¿Podría yo vivir más atento a los demás que a
mí mismo/a?
¿Podría yo anteponer el bien común a mi bien
personal?
¿Podría yo dar la vida por otro ser humano
aun desconocido para mí?
¿Podría yo renunciar a mi comodidad o incluso
a algo necesario para mejorar la situación de otra persona?
¿Podría yo alejarme de todo alimento fatuo de
mi ego?
¿Podría yo conservar la inocencia y limpieza
del corazón a pesar de tantas decepciones?
¿Podría yo perdonar setenta veces siete?
¿Podría yo abrir mi hogar no sólo a “los
míos” sino a todo/a aquel/lla que lo necesitase?
¿Podría yo sentir tan íntimo el dolor de
tantos/as que a ratos perdiera el sueño por ellos/as?
¿Podría yo gastar la vida por lo demás, por
todos/as, estén cerca o lejos?
¿Podría yo dar mi vida como alimento?
¿Podría yo llorar con los que lloran, reír
con los que ríen?
¿Podría denunciar las injusticias y poner mis
talentos a funcionar para romper las estructuras injustas?
¿Podría yo poner alegría en la tristeza,
perdón en el rencor, luz en la oscuridad…?
¿Podría yo dar-me más de lo que me doy?
Creo que no puedo, que yo sola no puedo.
Necesito de la Fuerza de Dios, de su Espíritu, vida misma de Dios en mí.
Necesito de vosotros/as, mis hermanos y hermanas, de vuestra compañía,
inspiración, empuje, valentía…
Creo que esto es vivir la Cuaresma: reconocer
mi radical debilidad, mis fondos oscuros que me alejan de la limpieza del
corazón y de la sencillez que posibilitan vivir el Evangelio, el amor a los
enemigos, el perdón, la generosidad extrema… Reconociendo esa debilidad,
abrirme abandonada a la acción de Dios en mí desde dentro de mí, desde "los
otros de mí", desde las circunstancias concretas que me tocan vivir.
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