La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

lunes, 6 de abril de 2020

Lunes Santo: gestos silenciosos, presencia atronadora

LUNES SANTO: Jesús continúa adentrándose en la enmarañada red de la desorientación humana. Antes de que toda esa oscuridad y caos le rodeen, acude a casa de sus íntimos amigos. Jesús se detiene en Betania.
No me cuesta empatizar con Jesús en este momento. ¡Qué maravilloso resulta poder descansar el cansancio, la incertidumbre, la tensión interior en el cálido regazo de la amistad compartida! ¡Qué fuente de sosiego es al casa del amigo, de la amiga! 
Imagino la escena: el ir y venir de ilusión por la visita de Jesús. La preocupación en el corazón de Marta, de María y de Lázaro por los comentarios que les van llegando, por lo "electrificado" que parece todo en torno a Jesús. Puedo llegar a sentir el inmenso deseo de los tres de ofrecer a su amigo y maestro una acogida cálida, un lugar donde "reposar al cabeza".

La casa limpia, la mesa preparada, los mejores alimentos cocinados con todo detalle, con el mayor amor... Marta, seguro, recordando la gran lección que le dio Jesús en una de sus visitas: "Marta, Marta, andas inquieta y preocupada" ha hecho todo con más calma, atenta amorosamente a cada detalle y María le ha ayudado contemplando en cada acción una reverencia amorosa a Dios. Lázaro, ¡ay Lázaro!, aún está su cuerpo sintiendo el tacto de las vendas del sudario, aún se extasía ante el hecho de respirar y estar vivo, aún resuena en un lugar muy hondo de su Corazón una voz que le dijo con autoridad indiscutible y amor infinito: "Lázaro, levántate y anda". Si no fuera por Marta y María, él diría que todo fue un sueño... Pero no, un sueño no deja en uno la señal de Vida que el percibe desde entonces y el vuelo del alma que siente al ver acercarse a Jesús.

Sí, ya está aquí el Amigo y Maestro. Con él vienen sus discípulos.

La casa se llena de saludos y abrazos. La casa se llena de un perfume de Vida inaudito. Todo parece florecer. Es Jesús, es su presencia lo que todo lo revivifica e ilumina. Es su modo de caminar y de mirar y de tocar. Es puro Dios, es pura humanidad embellecida.

Por eso María, no puede detener ni frenar el ímpetu que siente dentro de sí. Todo en ella canta y danza en la presencia de Jesús. Un Amor más allá de todo amor le roba el corazón. ¿Cómo es posible que seamos merecedores de que Él esté aquí, en nuestra casa? ¿Cómo no ofrecerle lo mejor? ¿Cómo no decirle con todo el ser que en él reconocemos a Dios un Dios que nos ha hecho re-conocernos a nosotros?

María se levanta. María toma entre sus manos aquel perfume carísimo que tenían en casa. María, sin saber porqué, por la única razón del amor desbordado y la veneración infinita, comienza a lavar los pies de Jesús con el perfume. Jesús se deja. Jesús acoge ese gesto como sólo Él sabe hacerlo. Jesús entiende. Jesús VE... Ve a María y más allá de María.

El silencio llena la casa como la está llenando el perfume delicioso que empapa ahora los pies de Jesús. Y María lava esos pies cansados, pies firmes, pies al encuentro de todos. Cubre con sus bellos y oscuros cabellos de mujer los pies y los besa y acaricia con infinita ternura y delicadeza. Jesús percibe todo eso y más. Jesús acoge, sólo acoge y comprende y, por un instante, le viene al corazón el recuerdo de esa otra María, su madre besando sus pies de niño en Nazaret y de José, su padre, curándole una herida que se hizo en sus primeros pasos torpes... El amor es así, es delicado, es sanador...

Pero entonces, toda la sinfonía de Vida que inunda la casa, queda rota por un compás disonante. Judas no entiende. Judas no acoge, no puede acoger. El dinero le quema en el alma. El ansia de poder le ciega la mente y la mirada. Todo eso es excesivo, es absurdo. Judas cree que sabe más, que ve más que entiende más porque "todo ese dinero que cuesta el perfume, se podría haber dado a los pobres". ¿A los pobres, Judas? ¿Estás seguro de que son los pobres los que de verdad te importan ahora?

María entiende porque acoge el ser de Jesús. María de Betania es discípula verdadera. Ha bebido ada gesto, cada mirada, cada palabra de su Maestro en cada encuentro de amistad y se ha llenado de sabiduría. Judas, caminando y viviendo con Jesús, nada sabe, nada ha visto, nada ha aprendido. Judas, atado a sus propios planes, a su modo de entender como tienen que ser las cosas , decepcionado porque Jesús no acaba de hacer lo que tiene que hacer: triunfar, reinar... Judas, tan perdido, tan desorientado, tan encerrado en lo que no es que no percibe al que ES.

María se levanta... ¿La abraza de Jesús? No me cuesta imaginar que así fuera. No me cuesta imaginar las lágrimas en los ojos de Lázaro, de María, de Marta, de Juan, de Santiago y Pedro... Sobrecogidos, emocionados, intuyendo no se sabe bien qué... Porque Jesús habla de su sepultura, sí, algo ha dicho, pero no querían ahora escuchar eso.

Todo queda interrumpido: una muchedumbre se apiña fuera de la casa. Les han dicho que Jesús está ahí, en casa de Lázaro. Unos han ido ansiosos por ver al hombre resucitado. Otros se quedaron con ganas de ver más de cerca a Jesús el día que entró en Jerusalén. Le llaman unos, le aclaman otros... Multitud e intimidad. Excesos de ruidos fuera, abundancia de amor dentro.

Lejos, los líderes religiosos están ya hartos. Ese galileo les quita seguidores a ellos, a su ley. Es peligroso. Deben eliminarlo.

Jesús, mientras, calla, no grita, no vocea, no explica, no se queja. Jesús mira a María, María mira a Jesús. Gestos silenciosos que generan una presencia atronadora. 

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