Hace poco un amigo compartía conmigo esta cita del genial Goethe:
"Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad, de repente se nos arroja al mundo; cien mil olas nos envuelven; todo nos seduce, muchas cosas nos atraen; otras muchas nos enojan y, de hora en hora, titubea un ligero sentimiento de inquietud; sentimos, y lo que sentimos lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo"
Ojalá todos pudiéramos decir que hemos sido educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad. Pero sí es cierto que cuando iniciamos y recorremos caminos de silenciamiento, de reflexión profunda, de introspección y de conexión con uno mismo y con el mundo desde honduras mayores, entonces sí, nos damos cuenta de que "cien mil olas nos envuelven".
Nuestra actual forma de vida se caracteriza por una velocidad que aumenta de forma exponencial. Todo es para ahora mismo, todo debe decirse, saberse, tenerse y hacerse lo antes posible. Las nuevas tecnologías han introyectado al mundo un ritmo vertiginoso. Va desapareciendo de nuestro horizonte la capacidad de espera. Los mensajes de móvil, los mails, los mensajes instantáneos en los foros sociales han relegado las cartas, aquellas cartas que se escribían poco a poco y se enviaban y uno sabía que debía esperar a que llegara y esperar a que fuera respondida y dejada en el buzón... No hace mucho aún viajábamos sin móvil y se llamaba a casa cuando se llegaba al destino y, así, vivíamos con compases de espera.
Sí, los compases de espera están despareciendo peligrosamente. Porque ciertamente es peligroso que perdamos la capacidad de esperar. Peligroso porque aquello realmente esencial y valioso, precisa de crecimiento, de fases de descubrimiento, comprensión y acogida. Lo esencial y valioso, lo que pertence a la esfera del Ser, se cuece a fuego lento y nada tiene que ver con la comida rápida.
El amor, la amistad, la autocomprensión, la sabiduría, la fe y tantas cosas más precisan de los compases de espera. Dejar que las cosas sucedan a su tiempo es todo un arte necesario para no vivir alienados, agobiados y exigiendo.
Dentro de poco los cristianos nos sumergiremos en un gran compás de espera: el Adviento. A pesar de que el mundo comercial se salte este compás deseoso de hacernos consumir sin medida, los cristianos tenemos la oportunidad de preparar el enorme acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios transitando cuatro semanas luminosas. El Adviento nos ayuda a recuperar la sabiduría de la espera activa. El Adviento nos prepara para poder ser adentrados en el Misterio de Dios que se hace carne, algo que supera cualquier lógica y espectativa y que no deja de sorprender a quien se acerca vulnerablemente a la Navidad.
Que las olas de la vida actual, que casi son un tsunami de requerimientos y prisas, no ahoguen en nosotros la sabiduría de la espera, la humildad de dejar fluir la Vida y hacerse consciente de los sentimientos que ésta hace nacer, sólo así seremos personas, no marionetas, contemplativos y no "mirones" o meros espectadores.
Un saludo con todo mi cariño a la espera de que visites este blog.
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