su corazón que "todo acabará bien" en medio de una experiencia de gran sufrimiento interior y precisará veinte años para comprender lo que se le dió a vivir, sólo después comparte su experiencia. Te voy a traducir esa frase con lo que otro gran maestro espiritual escuchó y entendió dentro de sí en el siglo XIX: "Permanece en los infiernos y no desesperes" (San Silouan del monte Athos). También te lo puedo traducir en la experiencia de Jesús de Nazaret, rostro visible del Dios en el que creo, en la noche de Getsemaní, : "Padre, aparta de mi este cáliz, más no sea mi voluntad sino la tuya". El Dios en el que creo no nos amenaza de muerte ni pasa su tiempo enviándonos calamidades,  sino que, en palabras de aquel periodista guatemalteco amenazado de muerte por su denuncia de la injustica, afrma que ESTAMOS AMENAZADOS DE RESURRECCIÓN. Ese es el Dios en el que creo y por eso afirmo desde la fe que me configura que sí, "todo acabará bien" ¿cómo? , no tengo ni idea en lo referente a la totalidad del mundo pero sí lo sé en mi pequeña vida, lo he visto, soy testigo y doy fe de ello y esa certeza alumbra mis pasos presentes y espero alumbre los futuros hasta el día de mi muerte.

Por último, el mismo eco resuena en las palabras de una mujer nada sospechosa de buenismo como fue Etty Hillesum, muerta junto con toda su familia en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943. Te recomiendo la lectura de sus cartas cuando puedas porque su experiencia y su lucidez nos resitúan:

"La gente dice a veces: tú siempre ves el lado bueno de las cosas;. Qué tontería. En todas partes se adivina lo bueno. Y, al mismo tiempo, lo malo. Las dos caras de la realidad. Nunca he tenido la impresión de tener que esforzarme en ver lo bueno: todo es perfectamente bueno tal y como es. Toda situación, por deplorable que sea, es un absoluto que alberga en sí lo bueno y lo malo".

Esto está escrito desde un campo de concentración. Con esto basta. Nada más que decir. Que la lucidez haga el resto del trabajo en cada uno de nosotros.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Oda a la vida retirada (aunque sea forzada). Parte II: Comentario a la complejidad de retirarse en tiempos de crisis

Espero que hayáis leído y os hayáis deleitado con la Oda de Fray Luis a la vida retirada. Además de lo que ese magno poema os inspire para vuestro tiempo de cuaresma en cuarentena, quiero compartir con vosotros y con vosotras algo que me ronda desde que comenzamos a "regresar a casa" para vivir la cuarentena (curiosamente REGRESO A CASA es el nombre que elegí hace más de diez años para este blog).

En España son ya unas dos semanas entrando en el territorio del "aislamiento social voluntario", más tímidos y temerosos al principio y, ahora ya, forzado por un estado de alerta que nos conmina a estar en casa sí o sí.
Resulta impresionante lo que cinco días de cuarentena nacional han inspirado para crear todo tipo de vídeos, memes, poemas, canciones, sugerencias de lectura... Desde aquí y desde YA doy las gracias especialmente a los que nos devuelven la sonrisa y la risa con sus invenciones geniales y graciosas, trasformando el drama en comedia para poder asentarnos en la tragi-comedia en función de como estén los ánimos cada día y casi cada hora.

Pero voy a lo que quiero compartir. Se trata del hecho de que comenzando por China, poco a poco, la expansión del virus con corona, nos está convirtiendo a los habitantes de este planeta en aprendices de ermitaños. Miles, quizá millones de personas están experimentando por vez primera en su vida lo que es RETIRARSE, o como yo he dicho toda mi vida "hacer un retiro".

Evidentemente no es lo mismo retirarse del "mundanal ruido" porque uno quiere, incluso porque uno lo necesita, que hacerlo porque tu gobierno te dice que te quedes en casa o por miedo o por cuidar de los otros. La motivación difiere pero me parece que el camino a recorrer se parece mucho, al menos así lo veo yo y es lo que deseo saber explicaros.

Durante mi vida he vivido incontables retiros de diferentes formas, en múltiples enclaves y de diversa duración. A los quince años ya entré en esta mistagogía del "retirarse". Después mi vida se ha ido configurando de tal forma que necesito como el respirar retirarme, parar, apagarlo todo menos lo más genuíno. Estar sola muchos días, muchas horas en casa o en otro lugar no me es extraño. Estar dentro de una casa sin salir y además sin TV, ni móvil, ni ordenador, no me es extraño (lo que me resultó extraño y lo recuerdo vivamente. fue mi primer retiro con móvil y el primero con ordenador).
Disculpadme si os pareciera que quiero sentar cátedra y aparecer ante vosotros como "experta en retiros", no es mi intención, pero sí quiero, antes de desgranar lo que me nace dentro, dejar claro que no hablo de teoría, sino de algo que forma parte de mí. 

Intentaré explicarme mejor. No me cuesta entender que tantísimas personas necesiten vídeos tutoriales, textos, etc. para "saber qué hacer en casa". No me extraña, la verdad, porque de un día pàra otro practicamente ha cambiado la concreción de las veinticuatro horas del día. De golpe estamos todos en casa todo el día: hijos, marido, mujer, perro... O de golpe estoy con mi comunidad (algunas religiosas me lo han dicho también) todo el día. Y, lo más importante:

  • Salir a pasear sin más, para tomar el aire, para "airear" la cabeza, no es factible.
  • Disfrutar del ocio al aire libre no es posible.
  • Salir juntos a compar algo tampoco.
  • Salir juntos a lo que sea no está permitido.
  • Si salgo, he de cuidar la distancia de metro y medio con los demás.
  • Si puedo trabajar desde casa, una pantalla de ordenador se convierte durante horas en mi paisaje visual y en fría interlocutora.
  • Esas cosas que me ayudaban a "dispersarme" cuando no quiero pensar, no están o se ven reducidas a muy poquitas.
  • El espacio vital que me otorga salir de casa, ejercer mi "rol social" en el trabajo, sanamente distinto de mi modo de estar y ser en casa, desaparece casi por completo si no totalmente.
  • He de compartir espacio físico las veinticuatro horas del día con mi familia o con mi comunidad o, quizá, solo/a (no voy a entrar ahora en este tema de la soledad de quienes viven solos estos días, es muy denso, quizá lo reflexione con vosotros/as en otro momento)
  • NO SÉ EXACTAMENTE POR CUANTO TIEMPO SERÁ ASÍ...Todo acontece en un clima de incertidumbre.
Es decir, todo aquello que en el ir y venir de la vida de antes del virus coronado, me hacía de muleta para "ir tirando" ha caído o está cayendo y, ni siquiera puedo poner la fecha de finalización claramente en el calendario. Y queda esta novedad del "estar en casa" todo el día. Y buscamos "cómo llenar el tiempo", como organizarlo, qué puede suplir a mis muletas de antes para vivir el día a día. Y entonces, normal, comienzan a estallar tempestades interiores.

Pues todo esto es lo que pasa cuando una persona busca voluntaria y conscientemente el retiro. Más pronto o más tarde, todo se pone en contra y te invita sutil o groseramente a marcharte a encontrar modos de dulcificar el retiro. Sucede incluso en el tiempo que dura una sentada meditativa o de oración de media hora: a cada poco nuestro ego nos presenta mil cosas más interesantes que hacer que estar ahi quietos.

Porque retirarse es eso, retirarse, es decir, apartarse, trastocar la cotidianidad, crear otro ritmo que permita atender a quello que sentimos debemos atender y que queda relegado o escondido en el ritmo de la vida de cada día.

El camino espiritual ha encontrado siempre en el retiro su mejor herramienta para favorecer que emerja lo esencial, para permitir que la Voz interior pueda ser escuchada, para aprender a dialogar y abrazar la propia sombra.
En una sociedad tan volcada hacia lo de fuera, tan inmersa en el "hacer", este frenazo brusquísimo en la vida cotidiana es duro, es difícil de digerir.  El contraste entre la velocidad vital en la que estamos enredados a diario con la impuesta quietud a la que nos ha "atado" esta pandemia, es brutal. Es un contraste que quizá nos haga sentir como mareados y desorientados al principio.

Sin embargo estoy firmemente convencida de que no sólo esto acabará bien ("Tutto andrá bene") sino que será para nuestro bien si nos reconciliamos con esta quietud.

¿Acaso no llevamos mucho tiempo educadores/as, padres y madres de familia, expertos en crecimiento personal, en espiritualidad, etc... afirmando que es necesario "parar"? ¿Acaso no estamos "consumiendo" cursos y más cursos de mindfulness, meditación, yoga, educación de la interioridad? ¿Acaso no afirmamos muchos que es urgente retornar a modos de vida más calmados y recuperar la vida familiar pausada? ¿Acaso no nos cansamos de repetir que "necesito tiempo"? ¿Acaso no decimos tener tantas cosas pendientes para las vacaciones o "para cuando tenga tiempo? ¿Acaso no estábamos muchos, antes de la pandemia, afirmando con contundencia que si queremos salvar el planeta debíamos bajar el ritmo de consumo, etc? PUES YA ESTÁ AQUÍ. El Cosmos nos ha escuchado y nos para, eso sí, sin previo aviso, cuando más despistados estábamos o más crédulos de nuestra omnipotencia.

Todo esto es lo que, repito, sucede en el contexto de un retiro personal voluntario: uno se va de "lo de siempre" para crear las condiciones de posibilidad para escuchar de veras lo que Dios me quiere decir, o lo que la Vida me quiere decir. Uno se va de retiro para o deseando reconectar con la Luz interior, para comprender-me mejor y acoger mi vida. Uno se va de retiro al encuentro de uno mismo, de lo profundo, de algo, pero surgen tantas dificultades... Las mismas que surgirán estos días en casa y que hoy resumo así:

EL VÉRTIGO DE LA EXISTENCIA. Una existencia desnudada de artificios. Sin posibilidad de huídas hacia delante. En un retiro elegido, la persona escucha y siente dentro de sí ese "demonio meridiano" que te susurra al oído que no serás capaz de resistir tantas horas o tantos días de apartamiento y te seduce con mil posibles formas sutiles de huir.
Eso seguro nos está pasando ya, pero aderezado con el ingrediente del MIEDO: miedo a que yo o alguien querido se contagie con virus y la INCERTIDUMBRE de no saber cuánto durará esta situación y una vez pase, qué sucederá con nuestra economía, si todo volverá a ser igual, si aparecerá otro virus...

EL ABURRIMIENTO. Quizá haya quien no experimente "el vértigo de la existencia" que es algo como "muy grande" pero sí se aburrirá y mucho porque ver series todo el día acaba aburriendo, ver las mismas caras por más que sean las de nuestros seres más queridos puede "aburrirnos" o "empacharnos", porque estar dentro de casa puede aburrir, y mucho. Ni qué decir cómo será el aburrimiento para quien la pandemia le haya pillado viviendo solo/a. Y tal y como nos han enseñado a vivir, el aburrimiento ha sido descartado de la ecuación vital totalmente, no debes aburrirte: ese es el mensaje desde cada esquina de nuestro mundo occidental: haz algo, no te quedes quieto y, a poder ser consume. Pero resulta que el aburrimiento es sano, es bueno y hasta necesario porque hace fluir la creatividad. En una sociedad donde nos lo dan todo hecho, prefabricado, hasta el ocio, aburrirse puede ser el gran descubrimiento para niños, jóvenes y adultos y si lo sabemos acoger, será bueno.

LAS PREGUNTAS Y LAS CUESTIONES POSTERGADAS: Habrá quien, con este frenazo vital, de pronto sienta que resuena esa vocecita que te recuerda lo postergado, que te lanza las preguntas a las que no quieres responder y a las que, hoy, si de veras quisieras, podrías prestar atención porque casi no hay excusas para no hacerlo.

Evidentemente todo esto lo comento en el contexto de personas sin demasiados problemas para afrontar esta cuarentena. 

En resumen: un retiro es un retiro, sea voluntario o forzado, porque cuando el ser humano es despojado de muletas y capas, emerge algo que puede, si no estamos preparados, darnos miedo, algo que no sabemos como manejar y que es, sin más, el hecho de existir.



martes, 17 de marzo de 2020

Oda a la vida retirada (aunque sea forzada) Parte 1: la Oda en sí, porque recuperar a los grandes nunca hace mal.

ODA I 
VIDA RETIRADA .Fray Luis de León (s. XVI)
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

domingo, 15 de marzo de 2020

Cuéntame un cuento (una utopía en la distopía)

Y entonces llegó él. Microscópico. Inyectando su malestar en cada individuo hasta que llegó a todo el país y después a otros países y, así, hasta llevar el malestar al mundo entero.

Se coronó como el virus por excelencia.

Ni el hambre, ni las guerras, ni el dengue, ni la malaria ni el ébola. Sólo él: el CORONAVIRUS.

Así fue: se erigió en señor de las vidas de todos. Daba igual si eran reyes o ministros, varones o mujeres. Convirtió a los niños en seres sospechosos y a los ancianos en más vulnerables aún de lo que ya lo eran.

Al extender su reinado consiguió que todos le miraran a él. Regresó el Absolutismo.

Durante un tiempo el mundo entero se rindió a sus pies y sólo se hablaba de él. Todo  lo demás se olvidó. Lo que ayer era importante, lo que ocupaba las conversaciones de los hombres y las mujeres, desapareció. Así hizo su magia el virus coronado.

Pero, justo cuando su reinado parecía coger más fuerza, algunos despertamos. Nos dimos cuenta de algo: el rey de los virus nos obligaba a recuperar lo olvidado, precisamente eso, lo olvidado.

Así, de boca en boca, comenzó a resonar de nuevo la palabra "bien común" y comenzamos a despertar al hecho de que solos no conseguiríamos destronarlo. Nos necesitábamos los unos a los otros. No habíamos escuchado a la madre tierra que nos pedía vivir como un organismo único, no habíamos escuchado a los empobrecidos que ponían en cuestión nuestras fronteras. Ni a los ancianos que con su soledad nos devolvían la imagen del aislamiento que habíamos construido para quien no fuera productivo. Ahora, le escuchábamos a él, al rey de los virus, no quedaba más remedio...

El absolutismo de este Rey virulento, requería vaciar los colegios y las calles y los comercios para no saturar los hospitales, el lugar donde debían ir los súbditos más maltratados.
Entonces, milagrosamente, sin pensarlo ni proponérnoslo, nos dimos cuenta de que estar en casa no era malo. Que en casa hay calor, abrazos, ilusión y juegos.  Al quedarnos en casa redescubrimos el aburrimiento como compañero y la paciencia y el buen humor como medicinas de increíble poder.

Se dice que hubo quien recuperó el trato consigo mismo y la conversación calmada con los suyos. Alguno descubrió el maravilloso universo, extenso y libre, de los libros y otros comenzaron a mover los pies al ritmo de músicas olvidadas por la prisa y los ruidos diarios que reinaban antes del virus coronado.

El rey microscópico nos hizo caer en la cuenta de que nuestros ancianos nos necesitaban y mucho. Los rescató del olvido y sonaron más los teléfonos en sus casas y se hicieron votos de reencuentro en cuanto aquel Absolutismo fuera derrocado. Aparecieron en los discursos de los gobiernos y en la agenda de muchos voluntarios que les dedicaron su tiempo.

Llegó él, queriendo cortar la respiración a los más débiles pero no contaba con el batallón de los que dan aire y sustento.

Así me contaron mis mayores que, cuando consiguieron derrocar a aquel infame rey coronado absoluto, lo consiguieron todos juntos, no podían permitirse ir por libre ni no pensar en los otros. Cuando lo vencieron, ya no fueron igual las calles ni las casas. La gente se saludaba emocionada, como si cada saludo fuera el primero. Les supieron a gloria los abrazos y pasó lo que parecía imposible, se olvidaron los móviles en casa de tal deseo de tocar, de mirar, de charlar a menos de un metro y comer juntos, y pasear juntos y, juntos, construir un mundo nuevo.

Por eso, yo, que os cuento el cuento que a mí me contaron, vivo en un mundo donde el vecino es tan importante como el amigo, donde se piensa en los demás y se trabaja por vencer el egoísmo. En mi mundo de hoy ya no sirve aquello de "mis derechos", porque ahora son los de todos, como lo son los deberes. Entendemos que la ciudad es de todos y para todos y entre todos la levantamos o la hundimos como pasa con el mundo entero. Vivimos sabedores de que cada gesto y cada acción, cuenta, por minúscula que nos parezca, porque en cada esquina puede estar escondido el virus del individualismo que se contagia con rapidez perniciosa y todo lo devora.

Aquel virus axfisiante que recluyó en casa a miles de millones, los hizo salir de ellas transfigurados, metamorfoseados como orugas que devienen mariposas. Al salir de casa, salieron nuestros mayores más tranquilos, más pacientes, más atentos. Salieron a la calle más agradecidos  y menos dispersos. Me cuentan mis mayores, que fue una cuarentena transformadora. El virus no sólo no les restó el oxígeno, sino que comenzaron a respirar más profundo, más lento. Regresaron a las calles y los trabajos con ganas de vivir todo como un regalo, como una gran fiesta: la fiesta de la vida y, ésta, compartida. Como si de un murmullo de fondo se tratase, todos los que vivieron aquel momento escucharon el latir de un corazón común, de compañeros, verdaderos compañeros. Pensar en el bien de los otros dejó de parecerles raro y esa fue, según cuentan, el arma más mortal contra el virus coronado.

Sí, eso aprendieron en la pandemia. Yo os cuento este cuento, porque es la razón por la que hoy tú y yo, vivimos en un mundo más bello.

jueves, 5 de marzo de 2020

La callada estela de una mujer sencilla

El martes por la noche, estando yo impartiendo un curso en Teruel, me llamó una querida amiga para decirme que Teresa Collell había muerto. 

Teresa y el paisaje de Santa Eugènia de Relat d'Avinyó en el Bagés catalán, forman en mi recuerdo del corazón un todo. Teresa, ermitaña, pero no solitaria. Fue trabajadora social muchos años. Optó después por la vida eremítica que le llevará a vivir en Santa Eugènia donde creó desde su sencillez y profundidad espiritual una bella pustinia abierta a los sedientos de silencio, de simplicidad y hondura, a los sedientos de Dios.

Conocí a Teresa y el paisaje sereno de Santa Eugènia de la mano de Javier Melloni sj en los años que viví y trabajé en Manresa. No imaginaba cómo iba a marcar mi vida.

Teresa vivía en la casa cural pegada a la iglesia románica. Había creado en ese espacio rústico, un paraíso de sencillez y armonía a todos los niveles. Cuatro pequeñas habitaciones, una la suya, tres más para quienes íbamos allí a retirarnos. Paredes de cal, suelos de madera robusta que crujían bajo nuestros silentes pasos. Una biblioteca rica en textos de todas las tradiciones místicas. Un uso austero del agua de lluvia. Cocina y comedor acogedores y amororos. Alimentos cocinados con dulzura, atención y calma y compartidos a veces en silencio, a veces en profunda conversación sobre lo divino y lo humano, pero siempre antecedida la comida por la lectura de un texto de algún sabio o místico/a.

Oración en la mañana y el atardecer en la cripta... Una cripta tan hermosa, tan pulcra, tan recogida... Y Teresa siempre sentada en una esquina. Teresa en la cripta era la viva imagen de una pequeñuela de Dios. Un poco encogida, ajena a posturas y poses meditativas, no le hacían falta. Ella vivía en permanente estado orante, de atención. 

Durante casi diez años, pasé muchos días y horas allí. Recuerdo un retiro de diez días sola en la pustinia fuera de la casa, una ermita construída por Javier y Teresa que constaba de una cama separada por una pared de un pequeño oratorio. Un aseo pequeñito y una mesa de trabajo pegada a una diminuta cocinilla. Sin luz y usando agua de lluvia para ducharme. Fueron diez días de ensueño... A unos minutos de camino, Teresa. En medio, el silencio del bosque. 

Podría compartir mil momentos bellos allí. Paseos, conversaciones, luces interiores percibidas en la reflexión solitaria o en conversaciones con Teresa o con otros amigos de Santa Eugènia. Destaco que allí se gestó el inicio de lo que hoy son para mí dos historias de Amistad de un valor incalculable. En torno a Santa Eugènia nació y creció un Encuentro que ha terminado siendo un hogar del corazón.

En mi casa preside mi despacho una fotografía de Teresa leyéndonos un texto antes de comer. Guardo su cuchara de palo, con la que le gustaba tomar la "sopa espaltida", uno de los preciosos tarros que tenía en el comedor siempre con hierbas aromáticas y terapeúticas. También guardo como un tesoro un porta incienso de madera decorado a mano por Teresa y que ella me regaló y varios libros que, con toda conciencia y descaro, robé de la biblioteca antes de que, al marchar Teresa a una residencia, deshicieran tristemente la casa.

Compartir con vosotros algo de lo vivido con Teresa, es mi forma de honrarla. Ella escribía poesía. Sus poemas son realmente sublimes. No publicó nada ni daba charlas. Sólo sabemos de ella quienes tuvimos el privilegio de conocerla en el entorno amable, íntimo y sencillo de su vida de ermitaña en Santa Eugènia y antes en otros contextos.

De ella recibí el despertar a esa pequeñez del corazón. Teresa con su forma de ser y de vivir me mostró el ejemplo vivo de una mística de ojos abiertos, mística de la vida cotidiana. En ella percibí claramente el brillo de Dios: en sus ojillos vivarachos siempre arrugaditos de felicidad. En su sonrisa permanente porque en todo y todos veía el paso de Dios. 

La veo ir al cielo, al Encuentro de su Amado con su sombrero de paja, el que usaba para sus paseos por el bosque y sé que ya le ha entregado su preciado "Lotus d'Or".

En mí y en muchos otros, pervive su legado. Yo deseo seguir cuidando y cultivando lo que su presencia sembró en mi corazón.

Hasta que Dios quiera, hermana mía Teresa.