La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 7 de marzo de 2019

Cuarenta días, cuarenta años... ¿Cuántos siglos?

Reconozco que centrarme en el tema de la EI con todo lo que pasa en el mundo, en la Iglesia, resulta complicado. Pero sí estoy convencida de que educar la dimensión interior de forma consciente en la familia y en la escuela, es una aportación imprescindible para construir un mañana más amable para todos y para todas.

Como mujer no puedo dejar pasar la fecha del 8 de marzo (curiosamente cumpleaños de mi madre) y como cristiana no puedo olvidar que estamos iniciando la Cuaresma. ¿Podría unir ambas cuestiones? ¿Guardan alguna relación con la dimensión interior? 

EL NÚMERO 4: es lo primero que ofrezco a vuestra consideración, El 4 es un número que convoca lo humano (las cuatro estaciones, los cuatro puntos cardinales, los cuatro elementos...). Es como si el 4 nos recordara que hay un nivel humano delimitado por una mirada que no puede ir más allá a no ser que se alinee con lo divino, a no ser que permita la emergencia de lo divino en su entraña.

EL NÚMERO 10: es el número que simboliza lo divino, lo perfecto, preciso y pleno. 

Del pueblo de Israel se nos dice en el libro de Éxodo que para llegar a ser pueblo y vivir como tal precisó cuarenta años de tránsito por el desierto, por el lugar de lo inestable, de lo árido, de lo imprevisible, de la carestía. 4x10=40. Lo humano imperfecto, limitado, haciendo camino con lo divino, alcanza su plenitud, su tierra de promisión.

Jesús, el Hijo de Dios, pasará 40 días en el desierto: en Jesús lo divino y lo humano se abrazan e integran.

Así pues, celebrar la cuaresma no es celebrar cuarenta días de carestía impostada, sino adentrarse jubilosos y conscientes en los desposorios de lo humano y lo divino permitiendo que lo divino que nos habita,  amplíe nuestra limitada mirada. El camino de desposesión, de vaciamiento que propone la Cuaresma es un camino de honda pedagogía interior y espiritual. Sólo quien deja ir, quien se suelta y libera de lastres acumulados (físicos, emocionales, relacionales, psicológicos, espirituales...) puede vivir el profundo gozo de sentirse en casa, en la Tierra de la Alegría, la Paz y la Justicia que acontece cuando dejamos que Dios reine, que lo divino se manifieste en lo humano llevándolo a su plenitud.

Y eso mismo deseamos cuando mañana, millones de mujeres en todo el planeta, se echen a las calles recordando que hay tanto camino por hacer como humanidad... El clamor femenino de mañana es clamor por la Justicia, es grito que expresa los dolores de parto de una humanidad que aun no ha llegado a su plena madurez y plenitud en tanto sigue maltratando a niños, ancianos y mujeres, en tanto sigue empobreciendo a pueblos en pro del desarrollo de unos pocos. El grito de la mujer es grito por y para todos, no sólo por ella. Si la humanidad avanza en los derechos de la mujer, seguro avanza en el cumplimiento de los derechos de todos y todas.

Solo quienes se sitúan en la corte del Faraón temen esas voces y quieren encerrarlas y callarlas. Sólo los señores del poder económico, político y religioso emiten estertores y jalean palabras contra ese clamor femenino que les aterra porque pronuncia alto y claro el abuso, la injusticia, la mentira.

¿Serán cuarenta días, serán cuarenta años o cuantos siglos más tardaremos en crecer como familia humana en la que todos y todas seamos iguales de hecho en derechos y deberes? Espero no morir sin verlo, algo... ya se vislumbra

NOTA: En referencia al documento que se leerá mañana en todos sitios, como feminista desde que tengo uso de razón, apoyo todo, pero no comparto la propuesta sobre el aborto sin matices que creo necesarios. Pero ello no me sitúa al margen de la lucha feminista y menos desde dentro de la Iglesia, tan necesitada de mujeres activas y críticas.

martes, 5 de marzo de 2019

Espiritualidad cristiana y contemplación: la mente en la oración (III)


Frei Betto: "Los desafíos de la oración: cómo rezar" en Leonardo Boff y Frei Betto:” Mística y espiritualidad" Ed. Trotta, Madrid 1999. Págs. 117-118.

Cuando se está ansioso con relación al tiempo no se consigue detenerse para orar. San Juan de la Cruz tiene una frase genial: “Ante el trabajo, debemos ser como el corcho en el agua”. El agua nunca consigue sumergir el corcho, éste siempre flota. En otras palabras: nunca debemos dar demasiada importancia a los trabajos que estamos realizando, no permitir nunca que nos hagan sacrificar el tiempo de oración. Por lo que toca al trabajo, la vida ya le dará una solución. Lo que ganamos con quince minutos de oración es muy superior en términos de calidad humana, incluso de dominio de la ansiedad en el trabajo.
Son pequeños recursos presentes en la espiritualidad de Jesús quien, aun siendo un militante, siempre encontraba tiempo para orar y estar a solas.
Estudiando las nueve maneras de orar que tenía Santo Domingo, descubrí que ninguna de ellas era comunitaria. Yo pertenezco a una familia religiosa que pone el acento en la oración comunitaria, La oración comunitaria es pobre cuando no se alimenta de la oración personal, del mismo modo que ésta se alimenta a su vez de la liturgia de la oración comunitaria y también 8ª ejemplo de la espiritualidad de Jesús) de la lucha por la justicia, del compromiso con los pobres, del proyecto del Reino. EL compromiso objetivo de cambiar este mundo nos lleva a sumir la exigencia de cambiarnos a nosotros mismos, todo ello con una trasparencia típica de la espiritualidad cristiana: el mérito es siempre de Dios. No esperes que la oración te lleve al primer grado de santidad. No oramos para dejar de pecar ni para sentirnos mejores que los demás. Oramos para sentirnos tan amados por Dios que nos resulte muy difícil ser infieles a su proyecto. Vamos a tener contradicciones, limitaciones, neurosis, locuras, pecados, pero sin los dualismos o culpas que tenemos cuando no hacemos la experiencia de Dios que nos ama tal como somos. En otras palabras, no oramos para ser mayores ni menores de lo que somos, sino para ser del tamaño que Dios nos hizo. El místico es alguien que percibe su propio tamaño, su verdadera identidad ante Dios. Y no es válida la idea de que el místico es alguien que ya está éxtasis y no necesita pisar el suelo. Eso es todo fantasía, folclore religioso.
En la experiencia cristiana, san Pablo aparece excesivamente machista, vanidoso, pretenciosos: “Yo no conviví con Jesús, pero soy el mayor de los apóstoles. Nadie combatió como yo combatí…”; pero la gracia estaba allí. Había espacio para la gracias. Por consiguiente, hemos de cuidarnos mucho de andar diciendo “ese tipo reza mucho, pero está lleno de contradicciones…” Lo que importa es abrir espacio a fin de que realicemos nuestra vocación más íntima y universal que no es otra que la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.