Están pasando muchísimas cosas en el mundo “grande” y en el mundo “pequeño”. Por mundo grande entiendo ese al que yo difícilmente puedo llegar en persona, son otros países, son los tinglados políticos y económicos a gran escala, la alta política, etc. O sea, lo muy grande, grande, donde yo no puedo llegar.
Luego está el mundo “pequeño”,
ahí donde yo, con más o menos esfuerzo, si de verdad quiero, puedo hacerme
presente de alguna manera.
Mire donde mire, a lo grande o a lo
pequeño, están pasando muchas cosas, muchísimas y muy potentes. Cosas que
afectan y hacen sufrir a las personas, a las del mundo grande y a las del mundo
pequeño. Y no sólo se trata del Covid y sus secuelas, hay muchísimo más.
Escucho y leo lo que “pasa” y
siento que me traspasa el alma y me causa tristeza, me crea desazón, me
indigna, me enfada, me interpela… Y me pregunto qué narices puedo hacer yo,
igual que me pregunto por qué no estamos hace tiempo ya todos en la calle
indignándonos de verdad (¿dónde queda el espíritu del 15-M?). La respuesta primera
es que no puedo influir en nada en el mundo grande, que me queda muy lejos, que
no tengo poder ni medios.
Luego conecto un poquito más con
la pregunta, con sus implicaciones y una vocecilla me dice que la respuesta primera
supone tirar la toalla, implica renunciar a una característica propia del ser
humano: la compasión.
Decirme a mí misma que no puedo
hacer nada y seguir como si tal cosa, me deshumaniza. La escuela para aprender
y ejercer la compasión es la vida cotidiana, la del “mundo pequeño”. Mi día a
día. Ahí sí tengo poder, ahí sí puedo hacer o no hacer; ser o no ser…
Yo no puedo ir al aeropuerto de
Kabul a sacar de ese infierno a nadie, pero puedo informarme y saber donde hay refugiados
afganos, qué redes de solidaridad existen en mi entorno cercano y decir cual
puede ser mi forma de apoyar, de ayudar de sostener…
Esa fue, por ejemplo, la luz en
medio de la oscuridad el confinamiento: las personas que salían cada día de su
casa dispuestas a hacer la compra para los ancianos solos, a llevarles
medicamentos que no podían salir a comprar, fueron esas redes de apoyo cercanas
las que nos recordaron que lo grande se gesta en lo pequeño y que, tratándose
del prójimo, ninguna acción es pequeña.
No digo nada original, lo sé,
pero me da la impresión de que ante la ingente avalancha de información que
recibimos cada día, el resultado es que buscamos protegernos de un mundo tan
fiero y agresivo, recluyéndonos en las trincheras del “yo nada puedo hacer”
“eso corresponde a los gobiernos” “bastante tengo con lo mío”.
El caso es que miro alrededor y
no veo a personas que vivamos mal, empezando por mí misma. La cafetería que hay
bajo mi casa está cada día llena hasta la bandera. Veo a las personas pasear
tranquilamente con un perro, hijos con montones de juguetes, bicicletas, veo
pasar coches caros, veo como gastamos dinerito en varios cafés y cervezas y
“pintxitos” diarios, veo a la gente de mi barrio ir y venir de vacaciones… No
percibo pobreza, ni excesivos problemas económicos… Percibo esa clase media o
media alta que configura la sociedad del “bien-estar”. Yo formo parte de todo
ello y no escapo a ese modo de vida, soy una más en la rueda del sistema
neoliberal.
No sé qué compromiso ético tendrá
cada uno de mis vecinos, de mis conocidos. Sólo puedo saber y juzgar el mío.
Sin embargo, percibo en el ambiente algo que me lleva a preguntarme si no nos hemos
acostumbrado a comulgar con ruedas de molino y que hace que, como lo del “mundo
grande” me queda muy lejos y es muy grande, pues, eso, yo a lo mío y termina
por indignarme tan sólo lo que me toca a mí, lo que me afecta a mí, lo que me
pasa a mí… Y me defino con aquello tan tremendo de “yo soy muy amigo de mis
amigos” (uf…).
Ahí está el tema, ahí la enjundia:
¿Puedo vivir de tal modo que lo que le pasa al otro no me afecte? ¿podemos,
como individuos y sociedades, seguir viviendo desde los “derechos” y no acogiendo los “deberes” inherentes a tales derechos? ¿Podemos, sobre todo tras la
pandemia, seguir pensando que lo que le pasa al otro no me pasará a mí o no me
afectará a mí? ¿Podemos seguir refugiándonos de la intemperie de la existencia
y del grito del prójimo sufriente en las compras compulsivas y el divertimento
sin fin?
Parece que sí, se puede y yo misma, tantísimas veces, lo hago, pero… A la larga a mí me salta una alarma y es esa vocecilla a la que me refería antes y que evidentemente es la voz de mi conciencia y la voz de Dios en ella que me dice: “Elena ¿Dónde está tu hermano?”
PD: Y, ahora, voy a seguir
poniendo manos a la obra, empecinada en mi creencia y esperanza de que, a
través de la educación, puedo aportar algo a la mejora del mundo.
¡¡FELIZ COMIENZO DE CURSO,
FELIZ AÑO NUEVO en el que tanto podemos hacer por los demás!!
2 comentarios:
Feliz inicio, Elena, y gracias por compartir tus inquietudes y reflexiones. Me animas y mañana cogeré con más ganas el curso y los compañer@s que "me toquen" porque entre otras cosas serán "mi hermano y mi hermana"❤
Precioso tu comentario y profunda tu mirada, sí, nuestro hermano está ahí, en lo cotidiano, en lo de cada día. ¡Feliz año nuevo, maestra de la Vida!
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