La noche del 31 de octubre se ha convertido en una de las celebraciones más populares del mundo. Aunque hoy la asociamos con Estados Unidos, Halloween hunde sus raíces en las ancestrales tradiciones celtas europeas, llegando al continente americano con los inmigrantes irlandeses del siglo XIX.
Contrario a la creencia popular, la palabra Halloween tiene raíces cristianas. Proviene de la forma escocesa 'All Hallows' Eve' (víspera de Todos los Santos), donde 'even' significa noche en escocés y se contrajo con el tiempo hasta convertirse en Halloween. Esta festividad está profundamente vinculada con las celebraciones cristianas de Todos los Santos (1 de noviembre) y los Fieles Difuntos (2 de noviembre), conocidas colectivamente como 'Allhallowtide'.
Esto leo en varios artículos donde se reflexiona sobre el carnaval de Halloween. Sí, digo carnaval, porque va de disfrazarse además de pasarlo bien pasando miedo.
Por un lado es un poco reconciliador caer en la cuenta de que no es un producto made in USA en origen, aunque por otro desconsuela que de nuevo USA nos mete el gol y aquí estamos copiando el modo estadounidense: consumiendo calabazas, disfraces y "trucos o tratos" varios en un país donde eso nunca se había vivido así.
Lo que celebramos ayer es la Fiesta de Todos los Santos, es decir, celebrar que en el mundo ha habido, hay y habrá hombres y mujeres que son ejemplo, luz, inspiración de lo que es la cualidad humana profunda. De algunos sabemos sus nombres de otros y otras no, pero sabemos que el ser humano es capaz de una bondad y una belleza asombrosas.
Hoy lo que celebramos es LOS FIELES DIFUNTOS es decir, el RECUERDO AGRADECIDO de los seres íntimos, de los cercanos, de familiares, amigos, conocidos que ya murieron. La fe nos dice que viven ya en otro nivel de existencia. La fe nos dice que la muerte no es la última palabra. Pero, para quienes hemos perdido ya varios seres queridos, hay algo que también sucede: sentimos que viven muy dentro de nosotros. Sentimos que en lo más central de nuestro ser está su presencia amorosa. Brotan en nosotros recuerdos que emergen claros a medida que pasa el tiempo desde su marcha. Con el paso de los años, el dolor va dando paso a una añoranza amorosa. A ratos duele, a ratos arranca una sonrisa porque viene acompañada de un olor, de un sabor, de un color, de algo que hemos visto y le gustaba a papá o a mamá o la tía, o al amigo.... De pronto, en la vida cotidiana, descubrimos multitud de sacramentos de la presencia de los que se fueron pero están en nuestra entraña. Y nace el dar gracias por sus vidas, no perfectas seguramente, pero tan importantes y significativas para nosotros.
Personalmente, no puedo hacer vivir todo esto junto a disfraces de monstruos e historias de miedo. Me parece una falta de respeto. En todo caso, pienso en el modo en el que en la cultura mexicana se venera a los muertos y eso me parece más humano y más espiritual que toda esta cosa rara en la que nos hemos dejado meter. ¿Acaso tiene sentido comprar papel higiénico de Halloween? Sí, es lo último que he visto y que me ha dejado con una mezcla de estupefacción y asqueo por el modo en el que comercializamos todo (más allá del chiste "escatológico" de un papel higiénico con calabazas, murciélagos)
Una espiritualidad honda y verdadera, no nos lleva a hacer chanza de la muerte ni a transformar a los seres difuntos en monstruos aterradores que salen de sus tumbas para meternos el miedo en el cuerpo. Una verdadera espiritualidad nos lleva a conectar con el hecho de que la muerte nos recuerda nuestra finitud y nos abre a preguntas hondas sobre el sentido de nuestra existencia. Cada uno encuentra sus respuestas. La fe cristiana nos dice que nuestro horizonte es la Eternidad, una eternidad que es abrazo con el Creador, que es reencuentro con todos los que formaron parte de nuestra vida.
Quienes hemos podido acompañar la muerte de algún ser querido, en mi caso mi padre, mi madre y más de un amigo, hemos sido regalados con algo único. Ver nacer y ver morir creo que son dos experiencias que nos reconcilian con la vida. Acompañar la muerte de un ser amado, por más que comporte dolor, nos introduce en un Misterio insondable que toca nuestras entrañas y nos deja una huella de amor, paz y sabiduría.
Eso no da miedo, eso crea un anhelo interior, eso genera Esperanza y la Esperanza mueve a vivir plenamente aquí y ahora lo que toca vivir, a la vez, que os ayudará a vivir el momento de nuestra muerte sin lucha, sino en abandono a ese último suspiro que cerrará nuestros ojos físicos pero nos abrirá a la revelación de lo esencial.
Nada más lejos de trucos o tratos, de monstruos y sustos.
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