Durante un tiempo compartiré con vosotros estas "reflexiones estáticas" que vieron la luz en otro lugar virtual pero hoy se mudan a mi blog.
La bicicleta y yo.
Hace casi tres años, hice
espacio en casa para una bicicleta estática sencillita. Nunca lo hubiera
pensado, pero fue recomendación médica, así que me vi permitiendo la entrada de
esta “huesped” no deseada y reacondicionando un hueco para ella. Nunca me han
gustado los gimnasios y polideportivos. Así que la única forma de ser fiel a la
cita con el pedaleo prescrito, fue traer la bici a casa, eso sí, con gran
resignación por mi parte.
“Entronizar” una
bicicleta que no va a ningún sitio en mi hogar, me causaba una especie de
sensación de dar el brazo a torcer a algo que nunca había entrado en mis
cálculos existenciales, pero tampoco decorativos (meter en un piso de tamaño
medio una bici estática, te fastidia bastante la decoración).
No obstante, la salud
“manda” y me vi un día subida en una bicicleta pedaleando sin moverme hacia
ningún lugar. Ese “darle” a los pedales sin más, contabilizando kilómetros,
calorías quemadas, pulsaciones de mi corazón, velocidad del pedaleo, se me hace
pesadísimo y me crea una sensación de “tontuna” vital importante cada vez que
lo afronto. Para lidiar con todas las voces que me preguntan dentro de mí qué
narices hago yo ahí, me ayudo de la música en ocasiones (por cierto, la
Sinfonía nº1 de Bethoveen acompaña de maravilla el pedaleo), otras veces de
buenos vídeos que pongo en la tablet, pero, la mayoria de ocasiones, pedaleo en
silencio escuchando-me.
Y ese “escuchar-me”
mientras voy a ningun lugar, es el origen de estas “reflexiones estáticas” que
quiero compartir con vosotros.
En esta primera reflexión
estática me centro en el título que he elegido y que, desde mi experiencia
vital, tiene mucho de oxímoron, me explico:
El acto de reflexionar
siempre ha sido para mí, punto de partida de movimientos y cambios vitales y
ejercicio de “orden interno” para situar mejor los avatares vitales. nunca he
puesto en acto el verbo reflexionar de una forma “estática”. Reflexionar me moviliza,
me ilumina en ciertos aspectos, me inspira, me descubre horizontes nuevos, se
parece más a un ejercicio de gimnasia interior que a un mero elucubrar mental.
Me sitúo en una vivencia y comprensión de la reflexión como esa “razón poética”
a la que alude María Zambrano. No se trata tanto de “rumiar” conceptos, cuanto
de un cierto ejercicio de aunar contemplación y razón. Podríamos decir que, en
mi caso, reflexionar evoca esa imagen de quien “se flexiona” sobre sí mismo, no
para encerrarse en sí, sino para focalizarse activamente en un “pensar” que
incluye la mirada interior, la percepción, el momento del “eureka”.
Por eso, nada más lejos
que lo “estático” en mi modo de entender y practicar el acto humano de
reflexionar. Sin embargo, montada en mi bicicleta, pedaleando sin moverme de
casa, me ha ido pareciendo que el oxímoron tiene sentido: Para poder ejercitar
una reflexión profunda, una reflexión que movilice el ser y que no se transfome en
mera “verborrea” interior, se requiere cierta “quietud”, se precisa dejar de
correr, detener un tanto o mucho la prisa, el anhelo de llegar y, en cambio, afinar
el oído, la mirada, el olfato, el gusto y el tacto, dándose tiempo para “gustar
internamente” al estilo ignaciano.
Este pedaleo estático me
evoca el ejercicio de “aburrir al ego” tan propio de la meditación zen. Un
ejercicio repetido de forma sistemática crea la posibilidad para lo que
Karlfried G. Dürckheim denomina “la gran transparencia”. Hacernos permeables a
la trascendencia se convierte en el objetivo de la práctica.
Recordando esto, mi
pedaleo a ninguna parte se transforma en una meditación. Iré compartiendo
algunas de esas meditaciones o reflexiones estáticas que, deseo, nos indiquen y
conduzcan hacia lugares vitales ricos y fructíferos. ¿Pedaleas conmigo?
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