domingo, 12 de diciembre de 2010
La practicidad de ser espiritual
¿Sabemos a qué nos referimos cuando catalogamos a alguien de "espiritual"? Hace poco conversaba con una persona y me di cuenta de que esa persona diferenciaba claramente entre la espiritualidad y las cosas de cada día, de tal manera que aparecían casi como incompatibles: o se es espiritual o se es práctico. En ese momento no le di importancia, pero desde ayer me ronda por la cabeza cuál es el significado que le damos a lo espiritual y qué es lo que nos hace separarlo de la vida que llamamos "normal".
Desde mi experiencia, si lo espiritual o la espiritualidad no nace y se dirige hacia la vida, no es tal espiritualidad. Creo que lo espiritual es la esencia del hombre y de la mujer y, por lo tanto, trabajar nuestra espiritualidad es trabajar lo más genuino de cada uno y de cada una.
Teilhard de Chardin tiene una expresión que me parece fabulosa y cierta: "No somos seres humanos que hacen una experiencia espiritual somos seres espirituales que hacen una experiencia humana". Ciertamente, si contraponemos lo espiritual a lo material y si seguimos dividiendo la realidad en sagrada y profana, entonces es normal que por espiritualidad entendamos lo meramente religioso-cultual y por espiritual entendamos una persona que se desentiende de las cosas materiales o que no las prioriza. A mi modo de ver nada más alejado de la realidad. En el contexto judeo-cristiano, la raíz de la revelación es la de un Dios que se manifiesta en la vida y para la vida. Los profetas en el AT clamarán una y otra vez contra una religión alejada de la vida, contra el culto que no nace de un corazón que ama a Dios y a los hermanos. El profeta del AT clama con toda fuerza contra la injusticia de los poderosos. Os invito a leer a Jeremías, os parecerá que un discurso así debería resonar en los foros internacionales actuales.
Y si vamos al NT en Jesús de Nazaret no encontraremos a un asceta del desierto, sino a un hombre que habla y vive en la ciudad, en los pueblos, que se mezcla con las gentes, que denuncia la hipocresía de los que se creen "santos y puros" por cumplir determinados ritos. Baste repasar el Padre Nuestro, la oración cristiana por excelencia, poco se habla en ella de las cosas celestiales y mucho de las terrenales: el pan de cada día, el perdón de las ofensas, no caer en la tentación, ser librados del mal... y, en Mateo 26, el juicio final en función del amor al prójimo: "¿Cuándo te vimos desnudo y te vestimos, cuándo en la cárcel y te visitamos (...) Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis".
El Dios que se nos revela en Jesús es un Dios humano, persona. El Dios cristiano es el Dios de la vida, que vivifica al ser humano en este mundo y para las cosas de este mundo: "Sed astutos como serpientes y sencillos como palomas" dirá Jesús y "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Todo ello no habla de separación sino de profundidad, de saber discernir, de mirar la vida con la mirada que permite que ésta desvele su auténtico origen y destino, ambos hondos y profundos, ambos inmensos, alejados de lo superficial.
Lo que nos aporta la espiritualidad auténtica (no el espiritualismo) es la apertura de todos nuestros sentidos internos para captar la realidad, toda realidad, en su original belleza y hondura. Por ello, todo hombre y toda mujer espiritual, serán seres amistosos, abiertos, dialogantes, positivos.
Nadie más práctico que la persona espiritual, nada más práctico que la espiritualidad. Ser espiritual es ser inteligente, no comulgar con ruedas de molino de ninguna clase: ni civiles ni religiosas. Ser espiritual es comprender fascinado y sorprendido la sacralidad de todo y de todos y, por lo tanto, vivir amorosamente y, quien vive amorosamente es justo y es paciente y es servicial y es verdadero...
Me confirmo en lo dicho: nada más práctico que ser espiritual.
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