Cuaresma: no puede ser no comer carne, no puede ser enterrarse en ceniza, no.
En este momento de la Humanidad vivir el espíritu de la Cuaresma debería impulsarnos a IR MÁS ALLÁ, a salir definitivamente de nuestras zonas de confort y lanzarnos hacia el hermano solo y sufriente con un abrazo lleno de amor y verdadera compasión. la compasión que se convierte en ayuda efectiva, en gestos de amor y reparación efectiva del mal.
Hoy, cuando nuestro planeta se debate entre guerras e injusticias sin fin, cuando a algunos nos parece que esto no puede ir peor, adentrarse en la Cuaresma es un ejercicio serio y decisivo de dejarse empapar la mirada por la Mirada de Dios, sólo Él/Ella posee las pupilas del Amor. El ejercicio cuaresmal debiera ser dejarnos empapar por esa Mirada que todo lo atraviesa y conoce lo profundo de todo cuanto existe. Esa Mirada nos capacita, nos impulsa, nos dinamiza, nos nutre y consuela para poder actuar desde el Amor en pro de la construcción de la verdadera Humanidad.
En la liturgia cristiana, durante la Cuaresma desparece la exclamación "Aleluya"... Es como si el Cosmos se retuviera, implosionara, buscara dentro de sí, en cada recoveco de lo que es, una razón, un motivo para poder exclamar "Aleluya". Porque "Aleluya" viene a significar "alabad a Yahwéh" y ¿Cómo alabar a Dios cuando la Humanidad mata y muere?
Esperaremos cuarenta días, esperaremos los cristianos hasta la mágica noche de la Vigilia Pascual para volver a pronunciar esa exclamación de júbilo. Esperaremos a que se nos anuncie que uno de entre nosotros ha podido ver más allá, ha creído y ha sido restaurado plenamente en su divina humanidad. Esperaremos hasta que nuestra alma y nuestro corazón perciban que "la muerte no tiene la última palabra". Esperaremos, pero no en espera pasiva y resignada. Esperaremos luchando, clamando, gritando, denunciando, tendiendo la mano, manteniendo encendida la tenue llamita de la Esperanza.
Esperaremos absteniéndonos de dañar a los demás, a la tierra, a los animales. Esperaremos ayunando de desesperanza manteniéndonos tozudamente firmes en la gran Esperanza de que es posible un Aleluya eterno, un Aleluya cósmico.
Y esa formidable noche de Pascua cantaremos y alabaremos y clamaremos ALELUYA y no lo haremos porque toca hacerlo, no lo haremos con ingenuidad, lo haremos sabiendo que mientras cantamos y danzamos el Aleluya Pascual la Humanidad sigue enferma, sigue sufriendo. Por ello al entonar ese Aleluya sabremos que al hacerlo nos comprometemos a transformar el canto en actos de amor, en lucha por la justicia, en Misericorida.
Mientras llega ese momento silenciamos el Aleluya. Nos dejamos adentrar por la Ruah divina en los desiertos individuales y colectivos, reconocemos lucidamente nuestras tentaciones, ¡tantas tentaciones! y pedimos humildemente que se despierte en nosotros el deseo de no ceder, de no caer, de no dejarnos tragar por ese desierto al que algunos llaman "vida". Un desierto creado por lo peor del ser humano en el que el hermano y la hermana no existen, en el que el mundo sólo está ahí para depredarlo, en el que todo lo diferente es catalogado de "malo", de "enemigo".
Seremos "reparadores de brechas" todo el tiempo que sea necesario y trabajaremos a la espera del ALELUYA DEFINITIVO, cuando la Humanidad sea, por fin, verdadera FAMILIA HUMANA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario