"Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios" (Mt 5, 9).
Aquí me tienes, Madre mía, Dios mío, Abbá. Aquí me tienes tensando mi ser para que todo él, cuerpo, mente y corazón, se abran a ti, a la presencia que siempre eres en mí.
Aquí, en este silenciamiento que no alcanza a ser nunca pleno silencio, escucho mis interiores aullidos: miedos, preocupaciones, cansancios y dudas. ¡Cómo alzan la voz cuando lo que necesito de veras es su silencio!
Aquí, en este tránsito hacia lugares más serenos y prístinos, escucho también, más allá de mis voces, la voz de los sin voz, de los muertos de nuestro injusto mundo. Siento que me pueblan los dolores y las angustias de mis prójimos, de los sufrientes y empobrecidos.
Es justo aquí, en este deseo de Encontrarte en mí, que me encuentro con toda la oscuridad y con toda la luz.
Todo sale a mi encuentro, y entre todo ello te busco a ti. Tengo sed de ti, mi Amor.
Entonces recuerdo tu voz que debió de sonar tan potente en los corazones de quienes abarrotaban los pies de la montaña.: “Dichosos lo que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán hijos de Dios”
Tu eco llega hasta este aquí y este ahora en el que anhelo tu Paz.
Sí, la anhelo porque todo anda tan revuelto, porque hay tanta guerra en mí y alrededor de mí…
El eco de tu voz desde lo alto de aquel monte, perdura hasta hoy.
El eco de una propuesta rotunda, de una locura, de una ruptura con toda lógica.
Entiendo en ese eco, que no me ofreces una paz facilona, de esas de “manual antiestrés”
Entiendo que es una Paz de tal calado que debo trabajar por ella, que debo crear las condiciones de posibilidad.
Hubiera sido tan agradable que nos la regalaras… Una paz de “todo a euro”, envuelta en aromas e inciensos…
Pero no, tú, inquietante Amor, me aseguras que sólo seré hija de Dios si trabajo, si me esfuerzo, si opto en mis acciones, por la Paz que anhelo.
Y te pregunto, Vida de mi vida: ¿Qué es primero: ¿la paz de mi corazón o la paz de este mundo? ¿Dónde debo poner el acento?
Sí, ya me parece escuchar tu respuesta brotando de una cariñosa sonrisa.
Ya voy entendiendo que no existe lo uno sin lo otro,
Que un corazón en guerra consigo mismo, no irradiará nunca paz a su alrededor.
Pero que, a un corazón pacificado ninguna guerra le puede arrebatar su Paz.
Ya voy comprendiendo, sin saber como lo comprendo, que tu Paz, esa que que nos diste (“Mi Paz os dejo, la Paz os doy”) fructifica cuando soy verdaderamente humana, no una máscara de mí misma.
Voy vislumbrando los brotes de esa Paz genuina y verdadera en las raíces de plena humanidad de mi pequeño ser y en el de la Humanidad.
Aquí y ahora, abierta a tu Presencia, escucho que lo repites una y otra vez, pero no terminamos de comprender:
“Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán hijos de Dios”
Hijos de Dios… hijas de Dios… Pacificados seres que trabajan por liberar la paz de en medio de tantas guerras personales, familiares, políticas, económicas. Luchas de poder, luchas por tener, luchas por trepar, luchas por aparecer…
En medio de todo ese afán, en medio de la convulsión, atruena silenciosa tu Voz que habla de una Paz que este mundo no puede dar, pero que no es calma sin más.
Una Paz que tú nos das, pero por la que hemos de trabajar. Don y tarea, pasiva actividad.
Paz que es fruto de la justicia, del desvelamiento de toda mentira y de la denuncia de toda maldad.
Quiero ser llamada Hija de Dios. A medio camino entre tu Don y mi trabajo consciente por ella, que sea en este mundo amado la paz, tu Paz, mi Dios.
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