Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca» (Filipenses, 4,4-5). Con cierta frecuencia me repito esta frase de Pablo. Siempre me ha gustado. Desde pequeña he sentido que la alegría es un tesoro, es un bien preciado, es el color de la vida. Los que conocen el enneagrama saben que los 7 se caracterizan por una visión positiva y un poco hippie de la vida. Durante años creí que era un 7 precisamente por mi forma de valorar al alegría.
Ayer le decía a un ser querido que en los últimos años me veo más seria, es decir, simplemente que me río poco. Valoro mucho la risa. De hecho muchos de mis recuerdos imborrables están ligados a momentos de risa, de esa risa que te deja sin respiración, que provoca lágrimas. Sobretodo de la risa compartida. ¡Qué gozada mondarse de risa juntos!
Pero risa y alegría no tienen porqué ir unidas, de hecho...¡hay tantas risas vacías!
Leí hace muchos años un libro que se titulaba "Dios ríe" ¡me encantó! Me asomé y profundicé en un Dios alegre, feliz, pero cuya felicidad está ligada irremediablemente y por elección a la felicidad de la Humanidad. ¿Recordáis la fabulosa novela "el nombre de la rosa"? En ella hay un personaje, un monje, que intenta mantener oculto un libro en el que se habla de la risa de Dios. Mueren todos aquellos monjes que se atreven a leerlo...¡Es una blasfemia pensar siquiera que Dios pueda reír! Realmente la manera en la que se ha presentado la fe y el camino cristiano durante siglos ha dejado poco margen a la alegría, a la risa...
La primera vez que sentí con fuerza que el camino cristiano, la propuesta de Jesús es un camino, una propuesta de felicidad fue leyendo las Bienaventuranzas. Caí en la cuenta, de pronto, de que cada frase comienza con esa palabra que algunas Biblias traducen por "DICHOSOS". Aquello me impactó sobremanera. Quedé atónita ante una propuesta de felicidad y gozo alternativos, diferentes, únicos.
No podemos vivir sin alegría, sin risa, sin fiesta, sin goce. La tierra, esta vida, no es un valle de lágrimas. Existen el dolor, el sufrimiento, la injusticia, sí, existe el mal... pero no es nuestro destino. Estamos destinados a la felicidad plena, mientras, algunos nos conformamos con pseudo-productos, es verdad, pero ciertamente todos buscamos la felicidad, todos deseamos sonreír a la vida y que la vida nos sonría.
Cuando todo parece querer borrarnos la sonrisa del rostro, es bueno recordar que hay razones para la esperanza, que diría Pedro, y que, por lo tanto, hay razones para la alegría. Los que vivimos una vida normal deberíamos ser los custodes de la alegría: si tengo salud, si tengo un trabajo, si tengo una casa, si puedo darme algún caprichillo, si tengo quien me quiera y a quien querer, si tengo cultura, es más, si se me ha dado el don inapreciable de la fe... ¿cómo puedo estar triste? Sí... quizá mis fallos morales o el cansancio psíquico pueden entristecerme, es verdad. Sin embargo: ¡detente! Escucha el latido de tu corazón, la vida que fluye por tus venas. Detente y respira. Detente y escucha el dolor del mundo, luego, mira tu vida, desmenuza la cantidad de maravillas de que disfrutas, desde el agua caliente al comenzar el día hasta tus sábanas limpias al acostarte. Deja entonces que una sonrisa inunde tu rostro y exorcice la tristeza, la melancolía, la queja pertinente. Y, si nada de eso te hace sonreír, haz lo que decía Chardin: "mantén siempre y conserva en tu rostro una dulce sonrisa reflejo de la que Dios te dirige continuamente"
¡Que no se nos vaya la alegría!
No hay comentarios:
Publicar un comentario