La fe en la personalidad:
He aquí, pues, que, por pasos, mi
fe inicial en le Mundo se ha cambiado irresistiblemente en una fe en la espiritualidad
creciente e indestructible del Mundo.
(...)La convicción que voy a
tratar de defender aquí es precisamente (...) que, si hay irreversiblemente
vida delante de nosotros, esto que llamamos Viviente tiene que culminar en algo
Personal donde habremos de encontrarnos a nosotros mismos "sobre-personalizados".
¿Cómo justificar esta nueva etapa en la explicación de mi fe?
(...) La idea, tan extendida, de
que el Todo, incluso reducido a la forma de Espíritu, no puede ser sino
impersonal, tiene evidentemente su origen en una ilusión espacial. A nuestro
alrededor, lo "personal" es siempre un "elemento" (una mónada),
y el universo, por el contrario, se manifiesta sobre todo a nuestra experiencia
mediante actividades difusas. De ahí la impresión tenaz de que lo personal es
un atributo exclusivo de lo "particular en cuanto tal", y que por
consiguiente tiene que ir decreciendo a medida que se lleva a cabo la
unificación total.
Pero una impresión como esta, en el
punto en el que he llegado en el desenvolvimiento de mi fe, no resiste a la
reflexión. El Espíritu del Mundo, tal y como se me ha presentado al nacer, no
es un fluido, ni un éter, ni una energía. Completamente diferente de esas
vaporosas materialidades, las innumerables conquistas de la vida se agrupan, se organizan,
en su esencia, en una adquisición gradual de consciencia. Espíritu de síntesis
y de sublimación. ¿De acuerdo con qué proceso de analogía nos lo podemos imaginar?
¿Acaso relajando nuestro centro individual de reflexión y de afección? De
ningún modo. Si no, al contrario, apretando éste, cada vez, más allá de sí
mismo. El ser “personalizado”, que nos constituye como humanos, es el estado
más elevado bajo el que nos es dado recibir la trama del Mundo. Llevada a su
consumación, esta sustancia tiene que seguir poseyendo, en un grado supremo,
nuestra perfección más preciosa. Desde ese momento ya no puede ser sino
“super-consciente”, es decir, “super-personal”. Os irritáis ante la idea de un
Universo personal. La asociación de estos dos conceptos os parece monstruosa.
Ilusión espacial, volveré a repetir. En lugar de contemplar el Cosmos por el lado
de su esfera exterior, material, ¡volveos hacia el punto en el que todos los
radios se juntan! También allí, reducido a la unidad, existe el Todo, y lo
podéis percibir en su totalidad concentrado en ese punto.
Así, en lo que me concierne, yo
no soy capaz de concebir una evolución que no desemboque en una suprema
Personalidad. El Cosmos, a fuerza de converger, no puede fraguar Algo:
como ya lo ha hecho parcial y elementalmente en el caso del hombre, tiene que
terminar en Alguien.
(…) Os asombra esta perspectiva (…)
Nos imaginamos el gran Todo bajo la figura de un océano inmenso en el que
vienen a desaparecer los hilillos del ser individual. Es el mar en el que se
disuelve el grano de sal, el fuego en el que la paja se volatiliza… Unirse a él
equivale a perderse. Pero es que justamente esta imagen es falsa, quisiera
poder gritar yo a los hombres (…) No, el Todo no es la inmensidad enrarecida, y
por tanto disolvente, en al que buscáis su imagen, sino que, por el contario,
es como nosotros esencialmente un centro, con las cualidades propias de un
centro. Ahora bien ¿cuál es la única manera que tiene un centro de formarse y
nutrirse? ¿Acaso descomponiendo los centros inferiores que caen bajo su
dominio? De ningún modo, sino reforzándolos a su propia imagen. Su manera
propia de disolver consiste en unificar aún más. Para la mónada humana,
fundirse en el Universo quiere decir verse super-personalizada.
(Pierre Teilhard de Chardin: Lo que yo creo. Ed. Trotta. Págs. 99-101)
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