El martes pasado comenzaba llena de ilusión la segunda parte de un curso de 8 días para profesores. Es un curso que llevo impartiendo ya cuatro años y siempre han sido días llenos de sorpresas, regalos, emociones, descubrimientos... ¡No sabía lo que me iban a deparar estos últimos cuatro días!
Llegó el martes y con él la emoción de reencontrarme con los/as educadores/as a los que no había visto desde octubre. Aquellos primeros cuatro días habían sido mágicos y la perspectiva de otros cuatro días juntos prometía.
Al levantar la persiana de mi dormitorio me sorprende la imagen del patio interior teñido de un blanco puro e inmaculado... ¡La nieve había caído silenciosa en las últimas horas nocturnas!
Miro la calle a través de otra ventana y el manto blanco es además una densa capa que hace que los coches patinen... ¡será toda una aventura llegar al seminario cargada con la guitarra, dos bolsas y una mochililla!
Me pongo mi "equipo de oso polar" y comienzo el camino...¡nunca había visto semejante caos en Vitoria!. Avanzar como peatón o como conductor era casi "misión imposible"... A medio camino ya se habían esfumado mis posibilidades de llegar con tiempo suficiente para preparar las cosas antes de la llegada de los profes y comenzaba a nacer en mí la preocupación por quienes venían desde Tudela, Bilbao, Donosti y Madrid ¿podrían llegar?
A medio camino me encuentro con mi consabido "ángel de la guarda": César intentando sacar su coche de entre la nieve y que se ofrece a llevarme. Así conseguimos llegar al seminario sin dejar de emitir exclamaciones ante la copiosa nevada que estaba cayendo...
¡Qué belleza y qué incomodidad unidas!
Al final nos encontraos casi todos pero en intervalos de una o dos horas hasta agruparnos la mayoría del grupo y explicarnos las aventuras y desventuras pertinentes. Sin embargo, la mayoría del grupo se veía ufano y feliz como niños ante el espectáculo de la nieve abundante.
Así las cosas decidimos hacer jornada contínua y dejar la tarde de descanso para quienes habían hecho largos y cansados viajes.
El miércoles la nieve dio paso a la lluvia... ¡qué charcos tan increíbles! Una Vitoria-embalse nos recibió ese día. Al llegar al inicio de la tarde comienzo a sentir la llegada de un catarro que al llegar la media tarde se convirtió en un malestar notablemente desgradable.
De nuevo los ángeles de la guardia deciden echarme un cable y tres profes me llevan en coche a casa y, no contentos con ello, me compran lo necesario para afrontar una crisis catarral: vitamina "c" en abundancia, lo necesario para preparar litros de caldo y unas "chuches" para pasar el mal trago. Me derrumbo en el sofá y dos preciosas mujeres se hacen con mi cocina y me dejan el caldo preparado. Tengo fiebre. Aquello era más que catarro...
A la mañana siguiente sigo con fiebre y un estado general de "derrumbe físico total". Decido asumir mi incapacidad y a las 7 de la mañana emprendo una cadena de llamadas para avisar que no puedo ir al curso. No os podéis imaginar con qué sentimiento de impotencia y frustración...
Para no extenderme en más detalles os diré que el grupo se reunió. Que ese día se siguió adelante con el curso aportando cada uno su especialidad. En casa, yo me sentía "fallándoles" ¡qué tonta!
Por la noche los tres ángeles que el día anterior me habían rescatado, vinieron a visitarme y me explicaron lo bonito que había sido el día.
El viernes, a media mañana, me incorporé al grupo. Había ya varias personas con fiebre. Estragos de una gripe cuaresmal.
Curioso... El miércoles de ceniza me trajo la fiebre, la incapacidad de asumir el curso pero sobretodo el regalo de volver a experimentar en primera persona que nadie es imprescindible, que es bueno dejarse cuidar, que cuando no se puede...¡no se puede! y que dejándote cuidar también puedes hacer bien a aquel que desea cuidarte.
Una gripe cuaresmal como esta que todavía me tiene a "medio gas" me hace consciente de la gran realidad de que no controlamos nada o muy poco. Nuestras agendas pueden estar llenas de citas y actividades, pero la vida fuera de la agenda es la que manda y es bueno vivir una "humilde organización".
La gripe cuaresmal me ha llenado el corazón de ecos: humildad, dejarse cuidar, escuchar al cuerpo, dejar hacer a otros, no pretender controlar todo, dejar a un lado el deseo de ser invencible y muchos más ecos que creo irán llevándome en el camino cuaresmal en el que siempre, siempre, Dios se manifiesta como Providencia amorosa para quien sabe Escuchar la Vida.
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