y muy en sus sentidos, venirle de presto una suspensión,
adonde le
da el Señor a entender grandes secretos, que parece los ve
en el
mismo Dios; que éstas no son visiones de la sacratísima
Humanidad, ni aunque digo que ve, no ve nada, porque no es
visión
imaginaria, sino muy intelectual, adonde se le descubre cómo
en
Dios se ven todas las cosas y las tiene todas en sí mismo. Y
es de
gran provecho, porque, aunque pasa en un momento, quédase
muy
esculpido y hace grandísima confusión, y vese más claro la
maldad
de cuando ofendemos a Dios, porque en el mismo Dios -digo,
estando dentro en El- hacemos grandes maldades. Quiero poner
una comparación, si acertare, para dároslo a entender, que
aunque
esto es así y lo oímos muchas veces, o no reparamos en ello,
o no
lo queremos entender; porque no parece sería posible, si se
entendiese como es, ser tan atrevidos.
Hagamos ahora cuenta que es Dios como una morada o
palacio
muy grande y hermoso y que este palacio, como digo, es el
mismo
Dios. ¿Por ventura puede el pecador, para hacer sus
maldades,
apartarse de este palacio? No, por cierto; sino que dentro
en el
mismo palacio, que es el mismo Dios, pasan las abominaciones
y
deshonestidades y maldades que hacemos los pecadores. ¡Oh
cosa temerosa y digna de gran consideración y muy provechosa
para los que sabemos poco, que no acabamos de entender estas
verdades, que no sería posible tener atrevimiento tan
desatinado!
Consideremos, hermanas, la gran misericordia y sufrimiento
de Dios
en no nos hundir allí luego, y démosle grandísimas gracias,
y
hayamos vergüenza de sentirnos de cosa que se haga ni se
diga contra nosotras;
que es la mayor maldad del mundo ver que sufre
Dios nuestro Criador tantas a sus criaturas dentro en Sí
mismo y
que nosotras sintamos alguna vez una palabra que se dijo en
nuestra ausencia y quizá con no mala intención.
¡Oh miseria humana! ¿Hasta cuándo, hijas, imitaremos en
algo
este gran Dios? ¡Oh!, pues no se nos haga ya que hacemos
nada
en sufrir injurias, sino que de muy buena gana pasemos por
todo y
amemos a quien nos las hace, pues este gran Dios no nos ha
dejado de amar a nosotras aunque le hemos mucho ofendido, y
así
tiene muy gran razón en querer que todos perdonen por
agravios
que los hagan. Yo os digo, hijas, que aunque pasa de presto
esta visión, que es
una gran merced que hace nuestro Señor a quien la hace, si
se
quiere aprovechar de ella, trayéndola presente muy ordinario
Santa Teresa de Jesús: Castillo interior o las Moradas. Morada Sexta Cap.10
Dentro de Dios acontecen nuestras vidas, en Dios que nos abraza, que nos protege, que nos nutre. Dentro de Dios acontece nuestra vida, lo hermoso de la vida humana y, como afirma Teresa, las " abominaciones y deshonestidades y maldades que hacemos los pecadores".
Esta imagen que propone Teresa en la que Dios es el ámbito, el lugar en el que todo sucede me parece hoy una gran fuente de consolación y de luz. Cuando siento el vómito y el espanto ante mi pecado y a causa también del pecado de nuestro mundo, saber que todo sucede "en Dios"o más bien "dentro de Dios", otorga la posibilidad de contemplar todo de una forma nueva. Si Dios es el hogar de toda la aventura humana, si Dios se hace receptáculo de lo puro y lo impuro, del gozo y del dolor, del pecado y de la gracia sin ser Él mismo nada más que puro Amor, entonces yo misma soy convocada a amparar por igual y con el mismo amor que se me da, lo puro y lo impuro, el gozo y el dolor, el pecado y la gracia de mí misma y de toda la humanidad.
Lejos de generar una interpretación relativista de todo, o de favorecer un espiritualismo alejado de los dolores de la humanidad, saber y sentir que todo acontece en Dios impulsa los dinamismos del Amor concretados en la mejora personal y social. Pero se trata de un saber por experiencia. Es una mística de ojos abiertos, mística del amor vivido y vívido que no aleja de la vida, que no engendra cegueras sino mayor finura en la visión y, por ello, mayor hondura y lucidez en los actos y en las palabras. Junto a ello se va dando, en esta certeza de existir en Dios, una ampliación del perdón a uno mismo y a los demás
Si dentro de Dios acontecen también las abominaciones humanas y "Dios no nos hunde en ello" por razón de su Misericordia, quien se acerca o se deja adentrar de veras en tal misericordia no puede luego sino actuar misericordiosamente y no hay mayor marca de la misericordia que el perdón auténtico.
En el Misterio de Dios se desdibujan hasta desaparecer los límites que la mente humana necesita para comprender el mundo y actuar en él. Dios nos desinstala y por eso, sin saberlo, le ponemos límites también a Él, porque incomoda sobremanera las falsas seguridades de nuestro ego individual y colectivo.
Aquel Jesús de Nazaret que fue sacado de las murallas de la ciudad para morir a causa del escándalo de su vida y de su palabra, ese Jesús, que ahora es Cristo Universal y Cósmico, rompiendo los límites de la cortedad de miras humanas, nos muestra que Dios es hogar infinito, sin murallas, sin excepciones, sin fronteras. Dios es Dios para todos, para todas y hace de su infinita misericordia camino de sanación de la abominación humana.
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