El ciclo litúrgico ordinario se cierra
con la fiesta de Cristo Rey para dar paso al Adviento. Personalmente siempre me
ha costado calificar como Rey a Cristo. Cierto es que, por mi entorno cultural,
esta fiesta ha quedado teñida de reminiscencias políticas llenas de extremismo
y violencia que nada tienen que ver con el Evangelio ni con la propuesta de
vida cristiana.
Creo que, si algún término
entronca más claramente con el ego humano en su peor expresión y manifestación,
es el término Rey o Reina y todo lo que connota para los humanos. Ningún rey
humano ha llegado a rey exento de asesinatos, conquistas crueles, luchas de
poder, celos, envidias, imposiciones y abusos. Da igual hacia qué época
histórica miremos: desde que tenemos rastros escritos de la cultura humana en
tiempos de los sumerios, los reinados, los gobernantes de todo tipo lo son
imponiéndose de forma violenta y buscando perpetuar su poder y riqueza (nunca el
uno sin la otra) a base de empobrecer y pisotear al pueblo.
Quizá se me diga que las modernas
monarquías no son así. Evidentemente los reyes de hoy en día no guerrean ni van
por ahí cortando cabezas, pero bien sabemos la cantidad de corruptelas y
comportamientos nada éticos que salen a la luz de tanto en tanto y que ponen
bajo el foco mediático modos de vida nada edificantes y alejados del sufrimiento
y necesidades reales de sus supuestos “súbditos”.
Por todo ello, nunca me ha parecido
que tenía semejanza alguna decir Cristo y decir Rey. Me ha parecido siempre que
tenía que explicarme a mí misma demasiadas cosas y hacer muchas piruetas
mentales y teológicas para poder “imaginar” a Cristo como un rey.
Claro está, que, como siempre, la
lógica del evangelio lanza un reto total a nuestra lógica mundana. El relato
del evangelio elegido para ser proclamado hoy en nuestras celebraciones es
aquel en el que un Jesús traicionado por Judas, negado por Pedro, zarandeado
entre Anás y Caifás, llega ante el poder político representado en aquel momento
por Pilato quien pregunta directamente a Jesús si él es rey. La respuesta de
Jesús en el evangelio de Juan es contundente: “Tú lo dices: soy rey”, es más,
Jesús describe su realeza como el destino radical de su nacimiento: “Yo para
esto he nacido y para esto he venido a este mundo”. Pero, a renglón seguido, describe
en qué consiste ese destino o realeza: “Para dar testimonio de la verdad. Todo
el que es de la verdad escucha mi voz”.
Jesús identifica “realeza” y “verdad”,
algo que nos saca de los parámetros de nuestro modo de entender las realezas
humanas.
Pilato pregunta por su realeza a
Jesús desde sus propias construcciones e imágenes mentales. En la mentalidad de
Pilato, un rey, fuera Jesús o cualquier otro, es sinónimo de un poder humano
cuya presencia supone un agravio y un peligro para la estabilidad política y la
superioridad romana.
Pero Jesús, ya había dejado claro
a Pilato antes que el no era rey al modo del mundo: “Mi reino no es de este
mundo”.
Ni es Jesús rey de un reino mundano
ni es un rey al modo humano. ¿Entonces por qué definirse a sí mismo como rey? Jesús
hablaba con las categorías de su tiempo y la escuela joanica escribe con las
categorías de su cultura. El modelo monárquico, como indica Ian G. Barnour en “Myths,
models and Paradigms” se desarrolló sistemáticamente tanto en el pensamiento
judío (Dios en tanto señor y Rey del universo) como en el pensamiento cristiano
medieval (con su énfasis en la omnipotencia divina) y en la Reforma (especialmente
con la insistencia de Calvino en la soberanía de Dios). En la descripción de la
relación de Dios con el mundo, el modelo histórico dominante en Occidente fue
el del monarca absoluto gobernando su reino.
A mi modo de ver y siguiendo a la
gran teóloga Sallie McFague, la cuestión es cometer el error de identificar a Dios
con lo que no son sino metáforas y modelos de Dios, ayudas para hablar acerca
del Misterio, pero que no son en sí mismas el Misterio. Confundimos el significado
con el significante. Identificamos el agua con el recipiente que la contiene.
Eso empequeñece a Dios. Pero también nos empobrece a nosotros. Cuando el ser
humano olvida que una metáfora y más una metáfora acerca de Dios no tiene
entidad en sí misma sino en tanto refiere a otra realidad mayor, entonces tal
metáfora corre el riesgo de convertirse en un “becerro de oro”. Se quiebra el
dinamismo vital por el que es el ser humano quien está llamado descubrir que
todo es revelación, como afirmaba María Zambrano y, por lo tanto, nos anclamos
en la metáfora dejando de ir en busca del Misterio hacia el que señala.
Cuando una metáfora como la del
rey se sigue proponiendo como descripción de Dios en tiempos en los que ya no
dice nada o lo que dice al ser humano actual incluso es rechazable, entonces debemos
atrevernos a revisar tal metáfora y debemos atrevernos a seguir peregrinando
por este mundo dejando atrás todos los “becerros de oro” que hemos construido
tanto en el ámbito teológico, como pastoral, como en la organización de la
Iglesia.
Por ejemplo: en una iglesia
Sinodal. ¿tiene cabida la imagen de Dios como monarca absoluto? Creo que
no. La imagen de Dios como monarca, desde luego, ayuda a perpetuar modos de organización
eclesial altamente jerarquizados y escasamente participativos para quienes no
sean considerados como parte del “establishment” propio de cualquier monarquía.
Por ello, hoy, me centro no en
contemplar a Jesús como rey, sino como heraldo de la verdad. Jesús ES el
camino para ir hacia tal verdad, Jesús ES esa verdad, y en el modo de ser de
Jesús podemos encontrar la VIDA que genera esa verdad, la vida verdaderal la
verdadera vida y vida en abundancia.
Y ahí, sí encuentro un reto, una
llamada que me moviliza. Ir en pro de la verdad, crecer en verdad, permitir que
Dios revele su verdad en mí, en todos, en la historia humana. En esta época que
me toca vivir en la que la verdad es pisoteada, manipulada, falseada, me
atraviesa esa misión de Jesús de ser testigo de la verdad y anhelo que Jesús me
revele de qué verdad habla.
Y, qué curioso, Pilato mismo, al escuchar
la respuesta de Jesús, le preguntará por la verdad y no ya por su realeza, pero…
No se detendrá a escuchar su respuesta: indagar a cerca de la verdad es
tarea más profunda y exigente que indagar en las realezas o no realezas del tal
Jesús de Nazaret, que, al menos, ya ha dejado claro que no tiene ejército
alguno que vaya a venir en su rescate. Y es que, los intereses de los poderosos
de este mundo, de soberanos y monarcas, no son los intereses de Dios y nunca lo
serán.
(SI te interesa esta cuestión de
las imágenes acerca de Dios, te recomiendo vivamene la lectura de “Modelos de Dios:
Teología para una era ecológica y nuclear” de Sallie McFAgue. Ed. Sal Terrae,
colección Presencia Teológica, 1994).
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