No sé si recordáis una canción de un
grupo gallego muy famoso en los años 80, el grupo era Golpes bajos, la canción
“Fiesta de los maniquíes” y uno de los versos del estribillo era “fiesta de los maniquíes, no
los toques por favor”.
Abunda mucho la “fiesta de los maniquíes”,
la hipocresía presentada en sociedad de forma correcta, la polilla del “dar de
no” que bajo comportamientos nada reprensibles para una mirada poco atenta, van
horadando la convivencia en los grupos humanos. Nos estamos convirtiendo poco a
poco en maniquíes ataviados con lo “políticamente correcto” pero escasos, muy
escasos de verdadera creatividad y coraje para hincar el diente a lo esencial. En cuanto nos tocan el dinero o el tiempo, "se acabó lo que se daba".
Pasa en muchos ámbitos de la vida, en
casi todos los grupos humanos, pero me da especialmente “asco y mala gana”
cuando me encuentro con ellos en el mundo educativo.
Como dice el genial Fidel Delgado a
veces podemos entrar en una tendencia a “dar de no” que nos lleva a quejarnos
de todo y por todo e ir cayendo suave pero irrevocablemente en el abismo sin
fondo del “primero yo y lo mío” y luego ya veremos.
El estilo de vida neoliberal, el leiv-motiv de fondo del capitalismo se
nos ha colado hasta los tuétanos y el individualismo campa por sus anchas, por
eso no hay verdadera revolución en nada porque no hay verdadera reflexión que
permita el nacimiento de respuestas desde lo profundo de la persona; el “dar de
no” se cuela hasta entre quienes parecemos enarbolar banderas de cambio social,
de la solidaridad, de la ecología. Da la impresión de que todo se queda en
palabras aprendidas mientras los actos, la vida cotidiana va por otro lado.
Ahora bien, a mí lo que me causa
tristeza y verdadera preocupación es identificar esas “insoportables levedades
del ser” en los claustros educativos. Es tremendo leer los documentos bien
estructurados y fundamentados de tantos y tantos centros educativos cristianos,
documentos que por otro lado han sido elaborados con una nada despreciable
inversión de tiempo y energía por parte de las personas a quienes se les
encomienda tal redacción. Por ello preocupa escuchar y ver en tantas ocasiones
que quienes desean de veras, por convencimiento hondo “dar de sí” para que esos
documentos no sean sólo papel, sino vida de cada día, quedan neutralizados por
un “algo” tóxico que flota en el ambiente
cuyo mensaje continuo es “no tengo tiempo”, “esto no nos toca”, “mi jornada
laboral termina a las…” “ese no es mi grupo”, “otro proyecto más”, etc….
Que en los colegios hoy el “tiempo”
es un bien escaso, es un hecho para todos. Que hay una avalancha de proyectos
cada curso es cierto. Que a veces no da tiempo a aterrizar un proyecto cuando
ya comenzamos otros, es directamente comprobable. Que la mayoría de docentes
siente que de veras “no les da la vida” es algo que se palpa con claridad, pero
que se nos está colando en la vida escolar esa tendencia a “dar de no” es
igualmente real.
Me da la impresión de que la frase
“no tengo tiempo” comienza a sonar hacer tiempo como una perfecta excusa para
quien no puede o no quiere ir más allá de lo meramente curricular, salir del
guión del libro o de “las fichas” e ir al encuentro del alumno, del compañero
de claustro y de las familias desde un concepto mucho más amplio y profundo del
verbo educar.
Y ahí me sale a mí lo de la “fiesta
de los maniquíes”. Un maniquí es una muñeco estático vestido a la moda. Queda monísimo en el escaparate pero
nada más. En cualquier momento, ante un cambio de moda el maniquí cambia de
estilo y postura.
Ahora parece que la moda es dejar
claro que el trabajo es el trabajo y mi vida personal mi vida personal. Vale,
faltaría más. Y quizá sí que era necesario revisar modos de funcionamiento que
interferían claramente con los ritmos necesarios de la vida familiar. De hecho
una de las asignaturas siempre pendientes de este país es la de la
“conciliación familiar”. En eso estamos muy lejos de muchos países europeos,
es un hecho. Pero me surge un duda
tremenda que creo significativa cuando hablamos de educación: ¿Puede un/a educador/a
hoy, en el siglo XXI, pretender ser un funcionario de la educación? ¿podemos
pretender que tal y como van las cosas nuestros chavales e incluso nuestros
compañeros/as de claustro, no precisen de nosotros un “plus” de humanidad más
allá del puro trabajo bien hecho? Porque ya sólo faltaría que un/a educador/a
que pretenda serlo se conforme con dar bien su materia, eso se presupone. Hoy
el/la educador/a, como siempre, pero quizá con mayor urgencia que nunca, debe
ser un MODELO DE VIDA.
Ahí el maniquí no sirve. Para el
educador que lo sea desde la entraña, la realidad que vivimos se transforma en
una llamada a responder desde lo extra curricular y eso, por desgracia para ese
virus del “dar de no”, cuando menos pide de nosotros un estado de creatividad educativa continua porque requiere de tiempos con
los alumnos y los compañeros y las familias más allá de “mis horas de clase”.
Claro que esto es así, a mi modo de ver, porque estamos manteniendo estructuras
que sirvieron en unos contextos socio-culturales que no son los actuales. Las
escuelas son un “odre viejo” que intenta acoger el “vino nuevo” y ya sabemos como
termina esa combinación: el odre explota y se pierde el vino ¿no sentimos que
algo así puede estar pasando en nuestros colegios?
Habrá que ser muy creativos y
generosos para re-crear nuestras escuelas llevándolas hacia la escuela del
siglo XXI. Los cambios que deberemos hacer no pueden ser mero escaparatismo
incorporando a la vestimenta de nuestro colegio el último proyecto de moda.
Deberemos salir del escaparte y sumergirnos en los cambios profundos que esta
nueva época exige de la escuela. Resulta claro que mientras permitamos que
avance tranquilamente la tendencia a “dar de no” en los claustros educativos,
este trabajo fascinante pero exigente de recrear la escuela caerá con todo su
peso sobre los hombros de algunos y algunas que, como la viuda pobre del pasaje
evangélico, darán hasta lo último que tienen desde el alma, convencidos, sin
hacer alharacas, sin quejas, pero dejándose quizá demasiadas cosas en el camino
(la salud, la familia, las energías, a veces la ilusión porque tal esfuerzo no
genera ningún cambio gratificante y sí mucho cansancio…).
Escasea el empuje carismático, fuerza
del Espíritu, sobran la exacerbada autodefensa y los parapetos diarios para no ir
más allá, la falta de miras a largo plazo empujados por la urgencia del
momento.
Ahora que ya no es un futurible en la
escuela cristiana la falta de religiosos y religiosas, habrá que ver de qué
manera los/as laicos/as pueden pasar a ser esa “referencia carismática” que han
sido las comunidades religiosas presentes en el día a día del colegio. Habrá
que repensar y recrear la forma de estar del laico en el centro educativo sin
perder su identidad laical, es decir, sin dejar de vivir plenamente su proyecto
de vida, sea el que sea. Un padre o una madre de familia debe poder vivir
plenamente su su vida de pareja y su relación familiar. Un/a laico/a no es un
religioso ni una religiosa “camuflados”, debe ser lo que es. Por ello se nos
pide hoy una verdadera “creatividad evangélica” para que nuestros colegios no
pierdan su fuerza carismática, su empuje y originalidad, su capacidad para
proponer caminos profundos y de raíz a la comunidad educativa al completo, pero
sin sacrificar en el “altar” del trabajo la vida familiar de los
educadores/as.
Mientras ahí están los “maestros de
la ley” recordando lo que “entra” y lo que no en la jornada laboral alimentando
sutilmente y con la ley en la mano el virus del “dar de no” y dejando a algunos
claustros pobres en generosidad y arranque, plagados de “peros” de todo tipo
ante cualquier propuesta que pida una minuto más de “mi” tiempo. La "fiesta de los maniquíes" versus la "fiesta de la Vida en abundancia" en nuestros claustros.
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