Copio parte de la entrada del día 18 del blog de José María Castillo. Nos hace bien pensar sobre la bondad, nos hace bien vivir la bondad...
"Para empezar, será útil caer en la cuenta de que no es lo mismo “lo bueno” que “la bondad”.
Ya Nietzsche, en “La genealogía de la moral” (I, 2), nos hizo caer en
la cuenta de que el concepto “bueno” entraña un fallo radical: “¡el
juicio “bueno” no procede de aquellos a quienes se dispensa “bondad”!
Antes bien, fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles, los
poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos
quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como
buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo
bajo, abyecto, vulgar y plebeyo”. ¿A dónde nos lleva todo esto? Muy
sencillo. Tan sencillo como patético.
Es “bueno” y está “bien” lo que les conviene a los que tienen el
poder de fijar lo que es bueno y está bien. Por ejemplo, lo que es bueno
y está bien en una dictadura, no lo es en una democracia. Por eso, las
leyes, los derechos, los privilegios..., todo eso cambia según las
conveniencias del que tiene la sartén por el mango. Y si me apuran, en
una democracia, no es lo mismo que mande la izquierda como que mande la
derecha. Como tampoco es igual, gobernar en democracia desde la mayoría
absoluta, que teniendo que recortar las decisiones para alcanzar y
mantener los pactos con quien puede aportar los votos que hacen falta
para sacar adelante una ley determinada. Todo esto es bien sabido. Pero
mucha gente no se da cuenta de que esto muestra a las claras hasta qué
punto el “bien” y el “mal” dependen del que tiene el poder necesario para decidir e imponer lo que es bueno y lo que es mal.
La “bondad” es otra cosa. La bondad es siempre “relacional”. Es en
la relación con los demás, sobre todo en la relación con los que menos
me pueden dar a mí, donde más y mejor se detecta quien actúa, no por
conseguir el “bien”, sino porque le brota de las entrañas la “bondad”.
Lo he dicho y lo repito: “el espejo del comportamiento ético no es la propia conciencia, sino el rostro de quienes conviven conmigo”.
Y conste que, al menos tal como yo veo este asunto, la “bondad” no es
lo mismo que el “buenismo”. Porque una bondad que no está edificada
sobre la verdad, la justicia, la honradez, la sinceridad y la
transparencia, eso no es bondad, sino hipocresía pura y dura.
Por eso, exactamente por lo que acabo de decir, en un libro que he publicado hace unos días, “La laicidad del Evangelio”,
he puesto lo siguiente: “la genialidad de Jesús y su Evangelio estuvo
en desplazar el centro del hecho religioso. La vida de Jesús, y el
culmen de aquella vida, que fue su muerte, constituyeron el
desplazamiento del hecho central y determinante de la religión. Este
hecho que, desde sus orígenes, fue el sacrificio “ritual”, quedó
transformado por el sacrificio “existencial”.
Jesús, en efecto, ni durante su vida, ni en su muerte, ofreció “rito” alguno. Lo que Jesús ofreció fue su propia “existencia”, que fue, en todo momento, una existencia para los demás.
Por eso se puede (y se debe) afirmar, con todo derecho, que Jesús
desplazó el centro de la religión. Ese centro dejó de ser el ritual
sagrado, con sus ceremonias, su templo, su altar y sus sacerdotes y pasó
a ser el comportamiento ético de una vida que, desde la propia
humanidad, contagia humanidad, y desde su propia felicidad, contagia
felicidad. De esta manera, la bondad ética sustituyó al ritual
religioso”.
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