La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

martes, 11 de marzo de 2014

¿Podría yo...?


¿Podría yo vivir más atento a los demás que a mí mismo/a?
¿Podría yo anteponer el bien común a mi bien personal?
¿Podría yo dar la vida por otro ser humano aun desconocido para mí?
¿Podría yo renunciar a mi comodidad o incluso a algo necesario para mejorar la situación de otra persona?
¿Podría yo alejarme de todo alimento fatuo de mi ego?
¿Podría yo conservar la inocencia y limpieza del corazón a pesar de tantas decepciones?
¿Podría yo perdonar setenta veces siete?
¿Podría yo abrir mi hogar no sólo a “los míos” sino a todo/a aquel/lla que lo necesitase?
¿Podría yo sentir tan íntimo el dolor de tantos/as que a ratos perdiera el sueño por ellos/as?
¿Podría yo gastar la vida por lo demás, por todos/as, estén cerca o lejos?
¿Podría yo dar mi vida como alimento?
¿Podría yo llorar con los que lloran, reír con los que ríen?
¿Podría denunciar las injusticias y poner mis talentos a funcionar para romper las estructuras injustas?
¿Podría yo poner alegría en la tristeza, perdón en el rencor, luz en la oscuridad…?
¿Podría yo dar-me más de lo que me doy?


Creo que no puedo, que yo sola no puedo. Necesito de la Fuerza de Dios, de su Espíritu, vida misma de Dios en mí. Necesito de vosotros/as, mis hermanos y hermanas, de vuestra compañía, inspiración, empuje, valentía…


Creo que esto es vivir la Cuaresma: reconocer mi radical debilidad, mis fondos oscuros que me alejan de la limpieza del corazón y de la sencillez que posibilitan vivir el Evangelio, el amor a los enemigos, el perdón, la generosidad extrema… Reconociendo esa debilidad, abrirme abandonada a la acción de Dios en mí desde dentro de mí, desde "los otros de mí", desde las circunstancias concretas que me tocan vivir.

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