La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 16 de diciembre de 2021

SER FELIZ


Se cumplen dos años de la publicación de mi libro "SER" en Ed. San Pablo. Escribir este libro fue para mí una verdadera aventura interior en la que transité muchos estados de ánimo, afronté miedos y aparecieron nuevos interrogantes. Pero, sobre todo, supuso el regalo de poder compartir con quien desee leer este humilde libro, una manera de entender ese verbo ser que nosotros declinamos al modo humano, porque si no lo hacemos así, queda sin significado.

Comparto un extracto del libro a modo de homenaje a todos los que nos ponemos en camino y vamos más allá para ser quienes de veras estamos llamados a ser, aún a riesgo de cometer errores, de perder a ratos el rumbo... Lo más hermoso de estar en camino, es cuando te encuentras con otros camiRantes, con otros buscadores de felicidad y compartes VIDA:



Ser feliz

Nadie desea sufrir, nadie desea ni espera ser desgraciado en esta vida. Todo ser humano lleva en sí un impulso hacia la felicidad. Cada uno de nosotros vamos descubriendo qué nos hace felices a lo largo de nuestra vida. La cuestión de fondo es que podemos llegar a identificar la felicidad con “las cosas que siento que me hacen feliz”. Por ejemplo, recuerdo que, en uno de los talleres de educación de la interioridad con alumnos de Bachillerato, un chico compartió con el grupo que era la primera vez que lloraba tanto “sin estar borracho”. El contexto de esta afirmación era el de un grupo de treinta chicos y chicas conviviendo durante tres días con el telón de fondo de conectar con su interior para “ir más allá”. Tras una de las dinámicas más potentes de esos días y ya casi al final de la convivencia, este chico nos sorprendió con esta declaración. Desde luego, él explicó que se refería a llorar de alegría, de emoción. Nos dijo que se había sentido liberado y que era una sensación que solía vivir cuando se emborrachaba algunos fines de semana. No entraré a exponer el diálogo que allí se dio, pero sí lo comparto porque siempre me ha parecido que aquella contundente frase resume muy bien de qué forma el ser humano puede enfocar la búsqueda de su felicidad de diferentes formas e identificar la felicidad con cosas o sensaciones efímeras, alejándose sin saberlo de la fuente de la felicidad.

Desde luego, una persona precisará de “mediaciones” entre la felicidad y ella. Pero, en la medida en la que el enfoque total y único provenga del ego básico, es decir, del nivel en el que la persona está “totalmente sumergida en la experiencia material más burda en la que no hay ningún contacto con el mundo interior” (Laia Monserrat: La revolución del Hara. Ed. Kairós, Barcelona 2016. Pág. 85.), esa natural búsqueda de la felicidad, se tornará una tarea ardua volcada exclusivamente “hacia lo de fuera”. En este nivel, la persona pone la felicidad en las cosas, en el éxito relacional, laboral, económico, en la aceptación y en un largo etcétera de cosas que terminarán convenciéndole que “lo que le hace feliz” siempre depende de las cosas y de las personas.

Efectivamente, la dimensión interior es la que
nos capacita para pasar de estar sujetos a ser sujetos. Dicho de otra manera, cuando vivimos de espaldas a nuestra interioridad nos convertimos en seres sujetos a todo tipo de dependencias y limitaciones. Quien se exilia de su “casa interior” vive permanentemente sujeto a los juicios y circunstancias externas sin autonomía ni libertad plenas. Un ser que busca fuera el cumplimiento de sus anhelos sin darse cuenta de que posee dentro de sí la tierra prometida que ansía.

Quien descubre y alimenta su dimensión interior se transforma en sujeto de su propia acción, responsable, libre del falso mundo de la imagen y la opinión externas, encuentra dentro de sí un hogar que le confiere solidez y estabilidad.

Pero, llegar a alcanzar tales cotas de autonomía y libertad personal, requiere de tiempo, pide paciencia y un trabajo consciente sobre uno mismo. Cuando en el ámbito familiar se reciben aportes en esta línea la persona puede encontrar menos dificultades en lo referente a “conectar” con su interior. Si en casa y/o en la escuela, pero sobre todo en la familia, se han recibido los regalos de aprender a pensar en profundidad, gozar del silencio, de la naturaleza, del deporte, del arte, descubrir la intimidad de la escritura en un diario, valorar el enorme tesoro de la amistad, aprender el sentido de la responsabilidad, vivir desde la confianza y no desde la sospecha, etc. entonces, llegados los momentos vitales más densos, la persona descubre que posee estrategias, herramientas, hábitos personales que le dificultan menos ese “acceso al interior” tan urgente en algunas fases de la vida.

No obstante, todos nos vemos abocados a momentos donde parece que nos quedamos sin guía, sin luz, sin orientación. Forma parte de ese fascinante proceso de ser asumir las oscuridades y desconciertos, acoger la gran cantidad de aspectos que no pueden ser controlados, que escapan a nuestra comprensión, no sólo a una explicación racional sino incluso a veces espiritual. Es en esos momentos donde somos convocados por la Vida a reconciliarnos humildemente con la dimensión de Misterio de toda vida. Y es quizá, en este punto, donde la persona puede descubrir asombrada y perpleja el hecho de que la tan ansiada felicidad brota en el acto de acoger y asumir la vida con lucidez y agradecimiento en todas sus facetas: lo agradable y lo desagradable, la luz y la oscuridad, lo comprensible y lo incomprensible, lo tangible y lo intangible…




miércoles, 1 de diciembre de 2021

Pasar el rato o entrar en el tiempo

Adviento: tiempo de espera...tiempo de Esperanza. 

Las personas no somos, en general, muy dadas a saber esperar. Es muy normal que mientras espero me entre una sensación como de "comezón" que me impulse a hacer algo para pasar el rato. Como quien a la espera del autobús que le lleve a casa, mira el móvil para pasar el rato o llama por teléfono para charlar y que el tiempo pase más rápido.

Pasar el rato es hacer algo para que el tiempo no se me haga eterno, para no aburrirme, para salir del tedio, para escapar de un "ahora" que me parece no tiene sentido o que se hace muy
pesado o soso...

Pasar el rato es intentar ir de puntillas por el tiempo que a mí me parece que "sobra"... Pasar el rato haciendo algo para no impacientarme o para, como digo, no aburrirme. Pasar el rato  crea la sensación de que el tiempo pasa más rápido cuando siento que ese tiempo debería ser más corto... Incluso hay quien para  que el tiempo pase más rápido, echa una cabezadita....

Pasar el rato es la forma de escapar de esa vivencia subjetiva del tiempo cronológico que hace que, lo que a mí se me pasa "como un suspiro" a ti se te haga "eterno". Sí, porque en la forma de vivir el tiempo, entra la subjetividad humana.

Parece ser que Dios,  también tiene su particular forma de percibir el tiempo: 

      Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día (2 Pe 3, 8)

Seguro que todos tenemos algún amigo o amiga "tardón", de esos que quedes a la hora que quedes, jamás llegarán a la hora acordada. Para quienes somos puntillosos con la puntualidad, tener un amigo así es una verdadera prueba de paciencia y de cariño. Llegar a tomarte con humor la impuntualidad del otro es una gran señal de amistad.

Pues,  las primeras comunidades cristianas, que vivían muy expectantes la segunda venida de Jesús (la parusía), también comenzaron a sentir que Dios era un poco como ese amigo tardón, que te dice que vendrá pero no sabes bien cuándo será. Creían que iba a ser tan inminente que Cristo regresara, que algunos dejaron de trabajar porque total "si ya viene en seguida...", vamos, que pensaron que la cosa era para "ya mismo" y se trataba de pasar el rato mientras llegaba.

San Pablo, observando este extraño "pasar el rato" no haciendo nada de algunos, dirá:

 "Cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (2 Ts 3, 10-12).

Hay, pues, dos formas de vivir la espera: pasando el rato mientras espero que suceda otra cosa más interesante que mi propia vida o adentrarme en el tiempo y vivir consciente y entregadamente cada momento con el corazón conectado a lo que se espera para no estar dormidos cuando acontezca.

Me parece a mí que por ahí va la pedagogía del Adviento: dejar de pasar el rato e ir aprendiendo a entrar en el tiempo, pero en el tiempo de Dios que... ese es otro tiempo.

Y entrar en el tiempo de Dios creo que es aprender  a vivir desde esa espera esperanzada que no me exime de mi vida, de mis responsabilidades, que no  me pone en stand by, sino que, al contrario, despierta en mí un mayor dinamismo de implicación con mi vida y con toda vida por un aumento exponencial de la atención.

Así, clamar durante el Adviento "Ven, Señor Jesús", conlleva realizar las acciones pertinentes que realmente permitan que Cristo se haga presente en este mundo a través de mí. Para ello, el Hijo de Dios, cuyo nacimiento contemplaremos en Nochebuena, nos dejó una larga explicación de qué es seguirle y de qué supone que él nazca en mí. Pero lo de Jesús no fue un largo discurso ni un compendio de documentos, sino una VIDA vivida en todo con el Abbá y para los hermanos.


Pues, he aquí el "reto" del Adviento: o pasamos el rato a la espera de algo que no sabemos cuándo ni cómo será, o nos adentramos en el tiempo de Dios poniendo "pico y pala" en la construcción del Reino, y que, cuando el Amigo llegue, ¡que nos pille trabajando!