La Vida se manifiesta en nuestras vidas siempre y cuando mantengamos abiertos los caminos del interior. El actual ritmo de vida y los requerimientos de nuestra sociedad dificultan cada vez más ese acceso al interior personal en el que se encuentran las materias primas para la construcción de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, nos autoexiliamos de nuestro hogar interior. Allí, utilizando la imagen del Maestro Eckhart, Dios se encuentra como en su casa, pero nosotros nos sentimos extranjeros.

Educar la Interioridad es favorecer los procesos y proporcionar las herramientas que nos permitan volver a casa, al hogar interior para desde allí vivir unidos a los demás, al mundo, a Dios.

martes, 4 de abril de 2017

Perplejidad...

Mi "habitat" cotidiano es el mundo de la enseñanza y dentro de él mi tarea es la creación y puesta en marcha de proyectos que integren la Educación de la Interioridad, la "atención al Ser" en el día a día escolar. La interioridad humana es la matriz de los valores, la tierra donde estos pueden echar raíces y mantenerse, dejando de ser meras "poses" que se deshacen ante el primer problema moral para pasar a ser pilares de una vida vivida éticamente.

El tipo de formación del profesorado que conlleva esta propuesta pedagógica me regala vivir con los/as educadores/as momentos de gran densidad humana y espiritual, recibir y compartir confidencias muy hondas y en ocasiones incluso íntimas. Cada día soy testigo de la gran calidad humana y profesional de los educadores de la escuela concertada (a la que hoy hay empeño en destruir poco a poco). De la escuela pública no tengo información d primera mano, así que no puedo opinar, pero no dudo de que en ella hay grandes personas y grandes educadores (porque lo uno no puede darse sin lo otro, ya hasta las neurociencias nos certifican que una mala persona no puede ser un gran profesional)

Pero no voy a dar mi opinión sobre los desaguisados que está sufriendo la escuela concertada en este país donde abunda el cainismo más rancio y basado en la pura ideología. Quizá sea tema para otra entrada.

Hoy simplemente quiero expresar la paradoja que vivo  a diario. Me explico: mientras en el ámbito educativo, al menos el que yo conozco y en el que me muevo, hay un convencimiento de que ya no se puede educar a los niños y jóvenes sin tener en cuenta la educación de la dimensión interior de tal forma que favorezca y capacite a los alumnos para una vida vivida desde la construcción activa  de la unión con los demás, con el mundo y, en el caso creyente, con Dios, los acontecimientos mundiales, cercanos y lejanos de los que se hacen eco los medios de comunicación, nos presentan a una humanidad muy herida en la que quienes crean las hojas de ruta de las naciones valoran más (a pesar de sus discursos llenos de alusiones a los derechos humanos, etc... ) su propia seguridad y confort que a los ciudadanos a los que dicen servir. El "modus vivendi" generalizado no parece que sea el de un verdadero interés por la construcción de la unidad, sino claramente la apuesta y el énfasis en lo que nos separa.

Tampoco abundan los modelos de honestidad, servicio, lucidez, altura intelectual y política en los dirigentes que  aparecen en las noticias.

Por otro lado la enorme cantidad de atentados y agresividad ambiental, el pisoteo de la democracia, parece querer anunciar una época en la que, tras el impás de paz y deseo de libertades que llegó tras las dos Guerras Mundiales, vuelve a percibirse un "tufo" a totalitarismo realmente preocupante.

Así pues, no puedo evitar sentir con fuerza esa sensación de "remar contra corriente" cuando los "profes" gastamos energía, creatividad, dinero, tiempo personal en re-crear la educación para que responda a los retos del siglo XXI y reconocemos como uno de los pilares de tal educación la atención al ser integral del alumno (y del profesor) que incluye su dimensión interior.

Una siente (y ello es así desde que alcanzo a recordar) que desea aportar algo desde su pequeñez a la construcción de una humanidad más humana, es decir, más amorosa, más honesta, más pacífica, más creativa, más respetuosa del planeta, más Familia. Pero, cada vez que abro la ventana y oteo los acontecimientos mundiales al menos los que más ruido hacen, todo son corruptelas, engaños, mediocridad intelectual, asesinatos, fundamentalismos, agresividad, demagogia... 

¿Qué pretendemos de nuestros jóvenes si quienes somos los responsables de este momento de la historia de  la humanidad, los adultos, estamos continuamente tomando decisiones que cierran la puerta a la paz, al desarrollo global, al cese del hambre y las guerras? ¿Qué herencia les estamos preparando?

Sí, educar es un camino abierto a la Esperanza de que algo puede cambiar. Pero el mundo sólo irá a mejor si cada ser humano mejora. Ahí radica la clave. Sólo puede pensarse en un cambio real de lo que no funciona y daña nuestra vida si cambiamos cada uno de nosotros. Quizá por ello no hay verdadero interés en dejar avanzar la educación alternativa, la educación del siglo XXI. Quizá por eso en España interesa tanto enfrentar a "la concertada" y a "la pública" haciéndonos creer que somos enemigos. "Divide y vencerás". Mientras todo el énfasis educativo no recaiga en lo pedagógico y dentro de ello, en el factor humano, seguiremos favoreciendo una generación que simplemente agache la cabeza y "aguante el chaparrón"... Pero, cuidado, este chaparrón trae aguas que ya nos ahogaron antaño: el pisoteo progresivo de las democracias y el campo abierto para los fundamentalismos bajo la excusa de la defensa del bienestar económico y de las propias fronteras frente al enemigo.

Perplejidad, eso es lo que hoy siento.



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