El título de esta entrada es una frase de Juliana de Norwich (1342-1417), el eco de una experiencia interior, de una revelación que apenas duró veinticuatro horas pero que ella fue desplegando y comprendiendo durante veinte años antes de escribir nada.
"Es cierto que el pecado es la causa de todo este sufrimiento, pero todo acabará bien y cualquier cosa, sea cual sea, acabará bien"
A lo largo de su libro, Juliana irá comprendiendo esta esperanzadora frase. Ella se preguntará por qué existe el pecado, pregunta universal, pregunta que azota el corazón de los creyentes. Si Dios es Amor, si Dios es bondad... ¿por qué el Mal, por qué el pecado? Juliana nos dice que pensar así es locura una vez que se es adentrado en la experiencia interior: "Y así, en mi locura anterior, me preguntaba a menudo porqué la gran sabiduría presciente de Dios no había impedido el comienzo del pecado. Pues entonces, me parecía, todo habría estado bien". Quizá sí, quizá sea una locura pretender imaginar un mundo sin mal. Quizá la locura sea hacer a Dios responsable de la existencia del mal. Sea como sea, la respuesta que le es revelada a Juliana es honda, hermosa y rompe con todos los esquemas prestablecidos.
Ese "todo acabará bien" no hemos de entenderlo como un "happy end" de película americana. "Todo acabará bien" quiere decir que todo viene de Dios y todo se dirige a él, que de su Amor venimos y hacia su Amor vamos y mientras, en este "interim" de la historia humana se nos da la posibilidad de desplegar la creación asumiendo nuestra reponsabilidad, pero, a la vez sabedores de que nosotros no disponemos de la perspectiva necesaria para comprender el hilo conductor de la historia de la humanidad.
El relato de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) puede servirnos para compreder qué quiero decir:
Dos discípulos caminan, alejándose de Jerusalén, inmersos en la desesperación tras la Pasión de Jesús. Es un dolor normal, es lícito. Entonces Jesús Resucitado se acerca desde fuera de la situación, no atrapado en ella puesto que el viernes santo ya pasó. De este modo, él resitúa a los discípulos permitiendo primero que se desahoguen, que expliquen la razón de su dolor, de su decepción, eso les permite tomar distancia de su pulsión. Entonces les explica el sentido de toda la historia de la salvación a la luz de su Pasión. Les da a entender que el proceso forma parte del camino y que eso es precisamente lo que nos hace grandes. El proceso nos permite alcanzar dimensiones nuevas y eso mismo es lo que el Señor nos ofrece.
Más tarde, al marchar Jesús, al reconocerle los discípulos, se preguntarán "¿No ardía nuestro corazón?". La clave interpretativa que les ha ofrecido Jesús les ha dado luces que ellos por sí solos no tenían, claves que les permitiron a ellos y nos permiten a nosotros traspasar las oscuridades. Esa es la cuestión, no que desaparezca el mal como por arte de magia, no que todo cambie de golpe, sino que Dios nos da la luz necesaria para ir comprendiendo nuestra realidad, personal y colectiva.
Que "todo acabará bien" quiere decir que Dios sabe cómo y cuándo, todo se hará pero no sabemos cómo. No podemos vanalizar el lento devenir de la obra de Dios. Se nos da para avanzar con confianza y esperanza pero no para sacar rápidas e ingenuas conclusiones sobre "la facilidad del existir". Sucede como con los trapecistas: cuanto más abandonadamente se lanza el trapecista hacia su compañero, mejor es sostenido. Es la Pascua: el paso de lo "no visto" a lo percibido.
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