La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

martes, 7 de marzo de 2023

Ser un buen bailarín contigo


Para ser buen bailarín contigo

no es preciso saber adónde lleva el baile.

Hay que seguir, ser alegre,

ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido.

No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.

Hay que ser como una prolongación ágil y viva de ti mismo

y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta.

No hay por qué querer avanzar a toda costa

sino aceptar el dar la vuelta,

ir de lado, saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.

Y esto no sería más que una serie de pasos estúpidos

si la música no formara una armonía.

 

(Extracto del poema de Madeleine Delbrel El baile de la obediencia)

 

Escribo estas líneas desde el más absoluto respeto hacia el marido, la familia y amigos de AGNÉS LASSALLE. No suele resultar acertado interpretar los gestos que otras personas hacen desde lo más profundo de su corazón, porque, sin quererlo, le ponemos nuestro punto de vista, nuestra sensibilidad, nuestra total subjetividad y podemos tergiversarlo todo y restarle la belleza de la que nace y su sentido. Pero es que a mí me ha cautivado y me ha impactado en el centro del alma esa danza de su marido ante el féretro.

Es una imagen ante la que las palabras no atinan a poder expresar más de lo que el mismo gesto expresa. El gesto por sí mismo lo dice todo, absolutamente todo. Lo que dice es AMOR. Y ya está. No debería nadie añadir nada más.

Sin embargo, me voy a arriesgar y a dejarme llevar por todo lo que en mí moviliza esa danza, ese baile. Y, aquí, es pura interpretación mía que, repito, desea no estropear la inmensa y rotunda belleza y hondura de ese momento.

He visto varias imágenes de ese momento y, cada vez, me resuena dentro, muy dentro, el hermoso poema de Madeleine Delbrel, la gran mística y activista francesa también. Del mismo modo vienen a mi recuerdo las numerosas invitaciones a la danza que atraviesan los salmos y pasajes de la Biblia.

Me surge dentro un rayo de esperanza al ver a este hombre danzar. Un hombre al que le han arrebatado a su esposa. Un hombre que, seguramente, gozaba bailando con su mejor pareja de baile: su mujer, su compañera. Un hombre que parece decirle a su mujer: "soy un buen bailarín contigo".

A mí hoy, el baile de este hombre, sosteniendo con infinito amor y dulzura la cintura y la mano imaginaria de su mujer muerta, me arrebata el corazón y me hace llorar. Porque ahí se resumen el amor, la entrega, el cariño, la ternura, el disfrute juntos, el camino hecho baile, danza de la vida compartida que vivían él y su mujer.

Ese baile, al que se suman amigos, familiares, esa canción elegida, se me antojan una manifestación que dice todo, que expresa que podemos danzar junt@s. Que el ser varón o mujer no es sinónimo de nada, sino posibilidad de todo lo bueno, lo bello, lo verdadero.

Varón y mujer en danza en camino, en vida compartida. Respuesta a la locura oscura y triste, con otra locura, la locura del Amor que nos hace danzar en medio de la tristeza, de la muerte, de la pérdida.

Lo femenino y lo masculino que, unidos, generan Vida: música, baile, armonía, belleza, bondad…

“Y esto no sería más que una serie de pasos estúpidos

Si la música no formara una armonía”

Esto, la vida con sus aguas turbulentas, con sus noches y con sus amaneceres, con su dosis de dolor y absurdo, no sería sino esa serie de pasos estúpidos si no fuéramos capaces de Escuchar la música de fondo, armonía que subyace a lo existente. Armonía que proviene del Amor.

Este hombre que danza su amor en medio de su duelo, que danza solo para la mirada superficial, pero en inseparable pareja para los ojos del corazón, este varón danzante, ha escuchado y ha amado… Ha amado tanto que escucha más allá del grito de su entraña y danza con su amada.

Se me antoja un gesto de resurrección, como si dijera “Talitha Kum”… Es su danza una puesta en escena del Cantar de los Cantares:

          "Levántate, amada mía, ven conmigo preciosa. Mira que ya no hace frío y ha dejado de llover. ¡Han nacido flores nuevas y los pájaros han vuelto a cantar! El arrullo de la tórtola se escucha en nuestra tierra..." (Cant 2, 10-13).

Como si anunciara, en medio de la muerte hiriente y absurda, la resistencia de la Vida, la potencia regeneradora del Amor. Su danza anuncia que el Amor es quien tiene la última palabra, que el Amor es el arma más poderosa, que el Amor no conoce las barreras de la muerte.

Veo en ese varón que danza, la imagen de lo que hombre y mujer están llamados a vivir en la sociedad y, desde luego, en la Iglesia. Ser compañeros de baile. Compañeros creativos, respetuosos, amables. Aprendices de la armonía que posee la música de fondo que suena para todos/as. La música del Amor que da sentido y raíz a la Vida, el Amor que nos eleva y hace danzar aunque vengan “maldadas”. Esa es nuestra común vocación.

No puedo evitar, por último, leer ese gesto desde mi sensibilidad de imperfecta seguidora de Jesús y ver en ese hombre una parábola del Dios danzante, del Dios bailarín que danza con nosotros la Danza de la Vida aún en la muerte causada por la ceguera y locura humanas. Danza de lo humano y lo divino que en Jesús de Nazaret confluyen en inseparable unión. Danza sorprendente, preludio de Resurrección, del Aleluya eterno que está invitada a cantar y danzar toda la Humanidad:

                                            "HAY QUE SEGUIR, SER ALEGRE, SER LIGERO..."

Quiero vivir así: quiero se alegre aún con el sufrimiento que la vida me traiga, quiero ser ligera aún cuando el entorno se me antoje tan rígido y enquistado. Quiero danzar  suave y grácil y, sobre todo, acompañada, la Danza sin fin de la Vida que se me ha regalado.

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