La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

lunes, 9 de noviembre de 2015

La "fiesta de los maniquíes" de la Escuela Cristiana


No sé si recordáis una canción de un grupo gallego muy famoso en los años 80, el grupo era Golpes bajos, la canción “Fiesta de los maniquíes” y uno de los versos del estribillo era “fiesta de los maniquíes, no los toques por favor”.

Abunda mucho la “fiesta de los maniquíes”, la hipocresía presentada en sociedad de forma correcta, la polilla del “dar de no” que bajo comportamientos nada reprensibles para una mirada poco atenta, van horadando la convivencia en los grupos humanos. Nos estamos convirtiendo poco a poco en maniquíes ataviados con lo “políticamente correcto” pero escasos, muy escasos de verdadera creatividad y coraje para hincar el diente a lo esencial. En cuanto nos tocan el dinero o el tiempo, "se acabó lo que se daba".

Pasa en muchos ámbitos de la vida, en casi todos los grupos humanos, pero me da especialmente “asco y mala gana” cuando me encuentro con ellos en el mundo educativo.

Como dice el genial Fidel Delgado a veces podemos entrar en una tendencia a “dar de no” que nos lleva a quejarnos de todo y por todo e ir cayendo suave pero irrevocablemente en el abismo sin fondo del “primero yo y lo mío” y luego ya veremos.

El estilo de vida neoliberal, el leiv-motiv de fondo del capitalismo se nos ha colado hasta los tuétanos y el individualismo campa por sus anchas, por eso no hay verdadera revolución en nada porque no hay verdadera reflexión que permita el nacimiento de respuestas desde lo profundo de la persona; el “dar de no” se cuela hasta entre quienes parecemos enarbolar banderas de cambio social, de la solidaridad, de la ecología. Da la impresión de que todo se queda en palabras aprendidas mientras los actos, la vida cotidiana va por otro lado.

Ahora bien, a mí lo que me causa tristeza y verdadera preocupación es identificar esas “insoportables levedades del ser” en los claustros educativos. Es tremendo leer los documentos bien estructurados y fundamentados de tantos y tantos centros educativos cristianos, documentos que por otro lado han sido elaborados con una nada despreciable inversión de tiempo y energía por parte de las personas a quienes se les encomienda tal redacción. Por ello preocupa escuchar y ver en tantas ocasiones que quienes desean de veras, por convencimiento hondo “dar de sí” para que esos documentos no sean sólo papel, sino vida de cada día, quedan neutralizados por un “algo” tóxico que flota  en el ambiente cuyo mensaje continuo es “no tengo tiempo”, “esto no nos toca”, “mi jornada laboral termina a las…” “ese no es mi grupo”, “otro proyecto más”, etc….

Que en los colegios hoy el “tiempo” es un bien escaso, es un hecho para todos. Que hay una avalancha de proyectos cada curso es cierto. Que a veces no da tiempo a aterrizar un proyecto cuando ya comenzamos otros, es directamente comprobable. Que la mayoría de docentes siente que de veras “no les da la vida” es algo que se palpa con claridad, pero que se nos está colando en la vida escolar esa tendencia a “dar de no” es igualmente real.

Me da la impresión de que la frase “no tengo tiempo” comienza a sonar hacer tiempo como una perfecta excusa para quien no puede o no quiere ir más allá de lo meramente curricular, salir del guión del libro o de “las fichas” e ir al encuentro del alumno, del compañero de claustro y de las familias desde un concepto mucho más amplio y profundo del verbo educar.

Y ahí me sale a mí lo de la “fiesta de los maniquíes”. Un maniquí es una muñeco estático vestido a  la moda. Queda monísimo en el escaparate pero nada más. En cualquier momento, ante un cambio de moda el maniquí cambia de estilo y postura.

Ahora parece que la moda es dejar claro que el trabajo es el trabajo y mi vida personal mi vida personal. Vale, faltaría más. Y quizá sí que era necesario revisar modos de funcionamiento que interferían claramente con los ritmos necesarios de la vida familiar. De hecho una de las asignaturas siempre pendientes de este país es la de la “conciliación familiar”. En eso estamos muy lejos de muchos países europeos, es un hecho.  Pero me surge un duda tremenda que creo significativa cuando hablamos de educación: ¿Puede un/a educador/a hoy, en el siglo XXI, pretender ser un funcionario de la educación? ¿podemos pretender que tal y como van las cosas nuestros chavales e incluso nuestros compañeros/as de claustro, no precisen de nosotros un “plus” de humanidad más allá del puro trabajo bien hecho? Porque ya sólo faltaría que un/a educador/a que pretenda serlo se conforme con dar bien su materia, eso se presupone. Hoy el/la educador/a, como siempre, pero quizá con mayor urgencia que nunca, debe ser un MODELO DE VIDA.

Ahí el maniquí no sirve. Para el educador que lo sea desde la entraña, la realidad que vivimos se transforma en una llamada a responder desde lo extra curricular y eso, por desgracia para ese virus del “dar de no”, cuando menos pide de nosotros un estado de creatividad educativa continua porque requiere de tiempos con los alumnos y los compañeros y las familias más allá de “mis horas de clase”. Claro que esto es así, a mi modo de ver, porque estamos manteniendo estructuras que sirvieron en unos contextos socio-culturales que no son los actuales. Las escuelas son un “odre viejo” que intenta acoger el “vino nuevo” y ya sabemos como termina esa combinación: el odre explota y se pierde el vino ¿no sentimos que algo así puede estar pasando en nuestros colegios?

Habrá que ser muy creativos y generosos para re-crear nuestras escuelas llevándolas hacia la escuela del siglo XXI. Los cambios que deberemos hacer no pueden ser mero escaparatismo incorporando a la vestimenta de nuestro colegio el último proyecto de moda. Deberemos salir del escaparte y sumergirnos en los cambios profundos que esta nueva época exige de la escuela. Resulta claro que mientras permitamos que avance tranquilamente la tendencia a “dar de no” en los claustros educativos, este trabajo fascinante pero exigente de recrear la escuela caerá con todo su peso sobre los hombros de algunos y algunas que, como la viuda pobre del pasaje evangélico, darán hasta lo último que tienen desde el alma, convencidos, sin hacer alharacas, sin quejas, pero dejándose quizá demasiadas cosas en el camino (la salud, la familia, las energías, a veces la ilusión porque tal esfuerzo no genera ningún cambio gratificante y sí mucho cansancio…).

Escasea el empuje carismático, fuerza del Espíritu, sobran la exacerbada autodefensa y los parapetos diarios para no ir más allá, la falta de miras a largo plazo empujados por la urgencia del momento.

Ahora que ya no es un futurible en la escuela cristiana la falta de religiosos y religiosas, habrá que ver de qué manera los/as laicos/as pueden pasar a ser esa “referencia carismática” que han sido las comunidades religiosas presentes en el día a día del colegio. Habrá que repensar y recrear la forma de estar del laico en el centro educativo sin perder su identidad laical, es decir, sin dejar de vivir plenamente su proyecto de vida, sea el que sea. Un padre o una madre de familia debe poder vivir plenamente su su vida de pareja y su relación familiar. Un/a laico/a no es un religioso ni una religiosa “camuflados”, debe ser lo que es. Por ello se nos pide hoy una verdadera “creatividad evangélica” para que nuestros colegios no pierdan su fuerza carismática, su empuje y originalidad, su capacidad para proponer caminos profundos y de raíz a la comunidad educativa al completo, pero sin sacrificar en el “altar” del trabajo  la vida familiar de los educadores/as.

Mientras ahí están los “maestros de la ley” recordando lo que “entra” y lo que no en la jornada laboral alimentando sutilmente y con la ley en la mano el virus del “dar de no” y dejando a algunos claustros pobres en generosidad y arranque, plagados de “peros” de todo tipo ante cualquier propuesta que pida una minuto más de “mi” tiempo. La "fiesta de los maniquíes" versus la "fiesta de la Vida en abundancia" en nuestros claustros.


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