La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

sábado, 11 de abril de 2020

¿QUÉ ÉXITO? ¿QUÉ ASCENSO? ¿QUÉ CRECIMIENTO? (parte 2)

El Siervo ha caminado por las calles cargando una cruz. Le han insultado unos, han llorado por él las mujeres. Verónica, lejos de todo miedo, plena de compasión, se ha abierto paso entre la multitud y ha enjugado ese rostro desfigurado con un paño, si le hubieran dejado, si no la hubieran apartado a la fuerza, hubiera podido darle un sorbo de agua y decirle que le entendía, y decirle tantas cosas... Hoy, guarda la mirada de Jesús como tesoro en su corazón y ve el mundo entero con otros ojos.
Han obligado a un hombre a llevar una rato la cruz del Siervo. El cireneo forzado no entiende nada ¿por qué tiene él que cargar con semejante peso? Al cabo de un rato ya no piensa en eso, sólo siente que ese hombre, el tal Jesús, está cargando con el peso suyo y de todos y le oprime el pecho la certeza de que todo aquello es una terrible injusticia...

El Siervo ha dado un fuerte grito y, ha muerto... El cielo se ha cubierto de nubes y se ha hecho un gran silencio. Hoy, sábado, día de descanso, prosigue el Silencio cubriéndolo todo como con un manto...

Allí estuvieron madre e hijo, bajo ese cielo oscuro. Ella llorando y abrazando el cuerpo de su niño. María, rebuscando en ese abrazo el sentido de toda esa violencia, de tanto odio y tergiversación. Su hijo sólo había hecho cosas buenas. ¿Por qué no estaban ahí todos aquellos a los que curó de algún mal? ¿Dónde estaban los doce? Sólo Juan a su lado. ¿Dónde estaban los que habían vitoreado a Jesús cuando entró en Jerusalén? 

Juan llora y con suavidad está junto a María. No quiere interferir en esa despedida. Juan aún escucha en su corazón atormentado aquellas palabras pronunciadas con un esfuerzo brutal por el crucificado: "Ahí tienes a tu madre, ahí tienes a tu hijo". No da crédito, está como perdido en un océano de sentimientos encontrados. Busca con la mirada a Pedro y a Santiago y a los demás, pero no están. "¿Qué ha pasado? ¡Todo se ha hundido! Aquí estoy solo, con María y no sé como consolarla si yo mismo no tengo consuelo..."

Allí han quedado esas imágenes. Allí, en el Gólgota, la crueldad y la piedad...

Ahora, como nunca, sólo el Silencio.

"María... ¡Alégrate". La madre, sin más lágrimas que llorar, bebe sedienta el recuerdo de tanto como puebla su corazón. Es en ese corazón de María donde comienza a brotar la Luz como hace treinta y tres años lo hizo. Comienza a sentir María que todo adquiere sentido desde la mirada de los anawim. Dios sigue estando del lado de los pequeños y rechaza a los soberbios. Dios está hablando. Lo siente, lo sabe casi sin esfuerzo alguno. Percibe María como el dolor comienza a dar paso a otra cosa, aún no sabe como nombrarlo... Como una Presencia, como un sentido más allá de todo sentido. Se siente María, de nuevo, llena de Gracia aunque no entiende como puede ser, porque ahora sólo conoce el dolor, dolor por el hijo de su entraña, por el hombre bueno y sencillo que solo sabía hacer el bien... Dolor por el modo en que los hombres son crueles con sus semejantes... Dolor.

Pero María entiende... Aún embargada de dolor, entiende: que su hijo, tal como le anunció aquel ángel, se ha sentado en un trono, sí, pero no de oro y plata, sino en un trono de Amor sin medida. Se le revela a María que cada gesto de Jesús, cada acontecimiento de su vida había sido un ascenso en la escala del Amor. No sin desconcierto, ve con claridad que hay un triunfo en la muerte de su hijo: No renunció ni un ápice a la rectitud de su corazón. No se desvió de su ser. No desvirtuó por miedo ni una sola de sus convicciones. Jesús ha vencido al miedo, el mismo miedo que atenaza a los que le han condenado y a los que le han abandonado. Jesús ha vencido a ese maldito miedo que nos separa y nos convierte en enemigos. Le ha dado la espalda al miedo y se ha abandonado al Amor.

La madre llora al hijo, sí, pero la llena de Dios escucha, en el silencio y la reclusión del sábado, lo que Dios está diciendo, lo que no ha dejado de decir... Esa Palabra que quema la entraña, que ilumina hasta lo que no queremos ver. 

"Mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho...

Muchos se asombraron de él,
    pues tenía desfigurado el semblante;
    ¡nada de humano tenía su aspecto!
 Del mismo modo, muchas naciones se asombrarán,
    y en su presencia enmudecerán los reyes,
porque verán lo que no se les había anunciado,
    y entenderán lo que no habían oído".

¿Es posible que ese fuera Jesús? ¿Es posible que en él, en su hijo, Dios haya pronunciado palabras que sólo los sencillos y pobres de corazón pueden comprender? ¿Será esta confusión que percibe a su alrededor -los discípulos están derrotados y hundidos, alguno hasta se ha ido- el primer paso hacia una comprensión distinta?

Por más que siente un hondísimo dolor, como de espada que atraviesa su corazón, María no puede evitar comprender, comenzar a ver el sentido y el lugar de cada pieza de su vida y de la de Jesús...Entiende no sabiendo cómo lo hace, es como si le naciera adentro...

En voz baja, sintiéndose arrullada, María dice: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador..."

El alba de un sentido nuevo puntea en el corazón de María: el verdadero triunfo, el verdadero ascenso, el verdadero éxito de Jesús ha sido ser fiel a la esencia de su Corazón: el Amor.

¡Cuántas veces lo dijo Jesús!!: el que tenga oídos, que oiga. Ahora, sólo ahora , comenzamos a Escuchar, y lo que hoy como semilla entendemos, crecerá...¡vaya si crecerá!



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