Junto a la cama de un hospital se aprende mucho sobre la vida. Quizá no sería desascabellado que nuestros alumnos de bachillerato antes de dar el salto a la vida fuera del colegio, pasaran algunas horas junto a la cama de un enfermo... ¿Morboso? Puede ser, no lo sé, realmente la vida te da las lecciones que necesitas para crecer, para comprender, quizá no debamos adelantar lecciones ni quemar etapas, es verdad, pero algo me dice que la forma en la que vivimos carece de contacto con los límites y por eso nos cuesta tanto afrontar las frustaciones ya sean éstas económicas, emocionales, o físicas. El hombre y la mujer del siglo XXI no quieren límitaciones, la técnica todo lo puede. Pero el ser humano continúa siendo limitado: no podemos saberlo todo, no podemos controlarlo todo, no lo podemos explicar todo y seguimos abocados a vivir la experiencia de la muerte física.
Junto a la cama de un hospital se puede tocar con la punta de los dedos la fragilidad humana, nuestra inconsistencia mortal. Un enfermo, sea joven, sea anciano, muestra a las claras que no podemos proyectar con regla y cartabón los contornos de nuestra existencia. Los médicos se afanan por diagnosticar pero no pocas veces el diagnóstico llega tarde o resulta incompleto y hasta errado. Se presiente que la medicina tiene algo de "lotería"...
Junto a la cama de un hospital se comprende bien que lo más valioso en la vida de una persona es la presencia: la de quienes le aman y a quienes ama y la Presencia interior.
Cada beso, cada mirada cariñosa, cada sonrisa y palabra de ánimo pronunciada por un ser querido contiene mayor bálsamo que mil medicinas por más efectivas que sean. Pero además de eso, el enfermo nos regala a quienes le acompañamos la posibilidad de dejar salir de nuestro corazón dosis de ternura y de amor de las que no nos sabíamos poseedores. El enfermo nos otorga humanidad cuando dejamos que su sufrimiento nos toque el corazón. Así, en el entramado de entradas y salidas de la habitación de un hospital, se teje una red de presencias que esconden mil significados ocultos pero reales.
Y cuando el enfermo se queda solo... entonces sólo queda esperar que dentro de sí pueda sentir esa Presencia que nos habita y que nos habla de un "más allá": más allá del dolor físico y del sufrimiento psicológico somos infinitamente más. Cuando el enfermo se hunde en el abismo de su dolor o de su tristeza sólo queda esperar que escuche en el fondo de sí el latido de una Esencia perdurable que, una vez atravesado el umbral de la muerte corporal, pervivirá libre y limpia.
Junto a la cama de un hopital se aprende mucho de lo divino y de lo humano y, sobretodo, se reciben regalos, muchos regalos.
4 comentarios:
Gracias Elena. Tus palabras me han ayudado a orar.
A la sociedad posmoderna le cuesta entender la enfermedad, la debilidad, el dolor... la muerte. Mucho más a nuestros jóvenes. Tratamos muchas veces de evitarles estas experiencias que forman parte de la vida. Están ahí, pero intentamos camuflarlas, como si no existieran. No las interiorizamos bien y nos cuesta vivirlas con paz.
"Estuve enfermo y vinisteis a verme". La Palabra nos invita a estar al lado del que sufre y a vivir desde el interior la experiencia, aunque sea dolorosa.
Seguimos unidos en la plegaria
LA muerte es una parte de la Vida, la enfermedad parte de ella como la salud, la alegria y la tristeza... Todo tiene sentido, es importante vivir con sabiduría cada momento. En todo caso verdaderamente esas palabras de Jesús abren un panorama novedoso.
¡Qué grande!, de nuevo la debilidad, nuestra fragilidad, de quienes queremos... nos recuerdan lo más importante de la vida... SOMOS SERES HABITADOS, heridos de muerte por el amor de un Dios, que nunca nos deja solos, siempre pone un ángel a nuestro lado... y sino que se lo pregunten a tu padre. ¡Ánimo y paz! un fuerte abrazo.
Muchísimas gracias, Natxo, de todo corazón, GRACIAS.
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