La miseria es grande y aun así me ocurre a menudo por las noches, cuando el día se va apagando dentro de mí, hondamente, que camino con ágiles zancadas a lo largo de la alambrada y siento subir de mi corazón una fascinación-no lo puedo evitar, proviene de una fuerza elemental-: esta vida es maravillosa y grande, tenemos que construir un nuevo mundo después de la guerra. Y a cada infamia, a cada crueldad, hay que oponerle una buena dosis de amor y buena fe, que primero habremos de hallar dentro de nosotros mismos. Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento. Y si sobrevivimos a esta época ilesos de cuerpo y alma, de alma sobre todo, sin resentimientos, sin amarguras, entonces ganaremos el derecho a tener voz cuando pase la guerra. Tal vez soy una mujer demasiado ambiciosa: me gustaría tener una palabra que enunciar.
(Etty HILLESUM. El corazón pensante en los barracones. Cartas. Athropos editorial, 2001, pág. 99.)
¿Qué me impacta de ellas y qué me enseñan estas dos voces provenientes de la locura de los campos de exterminio nazis? Etty Hillesum y Eva Kor, la primera asesinada en Auschwitz, la segunda superviviente de los experimentos con gemelos del monstruo Josef Mengele, el"ángel de la muerte" de Auschwitz.
Etty Hillesum, en medio del infierno del campo de concentración de Westerbork, es capaz de seguir conectando con lo más genuino del ser humano: su capacidad de no sucumbir y conservar el alma. Etty medita, contempla, eleva su mirada más allá de las alambradas, se deja enamorar por la dulzura de su padre preso también, se alegra de encontrarse allí con familiares a los que no veía hace muchísimo. Leyendo las cartas de Etty, hay momentos en los que te hace olvidar que está en un campo de concentración nazi porque es tal la belleza y esperanza de sus palabras que no podemos hacerlas provenir de semejante contexto de des-humanización y locura.
En el párrafo que he transcrito, Etty pronuncia algo impresionante, rotundo que a mí, cada vez que lo leo, me sobrecoge y me conecta con algo muy, muy profundo y verdadero. Ella afirma: si sobrevivimos a esta época ilesos de cuerpo y alama, de alma sobretodo, sin resentimientos, sin amarguras, entonces GANAREMOS EL DERECHO a tener voz cuando pase la guerra. ¡Qué potencia moral posee esta afirmación!.
Hace poquito leía en una página de educación que sigo en Facebook: "El victimismo es la más popular de las formas de egoísmo, pues permite exigir derechos sin necesidad de cumplir deberes: es querer ser libre a costa de los demás, negando así la propia esencia de la libertad." Miro a mi alrededor y me miro a mí misma y a mi entrono más cercano y descubro esa forma de egoísmo muy presente, pero leo a Etty una y otra vez y no descubro ni una palabra de queja "victimista", no encuentro expresiones de odio ni de deseo de venganza. En una situación donde sería totalmente lícita la queja desgarrada y el enarbolar sin ambages la bandera de víctima, ella, por el contrario, se deja adentrar en la experiencia sin victimismos ni alharacas. En otra carta dice:
Si en estos tiempos no te derrumbas de desolación y si, por otro lado, no te vuelves, a fuerza de autodefensa, dura y cínica o te resignas, entonces tienes todavía alguna posibilidad de ser más sensible, tierna y comprensiva y capaz de amar a un semejante.
He aquí, pues, la voz de una mujer que precisamente porque anhela tener voz propia en la construcción de una sociedad mejor, no sucumbe al victimismo, ni a la amargura, ni al odio. Para ello, en medio de su situación como presa en un campo de exterminio, hace falta una fuerza interior tremenda que no se improvisa. En las cartas de Etty se asoma el lector a un genuino proceso de crecimiento interior. y, personalmente, cada vez que vuelvo a leer sus cartas siempre siento dentro de mí una punzada de dolor y rabia al pensar hasta donde podría haber llegado esta gran mujer si no la hubieran asesinado vilmente. ¡¡Cuántos grandes hombres y mujeres hubieran podido aportar tanto a la humanidad si no hubieran sido asesinados en tantas y tantas guerras!!
Pero, gracias a Dios, otros sobrevivieron y, en el vídeo que comparto, escuchamos esa voz que hubiera podido ser la de Etty. Una mujer que se ha ganado el derecho a tener voz al no haber sucumbido, tal y como dice Etty, a la amargura y el resentimiento. EVA KOR perdonó a sus verdugos. En el juicio contra un nazi cómplice de los asesinatos, los asistentes sintieron un escalofrío al verla abrazar y besar a Oscar Groening, conocido como "el contador de Auschwitz" y perdonarlo por sus crímenes. Muchos judíos supervivientes que allí estaban no lograron entenderlo y ese gesto fue duramente criticado.
Eva Kor afirma la potencia sanadora del perdón. Resulta impresionante escuchar de qué manera recorrió su proceso de perdón a Mengele. Un camino consciente, paso a paso, hasta quedar verdaderamente libre.
Necesitamos voces así en el panorama mundial; voces que no entonen la cansina cantinela de la búsqueda de culpables, del victimismo, del "y tú más". Pero, para ello, para como anhelaba Etty Hillesum, tener voz, no cualquier voz, se exigen otra cualidades, otra calidad humana. Por ello, y aunque esta entrad sea un poco más larga de lo que hubiera deseado, termino con otro párrafo de las Cartas de Etty que, hoy, me parece puede provocar una necesaria reflexión sobre desde donde y como leer nuestro actual contexto socio-político europeo.
En medio de este árido pedazo de tierra de quinientos metros por seiscientos es posible vislumbrar líderes políticos y culturales de las grandes ciudades. Los bastidores que los habían protegido se desmoronan de un plumazo en el campo de concentración, y helos ahora aquí, atemorizados y desorientados, en un escenario abierto y ventoso que se llama Westerbork. Arrancados de su existencia cotidiana, sus figuras conservan aún la aureola palpable de lo que fue una vida intensa, propia de una sociedad más compleja que la que tenemos aquí.
Se mueven a lo largo de la fina alambrada y sus enormes siluetas se deslizan, vulnerables, en la inmensa superficie del cielo. Tendrían ustedes que haberlos visto...
La sólida coraza de su posición social, la notoriedad y la fortuna se han despedazado y no tienen dónde caerse muertos. Viven en un espacio desnudo, delimitado únicamente por el cielo y la tierra, y que tendrán que ir amueblando de lo que rescaten de su propio interior, de lo demás ya no les queda nada.
Ahora es evidente que en la vida no basta con ser un político hábil o un artista talentoso, pues en la necesidad la vida exige otras cualidades.
Sí, en verdad, al final seremos juzgados por nuestra calidad humana. (págs. 60-61).
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