J. I. González Faus. [La Vanguardia]
Querido hermano criminal:
Siento
necesidad de llamarte de esas dos maneras. Porque, si creo en un Dios que es
Padre de todos, no dejas de ser mi hermano, aunque te considere criminal.
Desde esa fraternidad comenzaré por
una confesión. Mi iglesia, hace cosa de ochos siglos, montó “cruzadas” absurdas
y mató musulmanes “para rescatar el sepulcro de Cristo”, aunque nuestra fe
profesa que más importante que esa tumba, es el Cristo vivo en todos los
hombres. Pertenezco a una Europa cuyo progreso es debido en parte a la
esclavitud de africanos en el XVIII y al reparto de África por las potencias
europeas en el XIX. Occidente, que se considera avanzadilla de la democracia,
sostiene dictaduras cuando éstas tienen petróleo. Nunca leí Charlie-Hebdo y no sé
si insultaba, pero reconozco que nosotros confundimos a veces el derecho a la
libertad de expresión con el falso derecho a insultar y faltar al respecto. Alardeando
de civilizados ponemos esa libertad de expresión (que nada nos exige) por
delante de derechos elementales de otros, (derecho a una alimentación y
vivienda dignas fruto del propio trabajo) y toleramos que derechos tan
primarios sean pisoteados, mientras exigimos libertad para faltar al respeto.
Por todo eso debo pedirte perdón. No
me considero inocente. Pero duele más tener hermanos asesinos que hermanos
asesinados: pues el mal destroza más al que lo comete que al que lo padece. Por
eso te digo que vuestra inhumanidad y vuestra criminalidad son injustificables:
las víctimas son sagradas por ser víctimas, no porque sean inocentes. Los crímenes del pasado enero en
Francia y otros actos
terroristas son abominables: sobre todo por atacar a personas concretas que no
tienen más pecado que el de pertenecer a un país donde hay culpables.
Además
ofendéis al Dios al que pretendéis defender: el grito de “Allah Akbar”
proferido tras matar a un ser humano sólo puede significar dos cosas: o “Dios
es criminal”, o “yo soy un ególatra que me encumbro amparándome en Dios”. Dos
blasfemias. Con el agravante de que el Islam no tiene una voz oficial última
(algo como un papa o un Consejo Mundial de iglesias) que pueda excluiros y proclamar
oficialmente que no sois el verdadero Islam. Así parece que en el Islam cabe
tanto vuestra barbarie como la bondad del policía musulmán que murió
defendiendo a vuestras víctimas.
Me pregunto si sois realmente
criminales o simplemente incultos. Pero puedo decirte algo muy elemental: toda
fe religiosa es necesariamente dinámica: crece
y cambia conforme crecemos nosotros. En el caso de mi fe
cristiana, reconocemos que muchos textos del Primer Testamento están hoy
superados: transmiten algo válido (vg. que Dios es justo y ama la justicia)
pero lo transmiten de forma hoy inservible, propia de tiempos más oscuros en
que la guerra era una profesión más. Si efectivamente los hombres somos
historia y progreso ¿por qué no habría de ser posible una lectura semejante del
Corán? Dicho desde mi horizonte personal: nosotros hemos hablado mucho de
“razón y fe”; y sostenemos que no pueden contradecirse porque ambas proceden
del mismo Creador, aunque una supera a la otra. Rechazamos por eso los
fundamentalismos que afirman una fe sin razón o contra la razón.
Es verdad que nosotros proclamamos
muchas veces una razón falsificada, que no podrá entenderse con la fe porque es
una razón al servicio del dinero; y así falsificamos esa laicidad de la que
alardeamos: pues la laicidad es aconfesional y nosotros adoramos al Dinero Todopoderoso.
En una auténtica laicidad no cabe más sacralidad que el respeto a todo ser
humano. Y vosotros, cuando venís aquí, experimentáis (a veces en carne propia)
la falta de respeto con que nosotros tratamos a los pobres, mientras doblamos
nuestra rodillas ante los millonarios.
Te pondré un
último ejemplo de esa razón corrompida, volviendo a la libertad de expresión
tan ciegamente defendida. Imagínate que al día siguiente de las impresionantes
manifestaciones del pasado 13 de enero, algún diario de Argelia o Egipto o
Túnez publica un dibujo de aquellas marchas y (como en ellas se cantó la
marsellesa) incrusta una viñeta que dice “marchons, marchons, avec cuillons,
enfats de la merdi” (o algo de este jaez). ¿Sonreiría Francia ante esa parodia
hortera, como homenaje a la libertad de expresión?
Y sin
embargo, hubo en aquellos días cosas humanamente admirables: como la portada
perdonadora del nuevo Charlie-Hebdo del 14 de enero (aunque vosotros
consideráis prohibidos los dibujos de Mahoma, debéis aceptar que eso sólo
obliga a los musulmanes). Cosas tan admirables que me hicieron recordar la
frase de Camus (“en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de
desprecio”).
En resumen: puedo concederte que no
protestáis contra los “valores de Europa” (como algunos dijeron) sino contra la
corrupción que hemos hecho de esos valores. Pero deberás reconocerme que el
asesinato desautoriza toda protesta, por sagrada que parezca.
Quizá nos encontraríamos más si, por ejemplo, vosotros leyerais a Camus y a
Simone Weil (que propuso una “Declaración de los deberes del hombre”), y
nosotros leyéramos a Ibn Arabi o a Rumí (con sus profesiones de una religión
del amor).
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