Hace muchos años descubrí la llamada "marcha meditativa". Lo curioso es que ya la practicaba hacía años sin saber qué era. En muchos momentos de mi juventud, especialmente cuando estaba en la naturaleza, me recuerdo caminando muy despacio escuchando mis pasos, los sonidos del campo, de la montaña, del mar y experimentando que ese caminar atento, sereno, reposado, me hacía mucho bien. Más adelante descubrí "la oración del corazón", la tradición de oración del monaquismo oriental y durante años practiqué el caminar invocando el nombre de Jesús. Y, después llegó el descubrimiento de la "caminata meditativa" a través de diferentes experiencias con el trabajo de la conciencia corporal. Así hasta el día de hoy en el que me hallo dichosamente inmersa en mi formación en Leibterapia Personal, método Dürckheim. El Zen me está ayudando a profundizar y sistematizar conceptos clave pero, sobretodo, ES UNA EXPERIENCIA que confirma la experiencia de mi vida, la que me ha sido dada en el silencio.
Como ciudadana de un tiempo de prisas y ruidos, descubro que la marcha meditativa se transforma incluso en un acto revolucionario por lo que supone de frenar la loca carrera hacia las cosas y las actividades, por lo que tiene de toma de conciencia de los propios pasos, por su fuerte contenido de gratuidad al caminar por el mero hecho de caminar, por lo que supone de atención plena en un contexto de dispersión de la atención y porque confiere con la práctica, mayor "empoderamiento de uno/a mismo/a" y, por lo tanto, menor posibilidad de ser un engranaje inconsciente de un sistema económico y político corrupto e inhumano.
Así pues, para mí, además de suponer un reencuentro de mi cuerpo-alma, además de ser otra posibilidad más de crecer acorde al ser Esencial, también es este "meditar en camino", un acto voluntario de "desobediencia civil".
Para que comprendáis mejor qué es esto de la "marcha meditativa" copio a continuación la entrada sobre este tema del blog de Presencia Zen que escribe Laia Monserrat, mi maestra en estos momentos, psicóloga, psicoterapeuta y formadora de Leibterapia Personal. Si os interesa: investigad , pero mejor aún ¡practicad!
La marcha meditativa
En el presente artículo vamos a abordar la práctica y significado de la marcha meditativa.
El caminar, como el respirar, es un gesto fundamental de la persona y de su relación con el mundo. De la misma manera que podemos ver si la respiración es plena o está bloqueada, podemos ver si el andar es fluido o crispado. De la misma forma que ejercicios de respiración pueden servir para calmar la mente, la marcha meditativa acompaña también de forma simple en la búsqueda de calma interior. Cuando se aprende a observar la marcha, se puede aprender mucho sobre sí mismo de forma sencilla.
Por marcha meditativa entendemos el ejercicio que hace del andar un gesto espiritual y que procura una profunda sensación de paz y orden interior. Vamos a ir explicando como realizar el ejercicio de hacer del andar un gesto meditativo. Para ello realizaremos tres series de ejercicios e iremos dando las pautas a seguir.
Tanto en el zen como en las tradiciones monásticas occidentales la marcha meditativa ocupa una plaza importante. La verticalidad, interpretada como símbolo del contacto entre cielo y tierra, el ritmo del andar, el silencio y la lentitud, llevan al practicante a un estado de profunda tranquilidad mental que favorece la experiencia mística.
Cuando hablamos de meditación estamos haciendo referencia a un estado en el que la persona que medita se pone al servicio de lo esencial, se abre internamente al contacto con algo a lo que podríamos llamar lo Totalmente Otro. La meditación no es una comprensión intelectual del mundo, es una experiencia.
Si queremos ser precisos, no podemos hablar de “hacer meditación”. Cuando se practica meditación, en realidad se está procurando encontrar las condiciones que favorecen el contacto con lo esencial. Ese contacto es la meditación. No se hace mediante un acto voluntario, se produce. Meditar es un ejercicio de transformación personal en el que la persona se va abriendo interiormente, va encontrando la forma en la que ese contacto se va dando, va comprendiendo cuales son las actitudes que lo están bloqueando o que lo favorecen.
Existen unas técnicas básicas para la práctica de la meditación que han demostrado su eficacia durante siglos, acompañando a miles de personas en este camino de apertura a lo esencial.
Se puede meditar de diversas formas: sentados, de pie, andando, realizando las tareas de la vida cotidiana, corriendo, bailando…Cuando se sabe meditar, se puede permanecer en actitud meditativa en diferentes formas, es decir, la persona está en contacto interior con lo esencial y con su yo profundo, haga lo que haga.
Cuando se realizan las prácticas de meditación zen muchas personas se sorprenden al descubrir que la meditación sentada no es la única forma de practicar. Entre sentada y sentada se realiza una meditación o marcha meditativa. La marcha meditativa ayuda a movilizar los miembros que durante la meditación sentada se podrían haber anquilosado, regenera la energía, moviliza la sangre e impide problemas circulatorios.
Pero el andar meditativo es mucho más que un complemento de la meditación sentada, es realmente una meditación a parte entera. Se pueden aplicar algunos de sus principios durante el andar cotidiano. Se puede andar en actitud interiormente meditativa mientras se va a buscar el pan, en el despacho, o cuando nos desplazamos de un lado a otro.
Veamos cómo se debe realizar el ejercicio de la marcha meditativa.
La marcha meditativa se puede realizar sólo o en grupo. Cuando se está meditando en un grupo, el andar entre dos sentadas es un momento especial en el que cada persona anda para y por sí misma y al mismo tiempo entra en un ritmo grupal. Es un momento privilegiado de contacto con los demás y de unión.
Ejercicio 1º Antes de seguir leyendo le propongo que deje la revista, se levante y ande. Pero ande muy muy despacio. Si está en un espacio pequeño, de media vuelta cuando llegue a la pared y repita el paseo varias veces. Obsérvese, sienta. No se preocupe de cómo lo está haciendo. Simplemente ande y observe.
La experiencia puede llegar a ser un tanto turbadora si se siente en desequilibrio. No se preocupe. Es habitual.
Nos encontramos de nuevo en cinco minutos…
La técnica se basa en algunos principios clave:
Permanecer en silencio. Este es un punto esencial, se debe mantener la concentración máxima en lo que se está realizando, en lo que se va sintiendo. El silencio permite entrar en una dimensión del sí mismo distinta de la habitual. Se tiene que callar y también se tiene que llegar a calmar la mente, que la cadencia de los pensamientos sea cada vez más lenta. Estar en silencio no quiere decir que se produzca un aislamiento del mundo externo, al contrario, debe permitir estar atentos a lo que se oye, al canto de un pájaro, al ruido de una moto, a la voz del vecino. Se debe dejar que los ruidos, los sonidos que vienen del exterior, o de nuestra mente, pasen, sin ofrecerles resistencia ni quedarse “enganchado en ellos”.
Presencia al instante presente. Mientras se anda, cada pequeño gesto es particularmente importante y precioso. En una actitud ligera, abierta y distendida, nuestra atención debe estar puesta en cada sensación física, en cada movimiento. Del mismo modo, percibiremos nuestro entorno. Si hay un olor a tarta de manzana, sentiremos ese olor, si hace frío, sentiremos el frío. Debemos permanecer presentes a nosotros mismos y a nuestro contexto.
La postura debe ser erguida, la posición de la espalda distendida y desplegada hacia lo alto. Debemos sentir que la cabeza se dirige firmemente hacia el cielo. Para ello no se debe realizar un esfuerzo de estiramiento, más bien se debe soltar la zona lumbar y la cervical, lugares donde se suelen acumular gran parte de las crispaciones. Los hombros deben estar lo más sueltos posible, sin rigidez.
Es muy recomendable realizar el ejercicio descalzo.
La persona debe sentir su peso. En cada paso de debe sentir que el pie se enraíza en el suelo, que el peso se desplaza de un lado a otro. Esto da sensación de firmeza, de estabilidad. Cuando no se siente el peso, la persona tiene la impresión de flotar y de estar inestable, puede incluso tropezar. Para sentir el peso hay que soltarse interiormente. Es una actitud de tocar la tierra, de apoyarse de verdad, plenamente en el suelo.
Lentitud. Este ejercicio se realiza extremando la lentitud. Se anda muy despacio.
Se debe andar con los ojos abiertos. Esto que tal vez parezca obvio, no lo es tanto, ya que muchas personas tienen la tendencia de cerrar los ojos para sentir mejor. La mirada debe dirigirse lo más lejos posible, como si pudiera atravesar lo que se tiene delante e ir aún más allá.
Interiormente se debe sentir que el impulso de andar surge del hara (1). Hara es una palabra japonesa que indica la zona del vientre y la pelvis. Es el centro de la estabilidad de la persona. Aprender a situarse interiormente en esta zona proporciona una gran sensación de anclaje físico y emocional. Al andar, se debería sentir siempre que se anda desde el hara.
Se andará sin pretensión de llegar a ninguna parte. Lo fundamental del ejercicio es el andar por andar, no el llegar a ningún sitio. Por ello es bueno empezar realizando este ejercicio en una habitación, en el pasillo o cualquier lugar cerrado que nos permite concentrarnos en el andar mismo, sin finalidad.
Se debe estar concentrado en cada paso. Andar es dar un paso.
Observe su respiración. No quiera controlarla no acompasarla a sus pasos. Pero observe. A menudo, cuando se va entrando en el estado meditativo, la respiración se armoniza con los pasos. No construya su respiración. Déjese respirar.
Ejercicio 2º Ahora haga de nuevo el ejercicio, incorporando lo que acaba de leer. Tal vez necesite releer los once puntos anteriores otra vez.
. Realice el ejercicio durante cinco minutos como mínimo. Ande o obsérvese.
Sienta las diferencias con su forma de andar antes y ahora
Veamos ahora cuales son las etapas o movimientos precisos del andar meditativo:
Todo movimiento surge de la quietud. Iniciaremos el ejercicio estando en pie, derechos, sintiendo el peso, sintiendo la verticalidad, asentándonos interiormente en le hara. Antes de empezar a andar, hay que darse un tiempo para sentirse, para posicionarse correctamente.
Sentir cual es el buen momento para empezar a andar. Es un instante preciso, antes es demasiado pronto, después demasiado tarde.
Se levanta naturalmente un pie. Para ello, y si hemos realizado correctamente el ejercicio de situarnos en el hara y dejado que el movimiento se origine en la pelvis, el pie sigue el movimiento del hara, es decir, lo primero que avanza es la pelvis, que acaba tirando de la pierna y del pie. Primero se levanta el talón y poco a poco se va levantando toda la planta del pie hasta que se da el paso y el pie se coloca por delante del otro, como avanzando sobre una ancha línea recta.
El peso, que estaba en el pie que inicia el movimiento, se va colocando suavemente en el otro pie, que permanece firmemente colocado sobre el suelo.
Cuando el primer pie ha llegado a tocar el suelo, lo hace apoyándose por el talón hasta llegar a apoyar los dedos. En este punto, ha recuperado todo el peso, cosa que permite que el otro pie pueda levantarse y dar un paso.
Los movimientos, muy lentos, deben ser fluidos y continuos, sin momentos de parada.
Se establece un balanceo rítmico.
Ejercicio 3º . Puede volver a hacer el ejercicio ahora que ha leído la técnica hasta el final. Sienta las diferencias. Procure disfrutar de este momento. No tenga prisa. Lo ideal es realizar este ejercicio un mínimo de diez minutos, puede llegar a quince o más si lo desea. Hay que darse tiempo para sentir, para entrar realmente en el gesto y llegar a disfrutarlo sintiendo.
Si se le hace pesado, le aburre o no tiene la sensación de sentir “nada especial”, no desespere… normalmente este ejercicio se realiza de la mano de alguien experimentado, aquí está haciendo una primera prueba. Tal vez necesite que alguien le enseñe de forma presencial a extraer el máximo partido de la marcha meditativa.
Ejercicios que ayudan a preparar la marcha meditativa:
Para sacar todo el provecho a este ejercicio puede realizar algunas practicas previas que le ayudarán a encontrar la buena postura para andar.
Puede entrenarse a andar erguido con un peso en la cabeza. Esto le ayudará a tomar la medida de la dimensión vertical y le ayudará a sentir su verdadera altura, a no ir encogido. Puede llegar a ser muy agradable, siempre y cuando no se realice con crispación.
Otro ejercicio de preparación es hacer rodar con el pie una pelota de goma. Este ejercicio le ayudará a sentir aún más el contacto con el suelo. También le va a facilitar el sentir su peso y su enraizamiento en la tierra.
Por fin, cualquier movimiento que pueda permitirle soltar crispaciones en la espalda, y permanecer lo más suelto posible, es una buena preparación.
(1) Recomiendo a aquellos que aún no lo hayan leído que lean el libro de “Hara, centro vital del hombre”, de K. G. Dürckheim, ed. Mensajero
La marcha como ejercicio de transformación
Cuando alguien le preguntó al ciempiés ¿cómo logras mover de forma coordinada todos tus pues? Este su puso a pensar y no logró dar un paso más.
La experiencia de la meditación abre a la experiencia de contacto con lo esencial o experiencia mística. No se puede pretender comprender totalmente estos momentos, tampoco se puede pretender “psicologizar” toda actitud o comportamiento. Una vez dicho esto, sin pretender que le ocurra como al ciempiés, preguntarse ciertas cosas sobre sí mismo y llegar a conocerse mas profundamente es una buena forma de poder estar aun mejor consigo mismo y con los demás.
La marcha meditativa puede ser un estupendo ejercicio para aprender a conocerse a sí mismo y para aprender a funcionar mejor en el mundo. A esto se le llama ejercicio de transformación, ya que practicado de forma consciente y regular nos ayuda sacar lo mejor que tenemos de nosotros mismos.
¿Quién no ha salido nunca a pasear para “aclararse las ideas”? Tal vez usted mismo siente de tanto en tanto la necesidad de andar sin rumbo fijo, en la ciudad desierta, en la playa en invierno o en la montaña, para sentirse en paz consigo mismo.
Aristóteles y sus discípulos andaban mientras este les impartía sus discursos filosóficos (escuela peripatética); tal vez fueran los precursores de la idea de Steiner que une los procesos del pensar y el andar en su origen…
Pero el andar puede aun ser algo más profundo. Puede convertirse en ejercicio de crecimiento personal y llegar a ser un momento de experiencia espiritual.
¿Qué condiciones previas requiere la marcha meditativa? ¿Quién y cuando realizarla?
La marcha meditativa es útil para toda persona que desea realizar un ejercicio simple, agradable, sano y espiritual. No tiene límites de edad ni requiere ninguna condición física particular.
Ayuda a calmar la mente, a sentirse en conexión con el yo esencial, ayuda a estar de forma más plena en el mundo.
Este ejercicio puede utilizarse también en el curso de una psicoterapia. Para ello es necesario que los terapeutas y psicólogos lo conozcan a fondo y lo hayan experimentado suficientemente.
Con un poco de entrenamiento, cualquier persona puede llegar a mejorar en su auto observación con este ejercicio y a progresar en su camino personal de forma simple y autónoma. Se pueden explorar procesos interiores, aprender a adoptar formas de estar más libres y serenas.
Algunos ejemplos de la utilización de la marcha en procesos personales, sacados de mi propia experiencia como terapeuta:
1 Era una mujer dulce y reservada. Vino a consultar por un problema que se reveló una depresión. La observaba entrando en mi despacho desde la sala de espera y veía su andar tímido, casi de puntillas. Le propuse el ejercicio de la marcha. Más que andar flotaba, sin tener un verdadero contacto con el suelo. No sentía su peso, su diafragma estaba muy bloqueado y sus pies parecían no encontrar el ritmo del andar lento. A medida que analizábamos su situación y comprendíamos lo que le ocurría, el ejercicio de la marcha se desarrollaba en paralelo. Lo que su mente no llegaba a decir, su andar lo expresaba. Poco a poco fue sintiendo el peso, el apoyo en el suelo, su andar se volvió más plantar. Llegó un día en el que experimentó un gran placer al andar lentamente, pudiendo concentrarse simplemente en el paso que estaba dando. Estaba emergiendo de su depresión, con paso firme y cada vez más segura de sí.
2 Un hombre vino porque se sentía mal en su vida cotidiana. Trabajaba muchas horas y no sentía placer sino carga en lo que hacía. Cuando le veía andar veía que sus pies se apoyaban de forma forzada sobre las puntas y su talón no entraba casi en contacto con el suelo. Su diafragma estaba muy bloqueado, sus lumbares sufrían. Al mismo tiempo, avanzaba con el pecho hinchado y la cabeza por delante. Poco a poco fue dándose cuenta de su postura y de que esta postura reflejaba su actitud frente al mundo. A medida que fue soltándose interiormente su diafragma se relajó y su respiración se hizo más completa. Aprendió a que su impulso para avanzar podía salir de su hara en lugar de salir de su cabeza (“tengo que avanzar, debo hacerlo!”). Comprender su actitud le llevó a ir modificando poco a poco su relación consigo y con el entorno y a ser más feliz.
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