La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

martes, 27 de septiembre de 2011

Soledad indeseada y soledad buscada

En el camino del crecimiento interior la soledad y el silencio son "lugares" imprescindibles. En concreto la soledad es, con mucho, el lugar más inquietante en algunos momentos del camino. La soledad es uno de los miedos básicos del ser humano, sobretodo la soledad indeseada. No se trata aquí de un mero "estar solo" sino de ese "sentirse sólo" incluso aunque no se esté solo. Un "sentirse solo" que nos adentra en la certeza de que la existencia es algo enorme, que nos supera totalmente. Cuando se da la experiencia de la soledad indeseada, se vive el peso de la existencia, la "insoportable levedad del ser".

Tal experiencia puede hacer que se llegue a aborrecer incluso la soledad buscada que antes nos era grata. La soledad indeseada gana terreno, a modo de "agujero negro", se va tragando todo, o al menos, así lo percibimos. Puede comenzar  entonces la búsqueda compulsiva de todo aquello que el ego cree puede llegar a "rellenar" ese agujero que traduce como "vacío" en el sentido más negativo del término: vacío como "carencia de" en lugar de como "espaciosidad" o "posibilidad".

La Gracia recibida será la del momento en el que se acepta la soledad, se presente como se presente. Se reconoce y acepta que la soledad está ahí, forma parte de la vida. Nos adentramos en ella en lugar de rehuírla y lo hacemos conscientemente, sin buscar el más mínimo refugio o, como diría Simone Weil "manteniendo la mirada orientada". En ese momento se permite al grito interior alcanzar su máximo volumen. Se permanece en el infierno de la soledad indeseada sin desesperar o permitiendo la desesperación, pero se permanece, no hay ya huída.

El milagro sucede: comienza a despuntar la luz, se sale a la superficie y se respira una bocanada de aire fresco. Se sienten dentro toda la energía y el poder necesarios para desubrir el sentido de la vida, de los acontecimientos, sentido que antes nos parecía oscuro o inexistente. Se ha regresado a casa, al hogar interior. La soledad vuelve a ser querida, adopte al forma que adopte porque en realidad, ahora lo sabemos, nunca estamos solos. En este tránsito por el infierno fuimos aligerados del peso de la mirada dualista. Ahora sabemos que somos uno, Todo y todos forman parte de mí. Muere el ego inmaduro y el Self irradia su perfume y su luz. A partir de ahora, caminaremos más ligeros, menos esclavos del miedo, más perceptivos y pacificados. La soledad nos será siempre amada pues en ella estaremos en compañía del Todo.

No hay comentarios: