La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

jueves, 5 de marzo de 2020

La callada estela de una mujer sencilla

El martes por la noche, estando yo impartiendo un curso en Teruel, me llamó una querida amiga para decirme que Teresa Collell había muerto. 

Teresa y el paisaje de Santa Eugènia de Relat d'Avinyó en el Bagés catalán, forman en mi recuerdo del corazón un todo. Teresa, ermitaña, pero no solitaria. Fue trabajadora social muchos años. Optó después por la vida eremítica que le llevará a vivir en Santa Eugènia donde creó desde su sencillez y profundidad espiritual una bella pustinia abierta a los sedientos de silencio, de simplicidad y hondura, a los sedientos de Dios.

Conocí a Teresa y el paisaje sereno de Santa Eugènia de la mano de Javier Melloni sj en los años que viví y trabajé en Manresa. No imaginaba cómo iba a marcar mi vida.

Teresa vivía en la casa cural pegada a la iglesia románica. Había creado en ese espacio rústico, un paraíso de sencillez y armonía a todos los niveles. Cuatro pequeñas habitaciones, una la suya, tres más para quienes íbamos allí a retirarnos. Paredes de cal, suelos de madera robusta que crujían bajo nuestros silentes pasos. Una biblioteca rica en textos de todas las tradiciones místicas. Un uso austero del agua de lluvia. Cocina y comedor acogedores y amororos. Alimentos cocinados con dulzura, atención y calma y compartidos a veces en silencio, a veces en profunda conversación sobre lo divino y lo humano, pero siempre antecedida la comida por la lectura de un texto de algún sabio o místico/a.

Oración en la mañana y el atardecer en la cripta... Una cripta tan hermosa, tan pulcra, tan recogida... Y Teresa siempre sentada en una esquina. Teresa en la cripta era la viva imagen de una pequeñuela de Dios. Un poco encogida, ajena a posturas y poses meditativas, no le hacían falta. Ella vivía en permanente estado orante, de atención. 

Durante casi diez años, pasé muchos días y horas allí. Recuerdo un retiro de diez días sola en la pustinia fuera de la casa, una ermita construída por Javier y Teresa que constaba de una cama separada por una pared de un pequeño oratorio. Un aseo pequeñito y una mesa de trabajo pegada a una diminuta cocinilla. Sin luz y usando agua de lluvia para ducharme. Fueron diez días de ensueño... A unos minutos de camino, Teresa. En medio, el silencio del bosque. 

Podría compartir mil momentos bellos allí. Paseos, conversaciones, luces interiores percibidas en la reflexión solitaria o en conversaciones con Teresa o con otros amigos de Santa Eugènia. Destaco que allí se gestó el inicio de lo que hoy son para mí dos historias de Amistad de un valor incalculable. En torno a Santa Eugènia nació y creció un Encuentro que ha terminado siendo un hogar del corazón.

En mi casa preside mi despacho una fotografía de Teresa leyéndonos un texto antes de comer. Guardo su cuchara de palo, con la que le gustaba tomar la "sopa espaltida", uno de los preciosos tarros que tenía en el comedor siempre con hierbas aromáticas y terapeúticas. También guardo como un tesoro un porta incienso de madera decorado a mano por Teresa y que ella me regaló y varios libros que, con toda conciencia y descaro, robé de la biblioteca antes de que, al marchar Teresa a una residencia, deshicieran tristemente la casa.

Compartir con vosotros algo de lo vivido con Teresa, es mi forma de honrarla. Ella escribía poesía. Sus poemas son realmente sublimes. No publicó nada ni daba charlas. Sólo sabemos de ella quienes tuvimos el privilegio de conocerla en el entorno amable, íntimo y sencillo de su vida de ermitaña en Santa Eugènia y antes en otros contextos.

De ella recibí el despertar a esa pequeñez del corazón. Teresa con su forma de ser y de vivir me mostró el ejemplo vivo de una mística de ojos abiertos, mística de la vida cotidiana. En ella percibí claramente el brillo de Dios: en sus ojillos vivarachos siempre arrugaditos de felicidad. En su sonrisa permanente porque en todo y todos veía el paso de Dios. 

La veo ir al cielo, al Encuentro de su Amado con su sombrero de paja, el que usaba para sus paseos por el bosque y sé que ya le ha entregado su preciado "Lotus d'Or".

En mí y en muchos otros, pervive su legado. Yo deseo seguir cuidando y cultivando lo que su presencia sembró en mi corazón.

Hasta que Dios quiera, hermana mía Teresa.


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