Domingo de Ramos. Jesús de
Nazaret, el hijo de María y de José, están entrando en Jerusalén. Pide a sus
amigos que busquen un burrito y así atraviesa los muros de la ciudad, "rey
manso sentado en un pollino". La multitud de discípulos entusiasmados
tienden los mantos a sus pies aclamando "¡Bendito el que viene como rey,
en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto."
Año 2020: en el mundo entero,
los seguidores de Jesús nos vemos obligados a hacer memoria en casa, recluídos
de estos días de una densidad tremenda en la vida del Señor. Este hecho, el
confinamiento en casa, creo que nos puede dar una oportunidad de descubrr
matices nuevos en cada uno de los días de la Semana Santa.
DOMINGO DE RAMOS
JESÚS SE ADENTRA EN LA
DESORIENTACIÓN HUMANA: Cuando la "aclamación" se transforma en
"reclamación"
Desde hace bastantes años, la
celebración del Domingo de Ramos no me parece tanto un momento de aclamación
alegre y festiva, cuanto una puesta en escena de lo tremendamente desorientados
y despistados que andamos las personas cuando nos acercamos a Dios, a lo
divino, a lo Profundo.
La aclamación triunfalista de
las multitudes a Jesús reconociéndolo como parte de la estirpe de David, como
Maestro, se torna en pocas horas en una reclamación de su vida:
"Crucifícalo, crucifícalo".
En aquella multitud de
discípulos que tienden sus mantos a los pies de Jesús fluye un entusiasmo
total. Organizan una "manifestación" espontánea (hoy hubiera corrido
el aviso como un "hastag" del tipo #aclamaaJesús o un
"pásalo" en el Facebook: "¿qué tal si hoy a las 12 aplaudimos a
Jesús, hazlo viral").
Efectivamente, además del
grupo de los 12 y las mujeres que le siguen, Jesús cuenta con un grupo numeroso
de discípulos, no son del círculo "íntimo" pero están ahí, ayudándole
como pueden, atentos a sus palabras, fascinados por Jesús. Pero, ahí, en la
fascinación que provoca Jesús, como en el rechazo que también provoca y que
estos días quedará claramente al decubierto en sus contornos más devoradores,
se pone en evidencia la desorientación del ego humano.
Jesús fascina, Jesús atrae,
pero cabría preguntar a cada uno de los que hoy en esa multitud está aclamando:
¿Qué te atrae de Jesús? ¿A qué o quién aclamas hoy?
Me pregunto, si, a la vista de
los acontecimentos posteriores, no serían muy pocos, más bien escasos los que
de veras comprendían quien era ese Jesús, por donde iba la centralidad de su
vida. Eso mismo, probablemente, nos sucede hoy. Porque ayer y hoy, nos atrae y
nos fascina lo bueno, lo bello y lo verdadero. Es normal, reconocemos fuera lo
que nos habita dentro. Pero lo leemos mal, nos desorientamos y, así,
despistados, situamos en ese "otro" (sea Jesús, sea tal o cual
persona o proyecto) algo que, en cambio late en nuestra esencia personal y nos
está invitando a ser nosotros eso que admiramos o aclamamos fuera de nosotros.
La cuestión es que, con su
modo de vida, Jesús no se anuncia a sí mismo, anuncia el Reinado de Dios que en
cada hijo e hija ha dejado grabada esa semilla de Bondad, de Verdad, de Belleza
que en él, el Hijo, brilla sin fisuras ni opacidades, pero que en nosotros,
debe ser descubierta, buscada, rescatada, al modo de aquel que encuentra un
tesoro en su terreno y cava y cava... o al modo de la mujer que, habiendo
perdio su moneda, barre toda la casa, o al modo de quien pone a funcionar los
talentos que su señor le dió para que produzcan más...
Cuando aclamamos a otros,
cuando en el plano religioso ponemos a Dios fuera de la esfera de lo humano y
lo aclamamos como "algo" alejado de lo de cada día, entonces nos
exiliamos de nuestra responsabilidad personal, de nuestro camino de crecimiento
y plenitud. Dejamos de hacer lo que a nosotros nos corresponde como individuos
y como familia humana.
Así, cuando aquello o el dios
en quien derivamos y proyectamos todo lo nuestro, sentimos que "nos
falla", la aclamación fácilmente pasa a ser reclamación: ¿Por qué a mí,
Dios mío? ¿Cómo es posible que esto me/nos pase, yo te rezo, yo te he encendido
velas, yo soy bueno, yo...? y restamos prisioneros de la mentalidad del AT: un
Dios que premia al bueno y castiga al malo, que premia al pío y castiga al
impío...
Pero Jesús viene a instaurar
un orden nuevo: Dios hace morada entre los hombres, se vacía de sí para ser uno
de tantos y servidor de todos. "Pues si yo a quien llamáis Maestro os he
lavado los pies, cuantos más vosotros..." "Amaos los unos a los otros
como yo os he amado"... Jesús de Nazaret, en su modo de vida, gestos y
palabras, es la puerta que Dios abre a la humanidad para que se reconozca a sí
misma, para que retome el camino esforzado del paso de la esclavitud (dormidos
a lo que somos) a la libertad (despertar a nuestra verdadera esencia).
Sin embargo, es más cómodo que
otro y otros hagan el camino por mí: Dios, la iglesia, tal o cual "maestro
espiritual". Que otros vivan lo que yo estoy llamado a vivir, mientras yo
les aclamo, mas, si en algo me siento defraudado o incomodado, yo les reclamo.
La historia de Moisés también se repite. Moisés, a quien el pueblo sigue y
aclama hasta que se cansan, entonces reclaman "los ajos y las cebollas de
Egipto".
Jesús es el nuevo Moisés que
nos enseña que la Tierra Prometida está dentro de nosotros. También sufrirá la
incomprensión humana. Seguimos sin entender el caracter irrenunciable de dar
los pasos que cada uno debe dar para su liberación, que no acontece de forma
mágica, sino haciéndose cargo de la realidad y cargando con ella (Léase la
parábola del buen samaritano).
Jesús, entrando en Jerusalén,
se adentra en nuestra confusión como luz en la oscuridad. Esa luz todo lo
ilumina, todo deja al descubierto. Al descubrirnos cobardes, dubitativos,
iracundos, egoístas unos, amorosos, disponibles, compasivos, sencillos otros,
cada uno reaccionará de diversas formas. Habrá quien acoga esa luz como la gran
oportunidad para "ver" y habrá quien se aferre a su ceguera y rechace
la luz verdadera en pro de aparentes relumbrones.
Hoy, asomados a nuestros
balcones, como cada día a las 20:00 ¿a quién aclamaremos? ¿A quién
aplaudiremos? Quizá, desorientado, hacemos recaer toda la responsabilidad
individual y colectiva en la construcción de un mundo más humano, en los que
hoy calificamos como héroes y heroínas. Lo son, son ejemplo, son luz, pero que
no nos pase como con Jesús: no pasemos después de la aclamación a la
reclamación. Si cada uno de nosotros, no escucha lo que se le está diciendo
dentro de sí en estos días, será muy fácil terminar reclamándoselo todo a quien
hoy nos lo está dando todo.
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