La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

martes, 31 de agosto de 2021

"¿Dónde está tu hermano?"

Están pasando muchísimas cosas en el mundo “grande” y en el mundo “pequeño”. Por mundo grande entiendo ese al que yo difícilmente puedo llegar en persona, son otros países, son los tinglados políticos y económicos a gran escala, la alta política, etc.  O sea, lo muy grande, grande, donde yo no puedo llegar.

Luego está el mundo “pequeño”, ahí donde yo, con más o menos esfuerzo, si de verdad quiero, puedo hacerme presente de alguna manera.

Mire donde mire, a lo grande o a lo pequeño, están pasando muchas cosas, muchísimas y muy potentes. Cosas que afectan y hacen sufrir a las personas, a las del mundo grande y a las del mundo pequeño. Y no sólo se trata del Covid y sus secuelas, hay muchísimo más.

Escucho y leo lo que “pasa” y siento que me traspasa el alma y me causa tristeza, me crea desazón, me indigna, me enfada, me interpela… Y me pregunto qué narices puedo hacer yo, igual que me pregunto por qué no estamos hace tiempo ya todos en la calle indignándonos de verdad (¿dónde queda el espíritu del 15-M?). La respuesta primera es que no puedo influir en nada en el mundo grande, que me queda muy lejos, que no tengo poder ni medios.

Luego conecto un poquito más con la pregunta, con sus implicaciones y una vocecilla me dice que la respuesta primera supone tirar la toalla, implica renunciar a una característica propia del ser humano: la compasión.

Decirme a mí misma que no puedo hacer nada y seguir como si tal cosa, me deshumaniza. La escuela para aprender y ejercer la compasión es la vida cotidiana, la del “mundo pequeño”. Mi día a día. Ahí sí tengo poder, ahí sí puedo hacer o no hacer; ser o no ser…

Yo no puedo ir al aeropuerto de Kabul a sacar de ese infierno a nadie, pero puedo informarme y saber donde hay refugiados afganos, qué redes de solidaridad existen en mi entorno cercano y decir cual puede ser mi forma de apoyar, de ayudar de sostener…

Esa fue, por ejemplo, la luz en medio de la oscuridad el confinamiento: las personas que salían cada día de su casa dispuestas a hacer la compra para los ancianos solos, a llevarles medicamentos que no podían salir a comprar, fueron esas redes de apoyo cercanas las que nos recordaron que lo grande se gesta en lo pequeño y que, tratándose del prójimo, ninguna acción es pequeña.

No digo nada original, lo sé, pero me da la impresión de que ante la ingente avalancha de información que recibimos cada día, el resultado es que buscamos protegernos de un mundo tan fiero y agresivo, recluyéndonos en las trincheras del “yo nada puedo hacer” “eso corresponde a los gobiernos” “bastante tengo con lo mío”.

El caso es que miro alrededor y no veo a personas que vivamos mal, empezando por mí misma. La cafetería que hay bajo mi casa está cada día llena hasta la bandera. Veo a las personas pasear tranquilamente con un perro, hijos con montones de juguetes, bicicletas, veo pasar coches caros, veo como gastamos dinerito en varios cafés y cervezas y “pintxitos” diarios, veo a la gente de mi barrio ir y venir de vacaciones… No percibo pobreza, ni excesivos problemas económicos… Percibo esa clase media o media alta que configura la sociedad del “bien-estar”. Yo formo parte de todo ello y no escapo a ese modo de vida, soy una más en la rueda del sistema neoliberal.

No sé qué compromiso ético tendrá cada uno de mis vecinos, de mis conocidos. Sólo puedo saber y juzgar el mío. Sin embargo, percibo en el ambiente algo que me lleva a preguntarme si no nos hemos acostumbrado a comulgar con ruedas de molino y que hace que, como lo del “mundo grande” me queda muy lejos y es muy grande, pues, eso, yo a lo mío y termina por indignarme tan sólo lo que me toca a mí, lo que me afecta a mí, lo que me pasa a mí… Y me defino con aquello tan tremendo de “yo soy muy amigo de mis amigos” (uf…).

Ahí está el tema, ahí la enjundia: ¿Puedo vivir de tal modo que lo que le pasa al otro no me afecte? ¿podemos, como individuos y sociedades, seguir viviendo desde los “derechos” y no acogiendo los “deberes” inherentes a tales derechos? ¿Podemos, sobre todo tras la pandemia, seguir pensando que lo que le pasa al otro no me pasará a mí o no me afectará a mí? ¿Podemos seguir refugiándonos de la intemperie de la existencia y del grito del prójimo sufriente en las compras compulsivas y el divertimento sin fin?

Parece que sí, se puede y yo misma, tantísimas veces, lo hago, pero… A la larga a mí me salta una alarma y es esa vocecilla a la que me refería antes y que evidentemente es la voz de mi conciencia y la voz de Dios en ella que me dice: “Elena ¿Dónde está tu hermano?”

PD: Y, ahora, voy a seguir poniendo manos a la obra, empecinada en mi creencia y esperanza de que, a través de la educación, puedo aportar algo a la mejora del mundo.

 

¡¡FELIZ COMIENZO DE CURSO, FELIZ AÑO NUEVO en el que tanto podemos hacer por los demás!!

2 comentarios:

Bárbara dijo...

Feliz inicio, Elena, y gracias por compartir tus inquietudes y reflexiones. Me animas y mañana cogeré con más ganas el curso y los compañer@s que "me toquen" porque entre otras cosas serán "mi hermano y mi hermana"❤

Elena dijo...

Precioso tu comentario y profunda tu mirada, sí, nuestro hermano está ahí, en lo cotidiano, en lo de cada día. ¡Feliz año nuevo, maestra de la Vida!