Se cumplen dos años de la publicación de mi libro "SER" en Ed. San Pablo. Escribir este libro fue para mí una verdadera aventura interior en la que transité muchos estados de ánimo, afronté miedos y aparecieron nuevos interrogantes. Pero, sobre todo, supuso el regalo de poder compartir con quien desee leer este humilde libro, una manera de entender ese verbo ser que nosotros declinamos al modo humano, porque si no lo hacemos así, queda sin significado.
Comparto un extracto del libro a modo de homenaje a todos los que nos ponemos en camino y vamos más allá para ser quienes de veras estamos llamados a ser, aún a riesgo de cometer errores, de perder a ratos el rumbo... Lo más hermoso de estar en camino, es cuando te encuentras con otros camiRantes, con otros buscadores de felicidad y compartes VIDA:
Ser feliz
Desde luego, una persona
precisará de “mediaciones” entre la felicidad y ella. Pero, en la medida en la
que el enfoque total y único provenga del ego básico, es decir, del nivel en el
que la persona está “totalmente sumergida en la experiencia material más burda
en la que no hay ningún contacto con el mundo interior” (Laia Monserrat: La
revolución del Hara. Ed. Kairós, Barcelona 2016. Pág. 85.), esa natural
búsqueda de la felicidad, se tornará una tarea ardua volcada exclusivamente
“hacia lo de fuera”. En este nivel, la persona pone la felicidad en las cosas,
en el éxito relacional, laboral, económico, en la aceptación y en un largo
etcétera de cosas que terminarán convenciéndole que “lo que le hace feliz”
siempre depende de las cosas y de las personas.
Efectivamente, la
dimensión interior es la que
nos capacita para pasar de estar sujetos a ser
sujetos. Dicho de otra manera, cuando vivimos de espaldas a nuestra
interioridad nos convertimos en seres sujetos a todo tipo de dependencias y
limitaciones. Quien se exilia de su “casa interior” vive permanentemente sujeto
a los juicios y circunstancias externas sin autonomía ni libertad plenas. Un
ser que busca fuera el cumplimiento de sus anhelos sin darse cuenta de que
posee dentro de sí la tierra prometida que ansía.
Quien descubre y alimenta
su dimensión interior se transforma en sujeto de su propia acción, responsable,
libre del falso mundo de la imagen y la opinión externas, encuentra dentro de
sí un hogar que le confiere solidez y estabilidad.
Pero, llegar a alcanzar
tales cotas de autonomía y libertad personal, requiere de tiempo, pide
paciencia y un trabajo consciente sobre uno mismo. Cuando en el ámbito familiar
se reciben aportes en esta línea la persona puede encontrar menos dificultades
en lo referente a “conectar” con su interior. Si en casa y/o en la escuela,
pero sobre todo en la familia, se han recibido los regalos de aprender a pensar
en profundidad, gozar del silencio, de la naturaleza, del deporte, del arte,
descubrir la intimidad de la escritura en un diario, valorar el enorme tesoro
de la amistad, aprender el sentido de la responsabilidad, vivir desde la
confianza y no desde la sospecha, etc. entonces, llegados los momentos vitales
más densos, la persona descubre que posee estrategias, herramientas, hábitos
personales que le dificultan menos ese “acceso al interior” tan urgente en
algunas fases de la vida.
No obstante, todos nos
vemos abocados a momentos donde parece que nos quedamos sin guía, sin luz, sin
orientación. Forma parte de ese fascinante proceso de ser asumir las
oscuridades y desconciertos, acoger la gran cantidad de aspectos que no pueden
ser controlados, que escapan a nuestra comprensión, no sólo a una explicación
racional sino incluso a veces espiritual. Es en esos momentos donde somos
convocados por la Vida a reconciliarnos humildemente con la dimensión de
Misterio de toda vida. Y es quizá, en este punto, donde la persona puede
descubrir asombrada y perpleja el hecho de que la tan ansiada felicidad brota
en el acto de acoger y asumir la vida con lucidez y agradecimiento en todas sus
facetas: lo agradable y lo desagradable, la luz y la oscuridad, lo comprensible
y lo incomprensible, lo tangible y lo intangible…