CAPÍTULO LXVI
Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá
el que lo escuchare leer.
Al salir de Barcelona,
volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído y dijo:
—¡Aquí fue Troya! ¡Aquí
mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, aquí usó la
fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se escurecieron mis hazañas,
aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!
Oyendo lo cual Sancho,
dijo:
—Tan de valientes
corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en
las prosperidades; y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era gobernador
estaba alegre, agora que soy escudero de a pie no estoy triste, porque he oído
decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y
sobre todo ciega, y, así, no vee lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a
quién ensalza.
—Muy
filósofo estás, Sancho —respondió don Quijote—, muy a lo discreto hablas.
No sé quién te lo enseña. Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo,
ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por
particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que
cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía, pero no con la
prudencia necesaria, y, así, me han salido al gallarín mis presunciones,
pues debiera pensar que al poderoso grandor del caballo del de la Blanca Luna
no podía resistir la flaqueza de Rocinante. Atrevíme, en fin; hice lo que pude,
derribáronme, y, aunque perdí la honra, no perdí ni puedo perder la virtud de
cumplir mi palabra. Cuando era caballero andante, atrevido y valiente, con mis
obras y con mis manos acreditaba mis hechos; y agora, cuando soy escudero
pedestre, acreditaré mis palabras cumpliendo la que di de mi promesa. Camina,
pues, amigo Sancho, y vamos a tener en nuestra tierra el año del noviciado, con
cuyo encerramiento cobraremos virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado
ejercicio de las armas.
Debieran nuestros
políticos y todos/as aquellos/as que asumen y pretenden "mandar",
"dirigir", "organizar" la vida social de este país, leer y
releer muchas veces "El Quijote". Ahora que tanto se piensa en cómo
festejar la vida de Cervantes quizá fuera la mejor manera no desdeñar y
arrinconar el estudio de las humanidades en los colegios
y facilitar de mil formas el adentramiento en los
grandes relatos de la literatura universal donde tan claramente
queda retratado el ser humano en sus luces y en sus sombras.
Rodeados como estamos
cada día de funestas noticias de corrupciones, mentiras, medias verdades,
soberbias personales, manos no tendidas, manos rechazadas, gestos abruptos y
palabras vacías, Don Quijote y su soñadora caballerosidad se ausentan de la
tierra que trotó subido a lomos de Rocinante y quizá camina cabizbajo también
junto con los miles de refugiados que deambulan por la dormida europa que, con
cada niño "perdido" en el camino, se hace más vieja y más alejada de
la Vida. Tampoco hay apenas "Sanchos" filósofos que recuerden a su
señor la realidad de las cosas cuando el sueño se transforma en desvarío y se
tira por la ventana, junto con el agua sucia, el bebé lleno de posibilidades y
de vida.
En medio de todo este
"caos" social de dimensiones mundiales, urge una vez más la mirada
del corazón, la mística de ojos abiertos de la que está
haciendo gala Francisco (que me recuerda tanto a Quijote en medio de tantos
molinos). Urge que aquellos que nos decimos enamorados del Evangelio, lo
testimoniemos descubriendo las semillas de vida presentes en medio de tanta
muerte, anunciando esperanza de la de verdad por entre tantas falsas esperanzas
que detrás ocultan intereses bastardos de tipo personal y/o partidista.
Urgen palabras y gestos
preñados de lucidez, sobran lugares comunes y topicazos. Urge reflexión
profunda, escucha atenta a lo que de verdad se esconde tras
tanta a mascarada. Pero si estamos esperando a que ese camino lo transiten
"los de arriba" no haremos el camino necesario de comenzar los
cambios significativos por la base, por la vida cotidiana de cada uno/a de
nosotros/as, como es "no perder la virtud de cumplir mi palabra" que
en este pasaje del Quijote evoca el compromiso con uno/a mismo/a de tomar mi
vida entre mis manos y ser fiel a los compromisos que brotan en "tiempos
fáciles" manteniéndolos en los tiempos difíciles.
Y si todo esto lo
llevamos al terreno de la Cuaresma, entonces podemos aprovechar para vivir un
ejercicio concreto de cuarenta días de fidelidad a lo hondo, de rechazar
miradas banas y superficiales e intentar con todo el ser mirar como Dios mira
dejándonos, para ello, mirar nosotros por Él. Si esto es así el dejarnos mirar
por Dios nos transformará progresivamente en seres amantes, personas alejadas
de la actitud de quien "echa una ojeada" o de quien "otea el
horizonte" en busca de fallos que criticar o de anécdotas que contar (como
quien con su móvil graba accidentes y tranquilamente los hace correr
por las redes sociales sin ninguna sensibilidad ni respeto). Dejarse
adentrar en "el mirar de Dios" nos conduce irremisiblemente al
compromiso con al realidad, a la denuncia profética, al gesto misericordioso,
al anuncio de que "algo nuevo está naciendo". Armas del Amor, el arma
más poderosa.
Pudiera ser Don Quijote
nuestra inspiración cuaresmal: Camina, pues, amigo Sancho, y vamos a
tener en nuestra tierra el año del noviciado, con cuyo encerramiento cobraremos
virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado ejercicio de las armas.
2 comentarios:
Amén y amen, Elena, con y sin tilde cada una de tus palabras. Un abrazo
Un "quijotesco" GRACIAS, caballero Javier.
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