Os propongo hoy reflexionar y
adentrarnos en el hecho de la Resurrección de Jesús preguntándonos si en el contexto
escolar de la Educación de la Interioridad tiene algo que "decir",
algo que aportar a los procesos de personalización que subyacen a nuestra
propuesta pedagógica.
Pues bien, para mí, el eje en el
que pivota toda la fuerza de esta forma de entender la EI es precisamente la fe
en la Resurrección de Jesús y en nuestra Resurrección individual y colectiva.
Intentaré explicarme lo mejor que pueda porque el tema es ciertamente
muy denso.
En un contexto en el que la espiritualidad
está siendo rescatada de la mirada despectiva nacida de cierta comprensión de
la ciencia y la técnica, tal espiritualidad adopta muchas formas. Actualmente fascina
y atrae sobremanera esa línea de comprensión de la realidad profunda que
llamamos "no dualidad". Ese “no dos" que nos llega desde oriente
es el equilibrio de la dualidad en la que occidente se mueve con mayor
comodidad. Dualidad y no dualidad nos pueden parecer hoy
contrapuestas, hasta excluyentes formas de vida espiritual y de comprender las cosas. Nada más lejos. No obstante, darse cuenta de ello requiere un saber que no es sólo racional, sino "sapiencial".
Personalmente me da la impresión desde hace mucho tiempo, que de "no dualidad" sólo puede decir algo quien
ha tenido experiencia de lo que es. Antes de haberse puesto "de
moda" ese término y de alcanzar el asentimiento de muchas personas que lo
miran con buenos ojos, aunque apenas entiendan hacia donde señala, los místicos
y místicas de todas las tradiciones espirituales han hablado de ello con los
términos y las categorías de comprensión propias de sus épocas.
Actualmente, autores como David Carse en su libro
"Perfecta Brillante quietud" entran en el tema del "no-yo" sin ambages. En el
panorama actual Jeff Foster, Eckhart Tolle y otros forman parte de esa
corriente de espiritualidad sin Dios que nace de la experiencia de esa no
dualidad, de ese "no yo" que también tuvieron los místicos y que ha
sido más propia de las religiones oceánicas que de las tres grandes religiones
del Libro (Islam, Judaísmo y Cristianismo). Con respecto al importante tema de la
adecuada comprensión del ego en los procesos de crecimiento personal y en el camino
espiritual me remito al capítulo titulado “no-ser” de mi libro SER (pág.
113-118).
No puedo en el espacio de esta
entrada profundizar como debiera en todo lo referente a la fenomenología de las
Religiones. Voy a usar categorías que precisan de una explicación más detallada,
pero intentaré ser lo más didáctica posible. Si en el intento alguien hecha en
falta mayor exactitud en los términos, ruego se me disculpe.
El hecho es que, en un creciente
interés por la no dualidad ¿qué sentido tiene creer en la Resurrección? Porque
la Resurrección es un canto a la individualidad, al yo, a lo individual: quien
Resucita en primer lugar es Jesús de Nazaret. Así es en un primer nivel de
comprensión de ese hecho de la Resurrección (hecho captado por la fe, acontecimiento,
más que acto).
Resucita Jesús, resucita el
hombre, pero revelando ya sin tapujos, al Cristo, es decir, al modelo de ser
que está llamado a nacer y desarrollarse en nosotros como en “una segunda
encarnación” de la que habló Sor Isabel de la Trinidad. Dicho de otro modo y
con terminología propia de la propuesta de Karlfried G. Dürckheim: en la
Resurrección de Jesús, el yo existencial transparenta ya plenamente el ser
esencial de Jesús. Es cierto que, en la persona histórica de Jesús de
Nazaret, afirmamos que vemos a un ser humano sin fisuras. Su yo existencial transparentaba
perfectamente su ser esencial. Esa transparencia del ser que somos es lo que el
resto buscamos, anhelamos, vivimos a medias, nos cuesta... en Jesús, su
interioridad y su exterioridad forman un todo armonioso y coherente. Pero, al
igual que sucede en la Trasfiguración en el Tabor, más tarde, al Resucitar, todo
velo que podía dificultar a las personas descubrir tal totalidad de armonía,
desaparece. Cae el velo y los ojos pueden ver sin dudas esa perfecta unidad
entre cuerpo, mente y corazón, entre interior y exterior, entre el hombre y
Dios. Todo ello acontece en la persona concreta y en la vida, gestos y palabras
de Jesús de Nazaret.
Por lo tanto, en la Resurrección
de Jesús, en la revelación plena del Cristo, quedan recapituladas el ego y la
esencia, el yo y el "no-yo". La forma en la que Dios decide darse a
conocer plenamente en Jesús es una forma individual, en un individuo concreto.
Dios se encarna, Dios incluso decimos los cristianos, renuncia a su ser Dios para
ser hombre ¿cómo es esto posible? El misterio de amor de la kénosis del Hijo,
de su vaciamiento, de su hacerse uno de tanto y siervo de todos, nos está
indicando que el camino de la manifestación de Dios que nos habita, del Dios “más
interior a mí que mi propia interioridad” (San Agustín) pasa por las leyes de
la verdadera encarnación. Precisamos de un YO para ser, para crecer, para
expresarnos. Un yo que está llamado a ser trasparencia de nuestro ser esencial
que, a su vez es reflejo de Dios en nosotros. La no dualidad nos dirá que ese
yo que creemos ser, no existe de veras. Entiendo lo que quiere decirse, pero
hoy necesito iluminarlo a la luz de la fe en la Resurrección y ello porque me
parece de capital importancia entenderlo bien o lo menos mal posible, para situar
la raíz de nuestra fe en nuestras propuestas de Educación de la Interioridad
que señala a dos objetivos que recuerdo de nuevo:
·
Unificación de las dimensiones de la persona: interioridad-exterioridad//cuerpo-mente-corazón).
·
Construcción de la unidad con los demás, con el
mundo y con Dios.
Hablar de unificación no me parece
a mí que sea sinónimo de disolución. Unificación y unidad señalan a la
ampliación, y potenciación de mi persona, de lo más esencial y bello de mí para
vivirlo y ponerlo en juego con y para los demás que siendo parte de mí en una mística
profunda relacional, no dejan de ser ellos como yo no dejo de ser yo.
Y ahí quiero llegar: Creer en la
Resurrección es creer en la Eternidad y tal Eternidad para un seguidor de Jesús, deja de ser una "sopa informe" para pasar a ser una conjunción de lo
más genuino y verdadero de cada uno. Cada persona está llamada a vivir su
Tabor, quizá no como momento puntual con un inicio y un final marcados, sino como
un proceso de desvelamiento de lo que soy progresivo, a veces con
parones y hasta a veces quizá retrocesos por miedo o pereza. Eso que le pasa al
individuo, impacta en la sociedad. Del mismo modo, el mundo, la familia humana está preñada de un
dinamismo evolutivo hacia lo mejor de sí misma. Este es también el mensaje de
la Resurrección: El fuego de Dios arde en la entraña del planeta, de la vida
humana. Jesús nos lo desvela plenamente al resucitar. Lo que parecía tumba y,
por lo tanto, final de todo, lugar de muerte, se transforma en un útero gestante
de una Vida plena y Eterna. Ese sepulcro que queda abierto al resucitar Jesús,
sugiere ahora una puerta de paso a la Vida por la que la humanidad puede
transitar de la noche al día, de la muerte a la vida, de la desesperación a la
esperanza. Todo ello como individuos y como sociedades. Todo ello, atravesando las “muertes” individuales y colectivas que sean precisas.
Todo esto es, a mi modo de ver,
de una importancia capital en la EI. Que esto esté o no presente en el trasfondo
de la EI marca la diferencia. Sin esto, la Ei puede convertirse en un canto a la
no-dualidad desprovisto de hondura y carente de aportaciones para la
individuación necesaria en esas edades escolares. Además de, llevarnos poco a poco
a perder la potencia revolucionaria y transformadora del Evangelio.
En el contexto de la escuela
católica, la Resurrección de Cristo es tan importante como la encarnación del
hijo de Dios. Encarnación y Resurrección como dos momentos de un proceso
inseparable, devienen horizontes de sentido que resitúan las acciones y
propuestas concretas de la EI para que no sea esta un mero divertimento o un
camino de relajación y disminución del estrés.
Creo adecuado aludir aquí a la bella y rotunda expresión del teólogo José Ignacio González Faus que dice de Jesús Resucitado que es ÉL MISMO, PERO NO EL MISMO. Resurrección entonces significa permanencia de todo aquello que identificaba a Jesús en todos los ámbitos de su ser, pero también revelación del núcleo de su Ser. Vivir mi resurrección personal, ser quien estoy llamado a ser no significa diluir los contornos de mi yo, sino poner ese yo al servicio total de mi Esencia, de esa esencia en la que Dios ha dejado su huella. Fe en la resurrección y trabajo denodado por favorecer los procesos de personalización de nuestros alumnos/as, van inseparablemente juntos.
Transferir esta densidad a las propuestas pedagógicas de EI es un reto maravilloso y una aventura facinante, a la vez que requiere de nosotros sabiduría, lucidez y experiencia interior.
(Mañana compartiré un texto de Pierre Teilhard de Chardin que expresa todo esto y mucho más y lo hace mejor).