La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

domingo, 24 de noviembre de 2024

De realezas y verdad. Revisar las imágenes de Dios

 

El ciclo litúrgico ordinario se cierra con la fiesta de Cristo Rey para dar paso al Adviento. Personalmente siempre me ha costado calificar como Rey a Cristo. Cierto es que, por mi entorno cultural, esta fiesta ha quedado teñida de reminiscencias políticas llenas de extremismo y violencia que nada tienen que ver con el Evangelio ni con la propuesta de vida cristiana.

Creo que, si algún término entronca más claramente con el ego humano en su peor expresión y manifestación, es el término Rey o Reina y todo lo que connota para los humanos. Ningún rey humano ha llegado a rey exento de asesinatos, conquistas crueles, luchas de poder, celos, envidias, imposiciones y abusos. Da igual hacia qué época histórica miremos: desde que tenemos rastros escritos de la cultura humana en tiempos de los sumerios, los reinados, los gobernantes de todo tipo lo son imponiéndose de forma violenta y buscando perpetuar su poder y riqueza (nunca el uno sin la otra) a base de empobrecer y pisotear al pueblo.

Quizá se me diga que las modernas monarquías no son así. Evidentemente los reyes de hoy en día no guerrean ni van por ahí cortando cabezas, pero bien sabemos la cantidad de corruptelas y comportamientos nada éticos que salen a la luz de tanto en tanto y que ponen bajo el foco mediático modos de vida nada edificantes y alejados del sufrimiento y necesidades reales de sus supuestos “súbditos”.

Por todo ello, nunca me ha parecido que tenía semejanza alguna decir Cristo y decir Rey. Me ha parecido siempre que tenía que explicarme a mí misma demasiadas cosas y hacer muchas piruetas mentales y teológicas para poder “imaginar” a Cristo como un rey.

Claro está, que, como siempre, la lógica del evangelio lanza un reto total a nuestra lógica mundana. El relato del evangelio elegido para ser proclamado hoy en nuestras celebraciones es aquel en el que un Jesús traicionado por Judas, negado por Pedro, zarandeado entre Anás y Caifás, llega ante el poder político representado en aquel momento por Pilato quien pregunta directamente a Jesús si él es rey. La respuesta de Jesús en el evangelio de Juan es contundente: “Tú lo dices: soy rey”, es más, Jesús describe su realeza como el destino radical de su nacimiento: “Yo para esto he nacido y para esto he venido a este mundo”. Pero, a renglón seguido, describe en qué consiste ese destino o realeza: “Para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.

Jesús identifica “realeza” y “verdad”, algo que nos saca de los parámetros de nuestro modo de entender las realezas humanas.

Pilato pregunta por su realeza a Jesús desde sus propias construcciones e imágenes mentales. En la mentalidad de Pilato, un rey, fuera Jesús o cualquier otro, es sinónimo de un poder humano cuya presencia supone un agravio y un peligro para la estabilidad política y la superioridad romana.

Pero Jesús, ya había dejado claro a Pilato antes que el no era rey al modo del mundo: “Mi reino no es de este mundo”.

Ni es Jesús rey de un reino mundano ni es un rey al modo humano. ¿Entonces por qué definirse a sí mismo como rey? Jesús hablaba con las categorías de su tiempo y la escuela joanica escribe con las categorías de su cultura. El modelo monárquico, como indica Ian G. Barnour en “Myths, models and Paradigms” se desarrolló sistemáticamente tanto en el pensamiento judío (Dios en tanto señor y Rey del universo) como en el pensamiento cristiano medieval (con su énfasis en la omnipotencia divina) y en la Reforma (especialmente con la insistencia de Calvino en la soberanía de Dios). En la descripción de la relación de Dios con el mundo, el modelo histórico dominante en Occidente fue el del monarca absoluto gobernando su reino.

A mi modo de ver y siguiendo a la gran teóloga Sallie McFague, la cuestión es cometer el error de identificar a Dios con lo que no son sino metáforas y modelos de Dios, ayudas para hablar acerca del Misterio, pero que no son en sí mismas el Misterio. Confundimos el significado con el significante. Identificamos el agua con el recipiente que la contiene. Eso empequeñece a Dios. Pero también nos empobrece a nosotros. Cuando el ser humano olvida que una metáfora y más una metáfora acerca de Dios no tiene entidad en sí misma sino en tanto refiere a otra realidad mayor, entonces tal metáfora corre el riesgo de convertirse en un “becerro de oro”. Se quiebra el dinamismo vital por el que es el ser humano quien está llamado descubrir que todo es revelación, como afirmaba María Zambrano y, por lo tanto, nos anclamos en la metáfora dejando de ir en busca del Misterio hacia el que señala.

Cuando una metáfora como la del rey se sigue proponiendo como descripción de Dios en tiempos en los que ya no dice nada o lo que dice al ser humano actual incluso es rechazable, entonces debemos atrevernos a revisar tal metáfora y debemos atrevernos a seguir peregrinando por este mundo dejando atrás todos los “becerros de oro” que hemos construido tanto en el ámbito teológico, como pastoral, como en la organización de la Iglesia.

Por ejemplo: en una iglesia Sinodal. ¿tiene cabida la imagen de Dios como monarca absoluto? Creo que no. La imagen de Dios como monarca, desde luego, ayuda a perpetuar modos de organización eclesial altamente jerarquizados y escasamente participativos para quienes no sean considerados como parte del “establishment” propio de cualquier monarquía.

Por ello, hoy, me centro no en contemplar a Jesús como rey, sino como heraldo de la verdad. Jesús ES el camino para ir hacia tal verdad, Jesús ES esa verdad, y en el modo de ser de Jesús podemos encontrar la VIDA que genera esa verdad, la vida verdaderal la verdadera vida y vida en abundancia.

Y ahí, sí encuentro un reto, una llamada que me moviliza. Ir en pro de la verdad, crecer en verdad, permitir que Dios revele su verdad en mí, en todos, en la historia humana. En esta época que me toca vivir en la que la verdad es pisoteada, manipulada, falseada, me atraviesa esa misión de Jesús de ser testigo de la verdad y anhelo que Jesús me revele de qué verdad habla.

Y, qué curioso, Pilato mismo, al escuchar la respuesta de Jesús, le preguntará por la verdad y no ya por su realeza, pero… No se detendrá a escuchar su respuesta: indagar a cerca de la verdad es tarea más profunda y exigente que indagar en las realezas o no realezas del tal Jesús de Nazaret, que, al menos, ya ha dejado claro que no tiene ejército alguno que vaya a venir en su rescate. Y es que, los intereses de los poderosos de este mundo, de soberanos y monarcas, no son los intereses de Dios y nunca lo serán.

 

(SI te interesa esta cuestión de las imágenes acerca de Dios, te recomiendo vivamene la lectura de “Modelos de Dios: Teología para una era ecológica y nuclear” de Sallie McFAgue. Ed. Sal Terrae, colección Presencia Teológica, 1994).

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