Hace ya tiempo comencé en este blog una pequeña reflexión en torno a la
sexualidad, el crecimiento personal y la espiritualidad. Hoy deseo
añadir un peldaño más a esa reflexión.
Soy un ser sexuado. Mi ser mujer o mi ser hombre no es algo secundario en mi forma de ver y de sentir el mundo, las relaciones.
Soy un ser sexuado. Mi ser mujer o mi ser hombre no es algo secundario en mi forma de ver y de sentir el mundo, las relaciones.
La sexualidad tiene que ver y mucho con la identidad, con el mi-mismo. En la respuesta progresiva al "¿quién soy yo?" hay una primera auto definición: soy varón o soy mujer (no entraré en el tema de la homosexualidad y de la transexualidad porque creo que supera con mucho el objetivo de estas reflexiones pero no porque no entre dentro del tema que intento desarrollar).
Ser varón o ser mujer conlleva una configuración física e incluso cerebral (hay estudios muy interesantes sobre la diferente configuración del cerebro masculino y del femenino recomiendo a quien le interese el libro "el cerebro femenino" de Louann Brizendine). Ser varón o mujer, por lo tanto, otorga formas diferentes de ver y de sentir el mundo, ojo, digo diferentes no mejores ni peores.
Ciertamente a ser varón o mujer también "nos enseñan". El tipo de sociedad en el que nacemos nos irá diciendo "qué es propio de cada sexo", resulta curioso que en todas las culturas se da la diferenciación de papeles y ocupaciones en virtud del sexo, sin embargo, en toda sociedad siempre ha habido individuos que se han alzado en contra de los límites impuestos por el género. Hoy, gracias a Dios, el varón reclama para sí la posibilidad de ser tierno, de ser padre, de ser intuitivo, de ser cariñoso, algo que hasta hace poco parecía patrimonio exclusivo de la mujer.
En lo que a la espiritualidad se refiere, la vivencia de Dios viene mediatizada también por nuestro sexo. La forma de expresar la relación con Dios en el varón y en la mujer tienen toques diferentes. Por eso me parece que es de extrema necesidad alternar en la lectura espiritual, en los estudios teológicos, en el acompañamiento espiritual las voces masculinas y las femeninas, de lo contrario siempre andamos "cojos" o "tuertos".
De Dios no podemos decir que sea varón o mujer. Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, comenzó a llamar a Dios Padre/Madre... Hemos de repensar y recrear con audacia nuestras metáforas acerca de Dios. Del mismo modo que la metáfora de un Dios Rey encuentra dificultades de comprensión en el siglo XXI, del mismo modo que el Dios-Juez nos chirría por dentro cada vez más, el Dios únicamente Padre se nos queda incompleto sobretodo porque en el AT las características con las que se describe a Dios en muchos momentos son más cercanas a la maternidad.
Orar con el cuerpo y en el cuerpo podría tener que ver con conectar con las peculiaridades que percibo en mi "ser mujer" o en mi "ser varón" y hacerme consciente de que acojo a Dios en tanto que mujer o varón y, a partir de ahí, abrirme a un Dios masculino y femenino, un Dios cuyo amor adopta tonos paternales y maternales. Contemplando a ese Dios puedo emprender procesos de conexión con mi dimensión masculina (en el caso de las mujeres) y con mi dimensión femenina (en el caso de los varones). Me parece un sano ejercicio de ruptura de límites y de reconocimiento de posibilidades.
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